Si viviste en los 90 y lo recuerdas, es que no viviste los 90”. El olvidadizo aforismo podría ser de cualquiera de los Happy Mondays, Lemmy Kilmister o Pocholo Martínez-Bordiú. Evidentemente, no me acuerdo. Quizás es de cosecha propia. Con todo, la sentencia, formulada así y leída ahora, me parece una parida catedralicia. Bullshit. Busco recuerdos nítidos en los cajones de la memoria: pantalones acampanados de tergal, adidas Campus, camisas estrechas de poliéster, cinturones blancos de charol, gafas de pasta con los cristales amarillos, flequillos, bucket hats, maletas de discos, Wah Wah Records, el Better Living Through Chemistry, mitsubishis, delfines, elefantes blancos, aBarna, la Mondo, flyers del Nitsa, La Paloma, el Moog, el Dot, el Apolo, Discotheque, Le Boîte, Woman Caballero… Y como un faro que ilumina el camino hacia la pista de baile, DJ Sideral: un tío muy alto, muy escuálido, muy rubio y muy todo que pincha hasta en la sopa y nunca deja a nadie indiferente. Según la noche, o no da pie con bola o hace sesiones memorables. ¿He dicho memorables?

Sea como fuere, por fortuna de amnésicos noventeros —y de nativos digitales—, existen sellos como Contra, la editorial que acaba de reeditar Sideral. Estrella fugada. “Nuestro trabajo como editores es publicar libros perdurables, que puedan leerse dentro de 20, 50, 100 años. Esta es la intención: poder pasar un testimonio del pasado a las generaciones posteriores. ¿Qué es la cultura si no?”, me esgrime Dídac Aparicio, delantero centro de este proyecto barcelonés que compagina deportes, música y cultura pop. Y por fortuna de editoriales como la suya, existen autores como Héctor Castells, que atesoran un talento para juntar letras inversamente proporcional a su capacidad para olvidar: “Aleix fue mi primer amor, la primera explosión adolescente. Era cómo Dorian Grey prostituyendo a Bowie, el ojo de La naranja mecánica. Aleix era un personaje literario, cinematográfico, poético y cómico. Lo tenía todo. Me abrió el mundo y yo era joven y quería escribir y él era mi amigo-hermano-gran-hijo-de-puta te querré siempre. O sea, cuando murió, escribir el libro fue como el despertar de un algoritmo en mi cerebro. O me mataba o lo escribía. Y no me quería matar. Después aparecieron Dídac y Eduard de Contra. Sabían que estaba sentenciado”. Diez años después de la primera edición del libro, el escritor le ha sacado adjetivos, incluido un prólogo, reescrito párrafos, añadido un kick en todas las notas negras y subido el tempo a 150 bpm para que se lea a ritmo de techno.

Retrata de manera maravillosa a la generación de jóvenes que vivimos la Barcelona de aquella época, la de la eclosión de la música electrónica y la cultura de baile

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Portada de Sideral, Pen un diseño bowieniano de Randi Vergés, su hermana. Foto: Contra

Literatura generacional

“La propuesta de Sideral surgió muy al principio de formar la editorial”, continúa Dídac. “Es un personaje que en Contra siempre nos ha fascinado. Fue una figura omnipresente en los clubes de la Barcelona de los 90. Fue uno de los primeros DJs carismáticos que tuvo esta ciudad. Y yo conocía a Héctor Castells de hace mucho tiempo, de aquellas noches. Y lo envidiaba porque escribía muy bien. Incluso le tenía rabia... Pero llegado el momento, pensamos que era la persona ideal para escribir una biografía de Sideral. Y el resultado es absolutamente maravilloso, en mi opinión. Para mí es una de las mejores obras sobre la ciudad de Barcelona que se han escrito nunca, a la altura de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza. No solo habla del Sideral, y esto es importante subrayarlo: es un libro sobre la Barcelona de los 90. Él es, evidentemente, el protagonista, pero lo que hace de él un texto extraordinario es que retrata de manera maravillosa a la generación de jóvenes que vivimos la Barcelona de aquella época, la de la eclosión de la música electrónica y la cultura de baile.”

‘Una novela generacional de la Barcelona de los 90’, el subtítulo de este artefacto literario da a entender que en él encontraremos más literatura que documentación o periodismo, pero menos que número de entrevistas o memorias fieles. “La necesidad de definir el género tendría que ser innecesaria”, defiende Héctor. “Desgraciadamente, fui periodista. Cultural. En los 90. Una gran escuela del cinismo. Me lo pasé muy bien intentando hacer literatura. Un día dos jefes de redacción de medios nacionales españoles me escribieron: ‘Héctor, recuerda que el lector es idiota. Y no escribas frases de las tuyas’. Fue un alivio que alguien me lo pusiera tan fácil. Desde entonces me he dedicado fundamentalmente a la literatura; es decir, a escribir frases de las mías”.

