Hola. Buenos días. Si estás leyendo este artículo supongo que es porque eres un estudiante ingenuo y alegre que acaba de completar con éxito las PAU. Felicidades. O quizás tendría que decir que te acompaño en el sentimiento. No lo sé, eso dependerá del estrato social donde tu familia haya puesto el nido. Si tu padre te ha pagado los diecinueve viajes al sureste asiático que exhibes en los highlights de Instagram, felicidades. Tienes que saber que eso ya está hecho. No tendrás ningún problema.

Si, por el contrario, formas parte de la extensa división que podemos situar entre la clase media-alta, la media-baja y la baja, pues te acompaño en el sentimiento. Te dispones a entrar en la universidad, una entidad que, talmente como si fuera un camión Chevrolet NKR-512 lleno de cerdos, te llevará a ti y a tus compañeros a un destino de no retorno: el matadero.

Pero tranquilo. Estamos aquí para ayudar. No para ofrecerte un futuro más digno –eso no depende de mí, como te puedes imaginar–, pero sí para darte unos breves consejos sobre la realidad que te espera a partir de ahora.

La universidad

Es normal que ir a la universidad te haga ilusión. Yo te entiendo. A los niños pequeños también les brillan los ojos cuando van a esperar a los Reyes Magos. Lo que no saben es que aquellos tres hombres no vienen de Oriente, sino del bar Antonio, donde han dragado diecisiete quintos y se han gastado la paga de sus hijos en la máquina tragaperras, aquella que tiene una prostituta a un lado y un cowboy en el otro. El teórico rey negro, además, ni siquiera es negro. Lo han pintado con ceras del Lidl. Pero a pesar de ello los niños se plantan delante de las carrozas y hacen bailar el farolillo con entusiasmo. No sé si vas pillando la analogía.

El problema de la universidad es relativamente sencillo de explicar: una buena parte de los profesores que tendrás, encargados de revelarte los secretos mejor escondidos de tu futura profesión, no han ejercido nunca la profesión en cuestión. A partir de aquí todo va cuesta abajo.

Partiendo de esta premisa, tienes que saber que la auténtica universidad tiene lugar fuera de las aulas. No seré yo quien te diga que los amigos que harás serán de por vida. Algunos, pocas horas después de haber compartido la ceremonia de graduación, peregrinarán a sus pueblos de origen y no les verás nunca más, convirtiéndose en una mera imagen del pasado, talmente como si fueran el simpático recuerdo de aquella eyaculación precoz con la que hace unos años, cuando todavía no sabías cómo funcionaba el organismo humano, empapaste tus calzoncillos del Decathlon después de tocar una teta por primera vez. Otros, en cambio, se convertirán en fieles camaradas, compañeros de piso y, quién sabe, quizás en los futuros progenitores de tus hijos.

Mi consejo, pues, es que aproveches la etapa de universidad para salir de fiesta, fornicar y drogarte. Es broma. Drogarte no. Quien te escribe se pasó una buena parte de los cuatro años de carrera creyendo en la fábula de la cultura del esfuerzo. Incluso se me atrevería a decir que me lo curré. Y aquí me tienes, escribiendo artículos sobre Joan Bonanit y Nélson Semedo. No sería el paradigma de éxito, precisamente.

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Si sales mucho de fiesta podrás vivir una experiencia extracorporal / Pixabay

La vida después de la uni

Si te recomiendo que aproveches la etapa de la universidad para pasártelo bien no es porque yo sea un articulista abonado al hedonismo. Lo hago para prevenirte. Hay que aprovechar el tiempo. Quizás lo parece, pero el tópico del carpe diem es algo más que una frase ideal para tatuarse sobre el codo.

Después de graduarte tendrás dos opciones: buscar trabajo o prolongar la estancia en el purgatorio que te separa del mundo laboral. Si optas por la segunda opción, quizás decidirás matricularte en un máster que servirá para abrirte puertas –no pasará– y para seguir formándote académicamente. También para que varias universidades del país hagan en agosto aprovechándose del ímpetu juvenil, pero eso es una cuestión sobre la que no tienes ninguna responsabilidad. Son viejos y es su manera de chuparnos la vida.

Lo que también puede pasar, sin embargo, es que, con buen criterio, quieras aprovechar tus últimos meses de libertad antes de aceptar la primera oferta precaria que se te presente (si es que no la has tenido que aceptar antes, durante tu vida estudiantil, con el fin de hacer frente a una matrícula abusiva, claro está). Esta libertad –que en la práctica no lo es– a menudo consiste en viajar fuera del país para ver mundo y, redoble de tambores, salir de la zona de confort.

