Barcelona, 28 de diciembre de 1578. Fernando de Toledo, virrey hispánico de Catalunya, ordenaba la ejecución de Montserrat Poc, uno de los primeros jefes supremos del bandolerismo catalán, que se anticipaba medio siglo al liderazgo de los míticos Serrallonga y Perot Rocaguinarda. En 1570, Montserrat (entonces era un nombre de pila masculino) y sus hermanos Joan y Pere habían formado un grupo de bandoleros que se convertiría en uno de los elementos pioneros del fenómeno del bandolerismo organizado y jerarquizado. Bartomeu Domingo, alias Moreu Cisteller, Antoni Roca, Janot Riembau, Bartomeu Camps, alias l'Empordanès, y Montserrat Poc serían los primeros jefes bandoleros que hicieron crecer a sus cuadrillas hasta convertirlas en pequeños ejércitos y que pasarían del simple robo a particulares al asalto a convoyes del fisco real.

Grabado de Barcelona (1563). Fuente Wikipedia

Grabado de Barcelona (1563) / Wikipedia

Para entender el porqué de este salto hay que situarse en el escenario dantesco de la Catalunya de principios y mediados de la centuria de 1500. Catalunya salía de tres guerras civiles devastadoras —las revoluciones remensas y las crisis de la Biga y la Busca—, que en la segunda mitad de la centuria de 1400 habían reducido el país a cenizas. Los índices demográficos y económicos inmediatamente posteriores a los conflictos, los fogajes de 1497, indican que Catalunya había retrocedido a mínimos que los historiadores estiman equiparables a la centuria del año 1000. La incontestable victoria de los payeses de remensa, rebajada a la categoría de pírrica por la traición de Fernando el Católico, consiguió enviar a la papelera de la historia un buen número de los indecentes privilegios de los que gozaba la aristocracia catalana.

Grabado de Girona (1612). Fuente Blog Piedras de Girona

Grabado de Girona (1612) / Blog Pedres de Girona

El derecho a maltratar u otros malos usos tan o más indecentes, como la cugucia, la exorquia, la intestia, el arsia, la firma de spolii o la remensa, que eran figuras jurídicas que legitimaban el espolio y la servidumbre en todas las formas y con todos los pretextos posibles e imaginables, fueron liquidados. La victoria remensa abrió la sociedad catalana, o lo que quedaba de ella, a un nuevo escenario de posibilidades. Pero también de desclasados. Y, si bien es cierto que la necesaria recuperación de las infraestructuras devastadas en los conflictos —caminos, puentes, hostales, molinos, canales, masías, marjales— provocó una formidable demanda de mano de obra, también lo es que miles de personas quedarían literalmente expulsadas del sistema y se convertirían en la cantera que alimentaba el fenómeno del bandolerismo.

Grabado de Lleida (1563). Fuente Blog Cuál la Hacemos

Grabado de Lleida (1563) / Blog Quina la Fem

En la primera mitad de la centuria de 1500, la tarea de reconstrucción de infraestructuras y de recuperación de explotaciones fue muy lenta. El país no tenía ni capital ni brazos. Catalunya había perdido casi la mitad de la población: había pasado de los más de 400.000 habitantes que marca la punta demográfica del fogaje de 1358 a los poco más de 260.000 del fogaje de 1497. Y las clases mercantiles del país, condicionadas por los acontecimientos, habían virado hacia un modelo de inversión rentista que de ningún modo facilitaba la recuperación. Tendría que pasar medio siglo hasta que la formidable inmigración occitana, que cambió la fisonomía del país para siempre, hiciera notar los efectos de la recuperación. Tiempo suficiente para transformar las pequeñas y tradicionales bandas de ladrones de camino real en las grandes cuadrillas de bandoleros organizados y jerarquizados.

Grabado de Manresa (1652). Fuente Centro de Estudios del Bages

Grabado de Manresa (1652) / Centre d'Estudis del Bages

Este elemento es muy importante porque no tan solo explica el origen de las grandes bandas de bandoleros, sino que también dibuja con mucha precisión el perfil social y cultural de los catalanes de la época. El historiador Josep Fontana, fallecido recientemente, había dicho muchas veces que los catalanes y las catalanas del inicio de la centuria de 1500 tenían más cosas en común con los sicilianos y los napolitanos que con los neerlandeses o los ingleses. El viraje ideológico hacia las potencias atlánticas llegaría más tarde, cuando la inmigración occitana (1550-1640) había casi duplicado la población del país. Y en cuanto a la forma de ser de los catalanes de 1500, Fontana la resumía con al frase: "Eran perezosos y extremadamente violentos". En definitiva, el caldo de cultivo idóneo para hacer que se expandiera un fenómeno que acabaría siendo la primera preocupación del poder.

Grabado de Tarragona (1563). Fuente Wikipedia

Grabado de Tarragona (1563) / Wikipedia

Esta idea también es muy importante porque explica la asociación entre las bandas bandoleras y las clases más marginales de aquella sociedad, especialmente hostil con los más humildes. El historiador Sebastià Bennassar explica que la actividad de Montserrat Poc, con todo lo que significa el concepto de actividad, se inicia en abril de 1570. Tres meses y pico antes, algunos de sus hombres, que se estaban armando en cuadrilla, fueron capturados. Pero no por los somatenes armados por las autoridades municipales, que eran quienes tradicionalmente se ocupaban de la seguridad de los caminos y villas, sino por los oficiales reales, que dependían directamente del virrey Toledo. Un salto cualitativo que explicaría la dimensión de la respuesta. El grupo de Poc asaltó y mató al comisario real Pere Mateu y a buena parte de su comitiva en un desfiladero entre Piera y Vallbona, en la Anoia.

Grabado de Tortosa (1563). Fuente Ayuntamiento de Tortosa

Grabado de Tortosa (1563) / Ayuntamiento de Tortosa

El grupo de Poc, convertido en un pequeño ejército, se abalanzó sobre la comitiva del comisario real al grito de "Muyren los traïdors", un detalle que de ninguna manera justifica la ideología doméstica del fenómeno, lo de que "los catalanes resolvemos nuestras cosas entre nosotros". Nada más lejos de la realidad. El virrey Toledo no era un funcionario castellano cualquiera, sino que también era el prior de la orden de los caballeros hospitalarios de Castilla e hijo ilegítimo —pero miembro, al fin y al cabo— de la poderosa casa de los Alba, estrechamente vinculada a los intereses políticos de la monarquía hispánica. El virrey Toledo no era tan solo el brazo ejecutor del proceso de castellanización cultural y política de Catalunya, sino también el paraguas de ciertas clases privilegiadas, colaboracionistas e involucionistas catalanas, que se cobijaban en él.

Y ahí es donde está la asociación entre las clases humildes y el bandolerismo inicial. La fábrica de esta conexión sería, paradójicamente, la administración hispánica. Mucho antes de las ejecuciones de Moreu (1543), Camps (1565), Riembau (1566) y Poc (1578) por una administración hispánica que, interesadamente, protegía los privilegios de los poderosos que pretendían rescatar y actualizar los malos usos, los jefes bandoleros ya se habían convertido en mitos populares. Sus acciones no tuvieron nunca un carácter de reparación: nunca fueron la versión catalana del mito de Robin Hood. Sin embargo, sí fueron los únicos de su tiempo que se enfrentaron con un poder que se sustentaba sobre la injusticia. Su sanguinaria carrera y su dramática muerte no harían más que dar dimensión a un fenómeno que, más tarde, culminaría con Serrallonga y Rocaguinarda.

Imagen principal: Mapa de Catalunya (1608) / Institut Cartogràfic de Catalunya