Münster (principado independiente de Westfalia); 24 de octubre de 1648. Hace 375 años. Los representantes diplomáticos de las principales potencias europeas firmaban un tratado de paz que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) —un conflicto entre las monarquías hispánica y francesa para dirimir el liderazgo continental. Desde que se habían iniciado las conversaciones (1645); Catalunya, que aspiraba al papel de estado tapón entre los dos gigantes europeos, había participado en aquellas conversaciones; personificada por tres representantes diferentes que jugaron un papel triste. En aquellas mesas de conversación, que acabarían dibujando el nuevo mapa continental, Catalunya perdió una oportunidad única: confirmar su independencia; que se estropearía por la escasa altura política y la nula convicción en la posibilidad de país de sus diplomáticos.

Richelieu y Olivares. Fuente National Portarit gallery, Londes y Museo Hermitage, Sant Petesburg
Richelieu y Olivares. Fuente National Portarit gallery, Londes y Museo Hermitage, San Petesburgo

La Guerra de los Treinta Años

El estallido de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) tenía muchos cantos; pero, básicamente, obedecía a la maniobra de relieve del liderazgo continental. A inicios de siglo la monarquía hispánica había ingresado en un escenario de crisis galopante, motivado por el agotamiento repentino de las minas americanas, que anticipaba el fin de un liderazgo continental que ostentaba desde la coronación de Carlos de Gante (1518). Y la renovada monarquía francesa, primera potencia demográfica del continente, y que aparentemente había resuelto las crisis dinásticas y religiosas del siglo anterior; se disponía a asumir el liderazgo europeo. Sin embargo, después de un cuarto de siglo de guerra (1643), la balanza del conflicto no se había inclinado —cuando menos, de forma decisiva— en beneficio de ninguna de las dos partes; y el resultado era, todavía, del todo incierto.

La Guerra de Separación de Catalunya

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) era como una gigantesca y siniestra katiuska que ocultaba otros conflictos de alcance menor. Uno de estos era la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). Las causas son largas de enumerar; pero, básicamente, el conflicto había sido provocado por el intento hispánico de liquidar la relación bilateral Poder Central-Catalunya; y por la estrategia hispánica consistente en desplazar al Rosellón el principal frente de guerra con Francia, que había provocado la devastación del Principado. El presidente Pau Claris había proclamado una República (17 de enero de 1641) que se transformaría en un principado regido por Luis XIII de Francia (23 de enero de 1641). Catalunya había transitado de la categoría de estado semiindependiente dentro de la monarquía compuesta hispánica, a la de estado independiente en la órbita política francesa.

Lluis XIV de Francia y Felipe IV de las Españas. Fuente Palau de Versalles, Paris y National Portrait Gallery, Londres
Luis XIV de Francia y Felipe IV de las Españas. Fuente Palau de Versalles, Paris y National Portrait Gallery, Londres

¿Qué se debatía en Münster?

Los artífices de aquel conflicto (el primer ministro francés, cardenal Richelieu; y su homólogo hispánico, conde-duque de Olivares) habían desaparecido de la escena. El primero había muerto el 4 de diciembre de 1642, y el segundo había sido fulminado políticamente siete semanas después, el 23 de enero de 1643. Con estos obstáculos eliminados, se iniciaron las primeras conversaciones. No obstante, hasta que los frentes catalán y flamenco no se cronificaron, no se formalizaron las conversaciones. En 1645, el ejército catalano-francés dirigido por La Mothe y por Margarit; controlaba la totalidad de Catalunya; a excepción de las plazas de Tortosa, Tarragona y Roses; que, a pesar de los esfuerzos catalano-franceses, se mantenían en manos de los hispánicos desde el inicio del conflicto. En Münster se pretendía resolver una guerra que las armas de los contendientes no habían podido inclinar.

