Richard Linklater, uno de los directores más personales del cine en las últimas décadas, responsable de filmes tan icónicos como Antes del amanecer o Boyhood, sigue explorando el concepto del tiempo en Apolo 10 1/2. Estrenada en Netflix, la película del realizador norteamericano es una deliciosa, nostálgica y animada mirada a su adolescencia, marcada por la llegada del hombre a la Luna.

El arte de esculpir el tiempo. Si hay alguna característica que defina el cine de Richard Linklater, cuando menos gran parte de su corpus creativo, es una especie de obsesión para reflexionar, manipular y jugar con el concepto del tiempo y su paso inexorable. Hace unos días, el cineasta estrenaba en Netflix, casi a escondidas (y el mismo día que también llegaba a la plataforma La burbuja, de Judd Apatow, sin que nadie se enterara), su nueva película, Apolo 10 1/2: Una infancia espacial. Un relato cargado de nostalgia, en el mejor de los sentidos de esta palabra cargada de peligros, que recuerda su adolescencia: el cineasta se reencarna en Stan, su alter ego, un crío que vive en un barrio residencial (el clásico suburban neighborhood norteamericano) de Houston, a finales de los años 60.

Infancia rotoscópica

Siempre inconformista, siempre sorprendiendo, a veces desconcertando, Linklater apuesta aquí para narrar su relato mediante la animación rotoscópica que ya experimentó en dos de las más estimulantes rarezas de su filmografía: Waking Life (2001) y A Scanner Darkly (2006). Una técnica que supone rodar de manera tradicional para convertir, después, las imágenes en dibujos animados. Pero a diferencia de estas experiencias más experimentales, en Apolo 10 1/2: Una infancia espacial, el cineasta aplica el estilo a una historia bien abierta, que permite la identificación inmediata de cualquier miembro de la generación boomer, pero que también puede conectar a la perfección con los jóvenes de hoy. "Inicialmente estaba pensada como una película convencional, pero la literalidad de la acción en vivo involucra a un pensador crítico, mientras que la animación lleva tu cerebro a un punto más libre, más imaginativo, más creativo... quizás uno donde las fantasías y los recuerdos encajan mejor", explicaba al director después de la presentación del filme en el South by Southwest, el festival que deslumbra Austin (Texas), donde vive Linklater y donde ha situado muchas de sus historias.

La película arranca con la sorprendente oferta que el joven Stan recibe de dos enviados de la NASA: sus buenas notas lo han hecho el aspirante ideal a formar parte de una misión espacial en una nave, más pequeña por un error de diseño y donde sólo cabe alguien de determinado tamaño, que tiene que aterrizar en la Luna, casi en una prueba piloto que precederá el alunizaje de Armstrong, Aldrin y Colins. Un punto de partida fantástico, marcado por la obsesión por la carrera espacial que se vivía en Houston, y en el país en general, y también en el joven Linklater ("era una fantasía que tuve de niño", admitía el realizador, que añadía otro elemento que plasma a la narración convirtiendo el padre del protagonista en empleado sin demasiadas responsabilidades de la NASA: "daban empleo a mucha gente del vecindario, muchos de los padres de mis amigos trabajaban, y siempre conocías a alguien que conocía a un astronauta").

Fotograma Boyhood
Boyhood, el clásico moderno que Richard Linklater rodó durante doce años

Ser un niño los años 60

Más allá de este elemento, desarrollado en la trama en una especie de secuencias espejo entre la travesía del Apolo 10 1/2 tripulado por el protagonista y la verdadera misión del Apolo XI, que paralizó los Estados Unidos y también la casa de los protagonistas, lo que da singularidad y encanto en la película es el viaje en el tiempo. Es la reconstrucción de una época, aquellos turbulentos años 60 marcados por la Guerra Fría, la Guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y los asesinatos de los hermanos Kennedy, de Martin Luther King y de Malcolm X. Lo que hace especial al largometraje de Linklater es su mirada en que significaba semillas ser un niño. El cineasta dedica tres cuartos de hora a mostrar uno cautivador y detallista puñado de recuerdos, explicados por un Stan adulto y con la voz de Jack Black, estructurados casi como si de viñetas de cómic entrelazadas se tratara.