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Es muy importante que viajes para ver pingüinos o niños africanos pobres / Pixabay

No soy un cínico cabrón, lo prometo. Sé de qué hablo. Yo mismo estudié periodismo durante cuatro años (se aceptan insultos) y después, en lugar de buscar mi primer trabajo estable, decidí emprender una aventura en Holanda, un país que me acogió negándome el permiso de residencia y que me heló los testículos hasta convertirlos en dos semillas de bonsai. Allí, después de resolver una burocracia eterna que por momentos me hizo añorar a mi odiada Españita, empecé a trabajar en la cocina de un restaurante de sushi donde el responsable, supongo que por aquello de la comunión entre lenguas románicas, decidió que un brasileño adicto a los estupefacientes fuera mi intérprete en los fogones. Todo esto se tradujo en un desafortunado accidente en el que la vaporera, programada para cocer almejas, braseó vilmente mis manos inocentes y, de paso, provocó que unos chinos con los derechos laborales de una piedra se rieran de mí hasta el día en que dije adiós a aquel restaurante de mala muerte. Fue entonces cuando abandoné la zona de confort y descubrí que si se llama de confort es por algo.

Buscar trabajo

Pero pongamos por caso que vas directo al grano. Que acabas la universidad y te dispones a buscar trabajo. En caso de que estuvieras viviendo dentro de una burbuja, ahora descubrirás por qué una buena parte de la gente que te rodea está hasta los cojones de España, Catalunya y de los políticos con la capacidad de raciocinio de un espárrago que nos rodean.

Lo primero que tienes que saber a la hora de buscar trabajo es que un buen contacto es más importante que un buen currículum. No descubro la sopa de ajo, seguro de que lo has oído mil trescientas veces. Pues tío, si lo has oído mil trescientas veces es porque es absolutamente cierto.

Desgraciadamente, este mecanismo da alas a dos tipos de personas: los enchufados y los pelotas. Oh, que en són, de bones. Pero no me malinterpretes: tener contactos –o mejor dicho, buscarlos– es positivo. La cuestión consiste en conseguirlos sin degradarte como persona y manteniéndote fiel a ti mismo. Esta es la única vía para tener trabajo pero también dignidad.

Las estancias de prácticas son un hábitat ideal para presenciar cómo algunos de tus compañeros becados pierden su poco decoro con el fin de disponer de una oportunidad que, aunque fueran el futuro Premio Nobel, quizás tampoco llegaría. Millones de tazas del Mr.Wonderful te dirán el contrario, pero hay que ser consciente de que hay muchos condicionantes que no dependen de ti. Condicionantes tan simples como el contrincante que te ha cogido el sitio, por ejemplo, sea el sobrino del director general.

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Esto es lo que sale en el banco de imágenes gratuito Pixabay si buscas 'chica feliz' / Pixabay

Así pues, si me consideras a una persona digna de dar consejos, te recomiendo que seas tú mismo. Sí, es la sugerencia más cándida que te pueden hacer, pero también es la más realista. Si eres bueno, ya tienes la mitad del trabajo hecho. La otra mitad, caer bien o no, no depende de ti y no tiene sentido darle más vueltas. Como diría el Ada Colau, me sabe mal tener razón.

En cualquier caso, tampoco hay que engañarse: el paro es un problema tangible, sobre todo después de que un chino decidiera zamparse un tataki de murciélago infectado. Las ofertas laborales son escasas y precarias y contra eso no hay consejo que valga. Solo queda confiar en tu talento y rezar para que los astros se alineen. Si lo tienes, llegarás lejos. O eso es lo que todos queremos pensar.

El mundo laboral

En fin, vamos acabando, que eso ya se está alargando. Encontrar un trabajo es algo que celebrar, pero con el tiempo probablemente te darás cuenta de que trabajar es una suerte y una perdición a la vez. Dedicarte a aquello que quieres te lo pondrá más fácil (lo digo por experiencia), pero créeme, ninguna profesión te llenará más que tumbarte en una cala escondida de la Costa Brava con la persona que te gusta. Bien, este es un ejemplo, pero ya me entiendes.

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Un suricata, a punto de ser exterminado por un empresario cabrón / Pixabay

Como solo tengo 24 años, tengo que reconocer no me atrevo a dar más lecciones sobre el mundo laboral. Una cosa que aprenderás rápido, y eso, solo para que conste en acta, no lo digo yo, es que las decisiones implícitas de tu profesión las tomarán jefes que no se dedican a tu profesión. Así, si consigues un curro en el Zoo, por ejemplo, podrás entregar toda tu pasión por los animales sobre los suricatas de la jaula 39, pero este hecho no impedirá que la dirección del recinto decida sacrificarlos a todos para poner una tienda de FrigoPies en su espacio. La vida, cuando eres joven o cuando eres una suricata, es especialmente difícil.