La Etiopía de Haile Selassie fue la última monarquía feudal del Planeta: el reinado del Negus, el Rey de Reyes que se consideraba descendiente de Salomón y de la Reina de Savia, terminó en 1974. Algunos la consideraron un sistema anacrónico, que mantenía siervos y violaba derechos humanos. Pero para otros la monarquía etíope era un modelo de sociedad que había conseguido vencer al colonialismo fascista. Haile Selassie incluso era una figura divina para los rastafaris jamaicanos. Ryszard Kapuściński, sin duda el más popular de los periodistas que recorrió el continente africano en la segunda mitad del siglo XX, analizó la figura del Negus, y el funcionamiento de su corte, en el libro El emperador (que ahora llega en catalán en traducción de Pau Freixa, en la editorial Navona).

El emperador de Etiopia Haile Selassie I visita Toledo en abril de 1971. Fotografía de Eduardo Butragueño Bueno Wikipedia

Haile Selassie en Toledo. Foto: Sebastián Butragueño Bueno.

Escuchar, la clave

Poco después de la caída del Negus, víctima de una revuelta en que coincidieron militares, estudiantes marxistas, prostitutas, taxistas, maestros y curas, Kapuściński aterrizó en Adís Abeba y se dedicó a hacer aquello que mejor hacía, preguntar y escuchar. Una parte importante de El emperador son reproducciones de las declaraciones de sus testigos: transcribe lo que ellos explican, sin ni siquiera incluir las preguntas (aunque ha sido acusado de enriquecer los relatos). El periodista polaco buscó a gente que había vivido en torno al depuesto emperador y a través suyo, con evidente riesgo, reconstruyó la historia de un régimen diferente a todo el resto de regímenes del siglo XX. O quizás no tanto. Hay quien dice que, en el fondo, tras el análisis del emperador, el reportero polaco escondía una crítica a los jerarcas comunistas de su Polonia natal (aunque se consideraba comunista e incluso colaboró con los servicios secretos de su país).

La sumisión y la revolución

El emperador es un magnífico retrato de la relación de los humanos con el poder, y sobre todo con un poder absoluto. Muchos de los personajes entrevistados por Kapuściński eran destacados dignatarios en la Corte del Negus, y tras la caída del monarca (al que algunos se referían como "el Bondadoso Señor") se sentían absolutamente perdidos. Toda una vida de sumisión les había anulado completamente: creían absolutamente que el Negus era superior a ellos (pero al mismo tiempo se sentían infinitamente superiores a la "chusma", al "populacho", por su proximidad al emperador). En este libro se recoge el testimonio del real portador de cojines: un funcionario que se encargaba de poner la almohada adecuada a los pies del emperador, cuando iba de visita a diferentes sitios, para que las piernas no le quedaran colgando cuando se sentaba en una silla (era muy bajito). Se sentía inmensamente realizado con la tarea realizada.

El poder absoluto

La primera parte de El emperador está dedicada a los recuerdos que tenían los cortesanos de los años de esplendor del reinado del Negus, tras la Segunda Guerra Mundial. Cuando Haile Selassie viajaba a alguna provincia se reformaba toda la zona. No era una práctica exclusiva de él. De hecho hay muchos jefes de estado africanos que mantienen esta costumbre. Las desigualdades sociales, en el país, eran extremas, pero el emperador se ganaba la benevolencia de los pobres lanzando algunas monedas de oro a los mendigos en fechas señaladas. El Negus persiguió y ejecutó a algunos de sus opositores (e incluso a algunos de los héroes nacionales que habían luchado contra los italianos). La monarquía etíope era muy hábil a la hora de manipular a los súbditos: fomentaba el conflicto entre los ministros, tenía sofisticados sistemas de espionaje, aniquilaba a la oposición, buscaba chivos expiatorios sobre los que descargar las iras del pueblo...

De la crisis a la caída

Pero todos estos sistemas no eran infalibles, como se explica al segundo capítulo del libro, consagrado a los años de crisis del régimen, cuando la modernización social empezó a amenazar la monarquía feudal. En 1960 el mismo hijo del emperador, Asfa Wossen, le dio un golpe de estado mientras estaba de viaje en el extranjero. El pueblo, animado por la iglesia copta monofisita, se puso de parte del Negus y persiguió con dureza a los rebeldes: muchos fueron colgados en la vía pública. Pero a partir de aquí se multiplicó la disidencia, que empezó por los estudiantes, hijos de las clases privilegiadas etíopes. Los cortesanos que entrevistó Kapuściński no ahorraban críticas a los "desagradecidos" que sólo insistían en el desarrollo y criticaban a la monarquía. Sin embargo, algunos reconocían el evidente declive del régimen. En los años setenta la gran hambruna que asoló el país acabó de erosionar el prestigio del monarca. Ante la multiplicación de la oposición, el régimen se hundió. Los militares que encabezaban el heterogéneo movimiento de oposición hicieron caer al entorno del emperador y lo aislaron en su palacio, para después deponerlo y ejecutarlo. Muchos de los cortesanos no se lo acababan de creer, todavía, cuando Kapuściński los entrevistaba.

