Este lunes hará 30 años que empezaron en Barcelona los Juegos Olímpicos del año 92. A Arata Izosaki, el arquitecto japonés del Palau Sant Jordi, le haría gracia saber que tres décadas después, en su pabellón tocaría una catalana que abriría la lata de su concierto con la música de los tokiotas Ni-Hao!. Matsuri-Shake ha sido la canción que ha escogido Rosalía para preceder Saoko, con influencias niponas; para continuar con Candy y Bizcochito, un tema con sonoridades que recuerdan a los pachinko nacidos en Japón.

Había una emoción olímpica este sábado en Montjuïc. La cantante de Sant Esteve Sesrovires ha sido la primera a rebosar alguna lágrima después de confesar a su público cómo es de especial para ella tocar en el Palau Sant Jordi. El público ha estado entregadísimo. Y transversal. Es el mayor mérito de Rosalía, que consigue que su grosor de seguidores esté formado por miembros de todas las edades, de todos los orígenes, géneros y clases.

 

Las personas que este sábado han asistido al Sant Jordi eran conscientes de que en los últimos días ha surgido el debate sobre si un concierto sin músicos es realmente un concierto. Cada uno tendrá su opinión, pero es bien cierto que hoy solo ha habido tres instrumentos encima del escenario. Rosalía ha tocado la guitarra en un momento, y el piano en otro. Absencia prácticamente absoluta de música en directo; a excepción también de un teclado que ha acompañado la voz de Rosalía durante la interpretación de Sakura. Todo está pregrabado e incluso Rosalía hace playback en varios momentos de la actuación.

Por otra parte, la puesta en escena de Motomami es muy minimalista, teniendo en cuenta al artista de masas en que se ha convertido Rosalía. Ni confeti ni fuegos artificiales. Todo se basa en las dos ya reglamentarias pantallas laterales y una cantante acompañada de ocho bailarines. La estética de las visuales se basa en las influencias de Instagram y TikTok. Nuevos lenguajes: las transiciones se mueven como un feed de 'reels'. Y Rosalía podría darle unas clases a C. Tangana sobre cómo funciona una steadycam en un concierto.

El Madrileño tocó hace pocas semanas en el festival Sónar de Barcelona, y los asistentes de aquel concierto pudieron presenciar que en esta gira al cantante español siempre lo persigue una cámara mientras se mueve al escenario, que a menudo se coloca delante suyo y hace que los espectadores no puedan verlo bien. Todo se centra en la pantalla. Muy diferente de lo que hace Rosalía, que entiende que la pantalla tiene que ser siempre un complemento del músico.

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Rosalía interpreta Saoko en el Palau Sant Jordi / Foto: ACN

Las cámaras de Motomami se sitúan dentro de la acción, pero sin tapar la acción. Es decir, inmersión absoluta pudiendo disfrutar de la carne y los huesos de la cantante y los bailarines. Rosalía canta e interactúa con el público en algunos momentos grabándose como si se tratara de un vídeo-selfie. Y también hace uso de los nuevos lenguajes con la estética camp que utiliza a la canción Hentai. Un fondo propio de Windows de la década pasada se sitúa detrás suyo mientras toca el piano: parecen los filtros de TikTok de la Generación Z.

Rosalía ha tocado todo Motomati prácticamente en orden; con algunos de sus grandes éxitos en medio; como De aquí no sales, Linda, La noche de anoche, Pienso en tu mirá, Milionària, TKN, Dolerme, Yo x Ti Tu x Mí, Blinding Lights, Malamente y Con Altura. Haciendo gala de alguien que respeta su propia obra, ha decidido que la última canción de su repertorio no fuera el gran single -pero tema más flojo- de este último álbum, Chicken Teriyaki, sino el mejor tema del disco, CUUUUuuuuuute; las influencias de ARCA han puesto punto final al concierto. Deliciosa actuación de Rosalía; que no dejando de lado sus influencias japonesas, ha permitido que el público se despidiera del Sant Jordi con una balada de Shigeo Sekito.