De esta manera, construye un costumbrista tejido relacional entre los miembros de la familia protagonista, los padres, las abuelas y los seis hermanos, y viaja de aquellos partidos de softball entre amigos a las noches delante de la televisión, donde decidir qué programa o qué serie se miraba era toda una odisea. Y aquí es donde Richard Linklater afina la memoria, la suya y la de aquellos convencidos que la edad de oro de la ficción televisiva se vive ahora, olvidando la época en que coincidían Misión Imposible, Bonanza, Embrujada, La Familia Munster o Hawai 5-0, o en que La dimensión desconocida provocaba pesadillas ya antes de ir a dormir. Aquella era de juegos de mesa o juegos en la calle, de excursiones familiares a un autocine (con dispersión una vez el coche estaba aparcado, con algunos de los hermanos prefiriendo pasearse entre los vehículos buscando el sexo furtivo de sus ocupantes), y cuando en los tocadiscos sonaban los Archies, los Monkees, Joni Mitchell y los Beatles. Y, aquí, el cineasta vuelve a demostrar otra constante a sus pelis, y que tiene que ver con su magnífica selección musical: aquí hay unos 50 temas que ayudan a ponernos en situación.

antas del amanecer
Antes del amanecer, la película de Richard Linklater que enamoró a toda una generación

Conexiones con el universo Linklater

Como decíamos, Apolo 10 1/2 abunda en la obsesión de Richard Linklater para manipular o para mostrar el tiempo. Su mirada conecta directamente con dos de las maravillas de su filmografía: Movida del 76 (así se tituló Dazed and Confused cuando se editó en DVD en el estado español, porque no tuvo estreno comercial en las salas) y Todos queremos algo. En las dos, el cineasta recordaba su experiencia preuniversitaria, haciendo también un viaje a finales de los 60 y principios de los 70. Luminosas, buenrolleras, frescas, ambas podrían formar un tríptico irresistible con Apolo 10 1/2.

Es curioso porque, cuando se estrenó Todos queremos algo, si todos la considerábamos suna ecuela espiritual de Movida del 76, Linklater apuntaba y la relacionaba con la magistral Boyhood. "Una empezaba donde acababa la otra", explicaba, recordando aquel afortunadísimo, e irrepetible, experimento. Nominada a seis Oscar (ganó el de Mejor Secundaria, para Patricia Arquette), Boyhood es, probablemente la gran película de su carrera: rodada a lo largo de 12 años, reuniendo el reparto una semana en al año, esta mirada al paso del tiempo y a la memoria, abierta a todo lo que pasaba alrededor y a la maduración de su protagonista, Ellar Coltrane, Boyhood capturaba el tráfico de la infancia a la adolescencia mejor que ninguna otra coming-of-age. Con aires de película casera, apostaba por una narrativa similar a la experiencia de mirar un viejo álbum de fotos.

También experimentaba con el paso del tiempo en tres obras maestras, que podemos concebir como un todo si no mantuviéramos la esperanza en una cuarta parte. De hecho, este año tocaría, porque Antes del anochecer (2013) llegó nueve años después de Antes del atardecer (2004), que había llegado nueve años más tarde de la fundacional Antes del amanecer (1995). La trilogía seguía los personajes de Céline y Jesse, desde que se conocían en un vagón de tren y se detenían, mientras se enamoraban, a pasar una noche juntos en Viena. Se reanudaba con su accidental reencuentro en París, donde él presentaba un libro que explicaba aquella historia de amor, para tratar de aprovechar esta segunda oportunidad que les ofrecía el destino. Y volvía a mostrarnos a los personajes en unas vacaciones en Grecia, cuando viven una crisis de pareja. Ojalá Linklater, y sus cómplices Julie Delpy y Ethan Hawke, vuelvan a ofrecernos por sorpresa una nueva entrega de esta historia capitular que, si tienes la suerte de formar parte de la misma generación que los personajes, se convierte en una experiencia cinematográfica única.

Así las cosas, y con una trayectoria donde también ha habido largometrajes con una mayor vocación comercial, como Escuela de rock (2003) o Una pandilla de pelotas (2005); pelis de época no muy exitosas, como The Newton Boys (1998) o Me and Orson Welles (2008), y estimulantes rarezas como Fast Food Nation (2006) o Bernie (2011), Richard Linklater sigue siendo uno de los cineastas más atípicos e interesantes del panorama cinematográfico norteamericano. Un insobornable creador que huye de las tentaciones de Hollywood y que se lo mira todo desde su casa de Austin, como aquellos irreductibles galos que resistían el acecho de los romanos desde un rincón del mundo.