Los tribales, los delfines y los piolines a todo color de principios de los 2000 han dejado paso a diseños más trabajados y menos reproducibles a gran escala. Parece que, de algún modo, se busca la singularidad, la validación ajena o el dominio del patiment. Los tatuajes ya han dejado de ser una excepción para convertirse en casi una regla: según datos de la Academia Española de Dermatología y Venereología, el 30% de la población entre 20 y 40 años lleva algún tatuaje en su piel – y la cifra asciende en las personas de entre 30 y 50 años, superando el 40%. Y es que el fenómeno de los tattoos sobrevive a generaciones, modas y prejuicios, mutando con la sociedad hasta llegar a estudiarse como una disciplina artística. Desde hace algún tiempo, incluso algunos campos de estudio van un paso más allá para conectar la acción de tatuarse con el psicoanálisis.

El descubrimiento de la momia Ötzi en 1991 ya explicó al mundo que los tatuajes se utilizan desde hace más de 5.000 años. Concretamente, este hombre de hielo de 3.255 años tenía 61 por todo el cuerpo. La hipótesis más aceptada respecto a este grupo de líneas es que cada una representaba una especie de tratamiento para el dolor similar a la acupuntura china, sirviendo los tattoos como dibujos esotéricos asociados a rituales de curación. Después las marcas de tinta pasaron a ser un modo de mostrar la pertenencia a una tribu, un cambio de etapa o un privilegio de la realeza en algunos lugares, hasta que en pleno siglo XX sirvieron sobretodo para identificar a tribus urbanas, maleantes y presos. Y ahora, ¿qué nos empuja a marcarnos de por vida?

annie spratt gv1I7bYLLDI unsplashEl afán por tatuarse suele aparecer en la adolescencia. / Unsplash

Tener en cuenta la particularidad

Hay quien dice que son solo para hacer bonito, otros para reflejar un aprendizaje o un logro, un recuerdo o una superación. Pero incluso cuando se trata de una estética determinada, no hay tatuaje sin una historia detrás. “Siempre está en juego la subjetividad de quien elige este tipo de marcas, aun cuando el sujeto busque algo del orden de lo estético y desconozca los componentes inconscientes que pueden estar en juego en el acto de tatuarse”, explica Bibiana Vangieri, psicóloga, psicoanalista y autora del libro Tatuajes, autolestiones, fenómenos psicosomáticos (Letra Viva), un ensayo psicoanalítico que indaga en los avatares que atraviesan el cuerpo humano como respuesta a un sentimiento o emoción, sobre todo relacionados con la angustia.

Vangieri: “En el tatuaje, también hay una cierta dictadura a nivel de lo social en un momento en que las personas buscan satisfacción”

Algo que puede llegar a tener más de terapéutico que de superficial. “A veces el tatuaje se realiza con el intento de elaborar algo, como una manera de vérselas con la angustia, asociada a una situación dolorosa o a un duelo que hay que transitar”, dice Vangieri, aunque hace hincapié en que una marca en la piel nunca puede ser sustitutivo de un trabajo psíquico real para superar un mal trago, porque hacerlo sería un intento fallido de tirar adelante. Pero el tatuaje es una práctica multifacética con un montón de lecturas: desde el placer por el dolor a la apropiación del cuerpo o la simple satisfacción por tatuarse. Además, no se puede generalizar: cuando hablamos de tattoos, la particularidad de cada persona siempre es la que manda.  

Pero en pleno auge de las redes sociales no se puede separar el arte del tatuaje de la mirada, tanto la propia como la del otro. Le damos prioridad a la validación externa y jugamos a generar reacciones, ya sea a través de impactos bellos o desagradables. Según la psicoanalista, hay algo del orden de la satisfacción en el mirarse y en el ser mirado, y por eso se busca tener una marca permanente para dejar fe de algo – una situación, una imagen, un sentimiento. “Sin duda se trata de una época que empuja al sujeto a ciertas prácticas excesivas, de ahí que después de un tatuaje, una perforación o una cirugía suela venir otra, y otra, y otra; hay una cierta dictadura o tiranía a nivel de lo social en un momento en que las personas buscan satisfacción”, comenta.
 

lucas lenzi zeT i6av9rU unsplashEn las últimas décadas, ha habido un cambio cultural que ha contribuido a eliminar los estereotipos hacia las personas tatuadas. / Unsplash

Y es que en este punto también hay que tener en cuenta que el afán por tatuarse aparece, especialmente, en la adolescencia, cuando están muy presentes la vulnerabilidad emocional y la búsqueda de madurez. También puede tener una relación directa con la reapropiación del propio cuerpo. “Es como escribir algo que marca un cambio o un crecimiento, un apartarse de las figuras parentales y dejar atrás el cuerpo de niño, pero siempre habrá que escuchar el caso particular de cada uno”, matiza.

¿Es tabú tatuarse?

Durante décadas, el tatuaje ha sido motivo de estigma y prejuicio para gran parte de la sociedad: a más tatuajes, menos validez. La rápida extensión de los tattoos ha propiciado un cambio cultural que ha contribuido muy positivamente a que deje de tratarse como una marca diabólica y empiece a verse como una simple decoración, un trozo de arte pegado a la piel. Pero no todo está hecho: aún quedan estereotipos alrededor de las personas tatuadas, sobre todo en el ámbito laboral. Según un estudio de la Universidad de Tampa (Florida), el 89% de personas encuestadas reconoció que, a la hora de tatuarse, primero pensó en el impacto que causarían las marcas a la hora de encontrar trabajo; y un 70% dijo que eligió una zona del cuerpo que pudiera taparse.

Vangieri cree que el tatuaje ya no es un tema tabú porque vemos cuerpos muy marcados y cada vez más; ella prefiere hablar de enigma. “Es un enigma ante la mirada del otro, un enigma a descifrar, y la única manera de descifrarlo es escuchando la palabra de quien porta ese tatuaje”. E aquí también la visión relacional de los tatuajes, las interpretaciones que cada persona tenga de ellos o las ideas rebuscadas que han empujado a alguien a tatuarse lo que sea. Hablar de esos lienzos contadores de historias que, a veces, también prefieren no ser contadas.