El estrellato de Sideral alcanzó proporciones cósmicas cuando lo contrataron como DJ residente del club dublinés The Kitchen, propiedad de U2

La gran resaca olímpica

Aleix Vergés alias DJ Sideral (Barcelona, 1973-2006), nació en el seno de una familia acomodada en la zona alta de Barcelona, allí donde la gente es más alta, más delgada, más rubia y mucho más guapa. Aprendió a tocar varios instrumentos ya de muy joven, pero las verdaderas lecciones musicales vendrían, inopinadamente, de la mano de sus sucesivos profesores de repaso de matemáticas, entre ellos el periodista Nando Cruz. Después de vagabundear por varias formaciones, Gabi Ruiz, antes de convertirse en el copioso y controvertido promotor del Primavera Sound, le ofrece casa en la cabina del Nitsa (el primero, “el que molaba”, el de la plaza Joan Llongueras), donde se estrena como friegaplatos. Allí, a menudo ataviado con unos cuernos de diablo, empezó a forjar la leyenda que lo llevaría a revolucionar la incipiente escena clubbing barcelonesa y más allá, a las salas Siroco, Nasti y Low Club de Madrid, a Florida 135, la “Catedral del Techno” aragonesa, así como la Industrial Copera de Granada, donde entabló una gran amistad con Los Planetas. Los granadinos lloraron su muerte dedicándole la pieldegallinesca canción Tendrá Que Haber Un Camino, interpretada por ni más y ni menos que Enrique Morente.

En pocos años, su fama como disc-jockey creció gracias a su proverbial eclecticismo, a mezclar Stone Roses con Fischerspooner, o a los Pixies en plena sesión de techno a las tres de la madrugada. Era su sello. El estrellato de Sideral alcanzó proporciones cósmicas cuando lo contrataron como DJ residente del club dublinés The Kitchen, propiedad de U2, pasando a ser uno de los primeros mezcladores catalanes con proyección internacional.

Sideral se convertiría, muy a su pesar, en icono y buque insignia de una generación que nunca buscó cambiar el mundo: solo bebérselo o esnifárselo mientras retenían el tiempo

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Sideral pinchando en el Mond Club. Foto: Contra

Paralelamente a su carrera de pinchadiscos, ejerció como cantante y guitarrista de Peanut Pie, el grupo más mancuniano que ha dado Barcelona. Y eso que cuando salió el disco (producido por Cosmos Records, el primer sello dedicado a la música de baile aborigen), en 1996, la barriada de Icaria, ‘el Manchester catalán’, llevaba años arrasado por la piqueta olímpica. Y es que la estrella de Sideral brilló con fuerza en la nueva ciudad postolímpica, y su intuición, su talento y su influencia presenciaron el nacimiento de algunos de los festivales locales de mayor talla planetaria: el Sónar y el Primavera Sound.

El metro noventa y siete de Aleix rompió el techo e iluminó el camino de los jóvenes hedonistas y noctámbulos; de los hijos de la transición política, la segunda residencia y el sueño universitario. Poco a poco, los surcos amalgamados del pop independiente y el techno, el desembarco de estrellas internacionales, la incursión de Barcelona en el mapamundi y la ingesta de pastillas de éxtasis a espuertas dibujaron el trasfondo de una década de la cual Sideral se convertiría, muy a pesar suyo, en icono y buque insignia de una generación que nunca buscó cambiar el mundo: solo bebérselo o esnifárselo mientras retenían el tiempo. “Si no puedo bailar, no es mi revolución”, como vaticinó Emma Goldman. Su legado musical incluye ochenta y cuatro mixtapes, el maxi single Peanut Pie y tres dobles elepés como mezclador. Cuando lo encontraron muerto por sobredosis una aciaga noche del 2006, con solo treinta y dos años, se encontraba preparando su primer disco pop en solitario: Canciones siderales

Nuestra tarea es presentar libros perdurables para poder entender nuestra cultura. Este es el gran papel de un editor

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Aleix Vergés y Héctor Castells: amistad eterna. Foto: Leila Méndez

Estrella eterna

Aleix Vergés y Héctor ‘Hache’ Castells se conocieron por accidente (nunca mejor dicho, como descubrirán en el libro) cuando eran pequeños. Desde entonces, su relación fue “demencial, emotiva, brillante, violenta, estremecedora, insuperable... Fue mi primer amigo adolescente, el único que vivió la muerte de mi padre. No me creyó cuando se lo expliqué desde una cabina, un verano del 89. Siempre hacíamos la coña y pensó que esta era otra. Yo tenía 12 y él 13. Fue un momento definitorio. Se sintió tan culpable por ‘fallarme’ como colega que no dejó de protegerme y de abrirme puertas desde entonces”.

¿Como recibirá el joven lectorado un tributo tan emotivo, coral, penetrante y generacional como este? “Hace poco me escribió una mujer de veintisiete años que tiene un perfil tan poliédrico como el de Aleix y pincha y actúa y baila, y dice que disfrutó del viaje del libro, de descubrir a Aleix”, continúa Castells. “Claro que también le sorprendió que nadie de su pandilla sepa quién fue Sideral”. En el mundo angloparlante son muy habituales los mamotretos que narran exhaustivamente la vida y milagros de sus iconos pop, mientras aquí apenas empezamos a recuperar nuestros mitos patrios. “Uno de los papeles fundamentales de la editorial es reivindicar la cultura propia”, afirma Dídac Aparicio. “Lo hemos hecho y lo continuaremos haciendo. Nuestra tarea es presentar libros perdurables para poder entender nuestra cultura. Este es el gran papel de un editor”. ¿Qué pensaría Aleix Vergés de esta biografía? Héctor lo tiene claro: “Que soy un hijo de puta encantador. Lo traduciría al inglés y se lo llevaría a Londres y se lo leería a Brett y a Kate, y especialmente a David Bowie. Y después lo quemaría”.