Los feminismos nos han hecho evolucionar la mirada de una manera acelerada, iluminando las formas más escondidas o más asumidas en que se da la violencia. Como cuándo un rayo de luz te enseña la suciedad que se acumula en los cristales de la ventana. Y que después ya no puedes dejar de ver. Últimamente, hemos asistido al debate de la Ley de garantía de la libertad sexual (ley del "solo sí es sí"), que ha generado críticas no solo por las penas resultantes de aplicarla, sino porque el marco de consentimiento positivo asume que toda ausencia de "sí" es uno "no" y, por lo tanto, se puede considerar una agresión. El feminismo que lo defiende afirma que vivimos en un mundo en qué decir que "no" es casi imposible porque el sexo siempre puede ser un terreno de violencia para las mujeres. Como explica la admirada Clara Serra, es arriesgado porque nos coloca en una posición especialmente paternalista que infantiliza a las mujeres y que paradójicamente refuerza la idea de que tenemos que ser ultraprotegidas y que por lo tanto no somos sujetos capaces de actuar sino objetos que necesitamos que alguien más actúe por nosotros. Legislar partiendo de la base que las mujeres no podemos decir nunca que "no" y que por eso el estado tiene que decirlo por nosotras nos hace estar más lejos de este, "no" que es empoderador y clarísimo, quizás más que un sí que te puede exponer y comprometer: ¿decir que sí a qué? ¿Decir que sí hasta dónde? ¿Puedo cambiar de opinión si he dicho que sí? La idea del consentimiento positivo, pues, es que para ser efectivo tendría que ser un consentimiento continuado.

Legislar partiendo de la base que las mujeres no podemos decir nunca que "no" y que por eso el estado tiene que decirlo por nosotras nos hace estar más lejos de este, "no" que es empoderador y clarísimo

Hablar del consentimiento es controvertido porque tiene mil capas y matices y porque a menudo confunde, como defensa Serra, la voluntad con el deseo. El consentimiento tiene que ver con la voluntad, con aquello que decido. Puedo desear una relación sexual y decir que no la quiero (y vulnerar este "no" es una agresión). Puedo decir que sí a una relación sexual que no deseo (no es lo más ideal, pero puede pasar y no es una agresión). Confundirlo es admitir que no tomamos decisiones más allá de nuestro deseo y también que siempre sabemos qué deseamos y cómo, que lo sabemos prever. Como dice Katherine Angel a El buen sexo mañana, el deseo no está a la espera, perfectamente formado dentro nuestro. A veces surge de la interacción, a veces descubrimos cosas que no sabíamos que queríamos, a veces descubrimos lo que queremos solo cuando lo hacemos. Lo que es perturbador es que esta falta de certeza sea aprovechada para coaccionar o asediar. Partimos, pues, dice Angel, de una premisa complicada y peligrosa, y es que no tendríamos que tenerlo todo clarísimo por estar fuera de peligro.

Lo más execrable debe ser que esta justificación no solo servía para hacer creer a las víctimas que ellas también eran cómplices y culpables, sino que posiblemente lo dejaba dormir tranquilo a él

Ahora bien, dicho todo esto, es importantísimo que las leyes sepan analizar mucho, muy bien las situaciones en que una mujer no puede decir que no. Pensemos en si va bebida o drogadicta. Pensemos si hay una situación de poder y tiene que decir que no, por ejemplo, su superior en el trabajo o su profesor y pensamos en el efecto paralizante que puede provocar el miedo. Pensemos en los testigos de El Techo amarillo y en todas las estrategias de los agresores para confundir a unas chicas que, recordemos, eran menores y eran sus alumnas. Hay una frase depravada del documental que todavía me obsesiona, "no tendría que haber dejado que eso pasara", en que el profesor colocaba la responsabilidad en ellas (que no buscaban que eso pasara y que no podían decidir que eso no pasara). El subtexto es la miseria del manipulador: "sé que no está bien que pase, pero me gustas tanto, eres tan madura, eres tan especial y única que ha pasado". Lo más execrable debe ser que esta justificación no solo servía para hacer creer a las víctimas que ellas también eran cómplices y culpables, sino que posiblemente lo dejaba dormir tranquilo a él. Espero que ahora no duerma nada, en Brasil o donde esté. Espero que todo lo que nos ha iluminado el feminismo pudra también para siempre la paz de los agresores.