Vuelta a África y retorno a Etiopía

La caída del Negus llevó a un periodo de fuerte inestabilidad: los revolucionarios no sólo perseguían a los altos cargos de la monarquía, sino que también se enfrentaran entre ellos: trotskistas contra maoístas, estalinistas contra todo el resto, militares contra estudiantes... Los felaixas, registros, eran continuos y todo el mundo era sospechoso ante todo el mundo. En este caos era terriblemente difícil llevar a término cualquier búsqueda de información. Una de las ventajas que tenía Kapuściński como periodista, en el caos de la Etiopía revolucionaria, es que ya conocía el país: había estado allí en 1963 para cubrir como periodista una cumbre de la OUA. Conocía a un alto cargo de la administración imperial que le abrió las puertas a entrevistar a los desconfiados informadores. Además, conocía ya bien el continente africano, de otros viajes, lo que le ayudaba a moverse en un entorno hostil. Probablemente estaba en mejores condiciones que ningún otro periodista extranjero para hacer una biografía del Negus.

El espejo de Evelyn Waugh

Una de las obras primordiales de la literatura periodística en los años 1930 fue Gente remota de Evelyn Waugh, una obra en que este escritor inglés explicaba su asistencia a las fastuosas fiestas de coronación de Haile Selassie como Negus, Rey de Reyes. Lo hacía con gran talento literario, con mucho sentido del humor, pero también con grandes dosis de racismo, clasismo y etnocentrismo. El emperador de Kapuściński es, en cierta medida, la guinda al relato de Waugh. Si el inglés relató el inicio del reinado de Selassie, el polaco explica la evolución y el fin. Però mientras Waugh se mostró siempre distante hacia los africanos, el polaco pregunta a los etíopes y se interesa por sus interpretaciones. Entrevista a los cortesanos y ni los ridiculiza ni los cuestiona, sino que refleja sus posiciones. A pesar de todo, en las pocas reflexiones del propio periodista, este deja bien clara su simpatía hacia los militares golpistas. Ni siquiera se pregunta cómo murió el emperador (parece que fue ahogado con una almohada por los militares); se limita a reproducir una nota de prensa en que se anuncia que murió de una "insuficiencia cardiaca". Y describe a los revolucionarios del Derg como "hombres inteligentes y perspicaces, ambiciosos patriotas heridos en su orgullo, conscientes de la terrible situación en que se encuentra la patria, de la estupidez e inutilidad de las élites, de la corrupción y depravación, de la pobreza y humillante dependencia del país hacia los estados más poderosos". Mengistu, y algunos de los hombres del Derg, llegarían a su vez a niveles de depravación insospechados.

¿Maestro o impostor?

El emperador es un libro que, cuando se publicó, mereció reconocimientos a nivel internacional. Todavía hoy es lectura obligatoria para africanistas, estudiantes de periodismo y aspirantes a escritores de obras de no ficción. No hay ninguna duda sobre el talento literario del polaco. Ahora bien, recientemente, a través de muchos estudios, sabemos qué hay de cierto y qué no en las obras de este periodista. Muchos sospechaban que Kapuściński adornaba las declaraciones de sus testigos. Ahora se sabe que mintió y exageró en muchas ocasiones. También en El emperador. Releyéndolo uno se da cuenta de que es un libro demasiado redondo como para haber sido construido a base de unos pocos testigos reticentes a hablar (todo parece indicar que el periodista ponía sus reflexiones en boca de otras personas). La fabulación ganaba a Kapuściński, y eso afecta, obviamente, a su reputación como periodista, como espectador privilegiado de la realidad. Este libro, pues, cabalga entre la ficción y la no ficción. No se puede tomar como un testimonio fiable de lo que pasó en la Etiopía de la monarquía feudal y del Derg. El emperador no se puede tomar al pie de la letra: hay grandes interrogantes sobre su veracidad. Pero no deja de ser un libro grandioso.