En el 2014 fui un mes a Marruecos por cuestiones que no vienen al caso y estuve viviendo en una zona rural cerca de Al Hoceima con algunos europeos más y un nativo amazigh aficionado a la fotografía y a la música. En la casa donde nos alojábamos había un par de guitarras, algunos instrumentos de percusión, y alguna flauta, que yo recuerde. A partir de compartir tiempos juntos con los instrumentos, algunas de las reflexiones sobre la música y su relación con la comunidad e identidad que más me obsesionan, se hicieron muy presentes. Yo había publicado mi primer disco pocos días antes de emprender el viaje y diría que, justo el día antes de coger el avión, soné a la radio por primera vez y de manera totalmente inesperada. Estuvo en el Cabaret Elèctric de iCat que presentaba a Montse Virgili. En cuanto fui al norte del Sáhara con el ego moderadamente crecidito, pero en Marruecos me di cuenta de que mis cualidades como músico, muy sujetas al contexto, allí no servían de mucho.

Colonización cultural

Yo, en primer lugar, soy compositor y pianista-teclista. Allí podía coger una guitarra, pero aunque la puedo rascar no es mi instrumento. También me puedo defender dignamente con los instrumentos de percusión. Pero mis cualidades rítmicas en el contexto de una jam improvisada justo en medio del valle de Riftvan resultaron ser, para decirlo finamente, más bien modestas. Y cuando hablo de una jam a Marruecos, no me refiero al concepto institucionalizado y habitual de jam session; sino a un concepto más puro y atávico, que es el de sacar los instrumentos y simplemente tocar, borrando la frontera entre músicos y no músicos, pues todo el mundo participaba y las funciones se iban intercambiando.

La mayoría de músicos que lean este artículo habrán hecho eso mil veces en su local de ensayo (haciendo jazz, o funky o psicodelia) pero siempre en un contexto de *músics* y partiendo de un lenguaje foráneo: eso es, casi siempre, anglosajón. Digámoslo claro: la mayoría de nuestros referentes son americanos o británicos, de la misma manera que para la generación de nuestros padres eran a menudo franceses. Y el debate sobre por qué es así es complejo e incluso enrevesado. Tiene mucho que ver con la dictadura franquista, claro está, y con la colonización cultural mundial estadounidense, aquella que hace que vas a Varsovia y en la calle ves a un grupo de jóvenes haciendo breakdance, y en el taxi que te lleva en Estocolmo puedes escuchar Dire Straits, que también suenan en el bar de Sant Hilari Sacalm donde has ido a sacarte el mal sabor de boca del desayuno continental y plastificado del hotel donde has tenido que dormir esta noche porque el viaje en moto que emprendiste la mañana anterior contenía varios errores de cálculo.

red peligro marroc

El hombre de la flauta

Volviendo a Marruecos, a los catalanes que estábamos en la casa nos hacía mucha gracia el hombre de la 'flauta', uno de los parroquianos habituales de las farras nocturnas y que improvisaba unas melodías bastante curiosas. Pero es importante destacar también que durante estas veladas el ego no tenía ningún tipo de importancia: excepto en el caso de nuestro querido huésped, que sí que tenía un cierto ego artístico... y era lo único de los locales allí presentes que tenía una afición y bagaje por|para la música occidental. Tocaba todo el mundo e improvisaban todos al mismo tiempo, que es muy diferente que una jam donde-se-hace-ronda-de-solos sobre estándares americanos. Mientras estaba allí me moría de envidia por varios motivos a la vez que mi-ego-de-músico-independente-que-acababa-de-sonar-en-iCat se fundía lentamente.

La cura de humildad (una constante vital) estaba siendo legendario. Y que conste que escribo todo eso sin ningún tipo de afectación antropológica ni ninguna condescendencia europea-occidental mal entendida, sino al contrario. Yo soy de donde soy, tengo los referentes que tengo y disfruto de las cosas que disfruto. Pero ¿eso a menudo quiere decir, paradójicamente, que no tengo claro de dónde vengo, que no sé demasiado cuál es mi flow, que desconozco si estas cualidades tienen que ver con un hecho cultural o genético, y que no sé si no sé si nuestra música de raíz me es desconocida porque se ha visto arrinconada o porque no es tan buena o está tan bien barnizada como toda aquella que suena por todas partes y a toda hora y que nos llega de la West Coast, o de Philadelphia o de Londres o incluso, cada vez con más frecuencia, de los laboratorios secretos (?) donde miles de músicos esclavos componen música de reiki (?) o música-sanadora-basada-en-ondas-theta-o-alpha que nos ponemos para huir de una realidad que a menudo se vuelve insondable (o insoportable). Namasté