Noruega (entonces reino de Suecia), 13 de agosto de 1905. Hace 116 años. A primera hora de la mañana abrían todos los colegios electorales de Noruega para votar el referéndum de la independencia. Pasados dos días, el escrutinio de aquel referéndum anunciaba que el 99'95% de los votos habían sido favorables a la independencia. Después del referéndum, los noruegos encaraban la recta final de un proceso que culminaría en el transcurso de las semanas inmediatamente posteriores. El 23 de septiembre, los representantes políticos del país noruego y del reino sueco firmaban un tratado de separación. El 13 de octubre, el Parlamento de Suecia aprobaba el tratado. Y el 26 de octubre, el rey Oscar II de Suecia renunciaba al trono noruego. Después de casi seis siglos de unión con Dinamarca y con Suecia, Noruega recuperaba su independencia.

Mapa de la Unió de Kalmar (principios del siglo XVI). Fuente Cartoteca de CatalunyaMapa de la Unión de Kalmar (principios del siglo XVI) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Cuando Noruega perdió su independencia

Noruega empezó a perder su independencia en el transcurso del siglo XIV, en el proceso de unión dinástica de las monarquías escandinavas -de tradición vikinga- que culminaría con la Unión de Kalmar (1397), la reunión los dominios de las coronas medievales de las actuales Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca y sus colonias atlánticas (Shetland, Feroe, Islandia y Groenlandia). La Unión de Kalmar fue un gigante político, militar y comercial que ejerció un liderazgo incuestionable en el Atlántico norte durante un siglo largo (1397-1523). Pero también fue una faja que, de permanecer en el tiempo, habría ahogado la diversidad cultural del mundo escandinavo. La Unión de Kalmar fue un proyecto pilotado desde Copenhage, y este liderazgo fue tan evidente, que a menudo se explicó como una expansión del reino de Dinamarca.

De Dinamarca a Suecia

Al principio del siglo XVI Suecia inició el camino de la separación. Después de varios intentos, algunos reprimidos con una brutalidad extrema (como el llamado Baño de Sangre de Estocolmo, entre el 7 y el 9 de noviembre de 1520), Suecia salía de la Unión de Kalmar para convertirse, en el transcurso del tiempo, en una de las grandes potencias de la Europa de los siglos XVII y XVIII. Pero, en cambio, Noruega continuó vinculada a la monarquía danesa hasta 1814. Aquel año el Imperio napoleónico estaba a punto de firmar su derrota, y Jean Baptiste Bernadotte, un general francés convertido en el hombre fuerte de Estocolmo, rompió las relaciones con París, y con la ayuda de la alianza internacional antibonapartista, forzó a Dinamarca (aliada de Napoleón) a ceder Noruega al reino sueco. Poco después (1818), Bernadotte se convertía en rey de Suecia como Carlos XIV.

Postal conmemorativa del referendum (1905) obra de John Grieg. Fuente Wikimedia Commons

Postal conmemorativa del referéndum (1905). Obra de John Grieg / Fuente: Wikimedia Commons

La primera reivindicación de independencia

Aquel redibujo del mapa europeo no pasó inadvertido en Noruega. Precisamente, en el transcurso de aquel tránsito (de la vieja dominación danesa a la nueva dominación sueca), surgiría la primera reivindicación nacional noruega de gran alcance. El mismo año 1814, se reunió la primera Asamblea Constituyente de la historia moderna de Noruega, que, inspirada en los movimientos independentistas americanos, abogaba por la autodeterminación del pueblo noruego. La Asamblea Constituyente sería el punto de partida de un viaje de 91 años que conduciría el país a la independencia. Durante aquellas nueve décadas, las organizaciones políticas surgidas de aquella primera reivindicación desplegarían una intensa labor que apelaría a la conciencia nacional de los noruegos que, a pesar de los largos siglos de dominación -y de aculturación-, no se había perdido nunca.

¿Por qué Noruega se quería independizar?

El proyecto de restauración del estado medieval noruego surgió en aquel contexto de tensión entre las cancillerías de París y de Copenhague -de retroceso-, y la de Estocolmo -en fase expansiva. Pero aquella Noruega de 1814, aunque, en aquel momento, era uno de los países más pobres de Europa, también, en aquel nuevo orden internacional que se avistaba, era uno de los que tenía más proyección económica. Y el tiempo ha demostrado que aquellos asamblearios de 1814 no estaban equivocados. Para poner solo dos ejemplos, diremos que durante el siglo XIX, y sobre todo a partir de 1905, Noruega se convirtió en una de las principales potencias pesqueras del planeta. Y en una de las pioneras del estado del bienestar. En la actualidad, el índice de democracia de la clasificación del diario británico The Economist, le da un valor de 9'87 sobre 10, situada en la categoría de sistemas de democracia plena.

Vista del puerto de Bergen (finales del siglo XIX). Fuente Bergen BibliotekVista del puerto de Bergen (finales del siglo XIX) / Fuente: Bergen Bibliotek

Una metrópoli civilizada

En el transcurso del siglo XIX, que es cuando se gesta la independencia noruega, el poder sueco (el político, el militar, el económico y el judicial) siempre estuvieron de acuerdo en no convertir la cuestión noruega en un conflicto. Y nunca se maniobró para poner la opinión publica sueca contra las reivindicaciones noruegas. Suecia, regida por una monarquía moderna y democrática, y gobernada por una clase política culta y desacomplejada -hijas de la verdadera Ilustración europea del XVIII- apostó, claramente, por dar una solución pactada y civilizada a la reivindicación noruega con el propósito de crear y mantener una futura relación de firme amistad y de franca colaboración con aquel nuevo actor que, inevitablemente, aparecía en el escenario escandinavo: acordaron consultar al pueblo de Noruega y actuar democráticamente en consecuencia.

Imagen principal: Estandarte que pide el voto favorable a la independencia (1905) / Fuente: Blog Iñaki Anasagasti