La diplomacia catalana en la conferencia de Münster

El Dietario de la Generalitat consigna que el 20 de agosto de 1643, Josep Fontanella (hijo de Joan Pere Fontanella, exconsejero jefe del gobierno del difunto presidente Claris) partía de Barcelona como representante plenipotenciario de Catalunya en la conferencia de Münster. Los catalanes habían sido invitados a la conferencia por el cardenal Mazzarino, sucesor del difunto primer ministro Richelieu; para explicar a los hispánicos y al mundo que Catalunya era hija de Francia. En aquella época, precisamente, la cancillería de París rescató del mundo de los muertos el término "Marca Hispánica"; que nunca había superado la categoría de proyecto político carolingio, ni nunca había trascendido de los muros del palacio de Carlomagno. El nombramiento de Fontanella era fruto de un consenso entre Barcelona y París, pero su tarea en Münster sería una caja de sorpresas.

Grabado de Munster (1570). Fuente Wikimedia Commons
Grabado de Münster (1570). Fuente Wikimedia Commons

El embajador Fontanella

Fontanella fue uno de los negociadores más destacados de la mesa de Münster. Defendió, encarnizadamente, la independencia de Catalunya, de los Países Bajos y de la Confederación Helvética; que eran los tres estados que, en aquella conferencia, se jugaban su trascendencia. Neerlandeses y helvéticos culminarían aquellas conversaciones con el reconocimiento de sus respectivas independencias. Pero, en cambio, Fontanella no sería capaz de lo mismo. Bien sea por la crisis de confianza que ya afectaba a las relaciones Barcelona-París (fruto de las desavenencias militares), bien sea por la pérdida de confianza en las posibilidades de Catalunya en aquel proyecto, o por las dos cosas juntas; negoció personalmente con el embajador español Diego de Saavedra Fajardo una paz secreta que dejaba a los gobiernos de Barcelona y de París con el culo en el aire.

El embajador Ardena

Los franceses descubrieron a Fontanella y exigieron su relevo inmediato. Mazzarino ya estaba hasta la coronilla. El catalán se había opuesto, rotundamente, a ceder Tortosa, Tarragona y Roses a los hispánicos a cambio de la paz; que, en definitiva, era lo que pretendía Mazzarino para salir del paso. Y la revelación de sus encuentros secretos con Saavedra serían la guinda de un pastel maloliente. En diciembre de 1644, la Generalitat lo cesaba fulminantemente y lo reclamaba en Barcelona. Pero, por alguna razón, no fue nunca procesado. Fontanella fue sustituido por el militar Josep d'Ardena i de Sabastida, que, con el, también, militar Josep Margarit formaba parte del núcleo duro del partido profrancés. Ardena se incorporó a las conversaciones de Münster a principios de 1645; y estuvo hasta la firma de Paz de Münster (1648).

Mapa político de Europa (1645). Fuente Biblioteca Digital Hispánica
Mapa político de Europa (1645). Fuente Biblioteca Digital Hispánica

El embajador Martí

Si la misión diplomática de Fontanella había acabado como el rosario de la Aurora, la de Ardena no concluyó mejor. A finales de octubre de 1648, la cancillería catalana descubría azorada que Ardena se había doblegado, totalmente, a las exigencias de Mazzarino, Naturalmente, en beneficio personal. El representante catalán había aceptado en nombre del gobierno de Catalunya —pero sin la autorización del gobierno de Catalunya— convertir el país en una moneda de cambio: París rompía la alianza con Barcelona y dejaba a los catalanes en las garras de Madrid; y, a cambio, obtenía una serie de plazas militares estratégicas en el sur de los Países Bajos hispánicos (la actual Bélgica). En esta traición, estuvo, también, parte activa, Francesc Martí, que había sido enviado, teóricamente, para asesorar a Ardena, pero, en la práctica, con la misión de informar secretamente a la Generalitat.

Paz de los Pirineos

En Münster (1648) Luis XIV y Mazzarino vendieron Catalunya a cambio de poner "una pica en Flandes". Y en la Isla de los Faisanes (1659) Felipe IV y Haro, el relevo de Olivares, aceptaron la mutilación de Catalunya para conservar el centro y norte de los Países Bajos hispánicos (que Felipe V acabaría cediendo a Austria a cambio de la Paz de Utrecht, 1713), y para escarmentar a los catalanes. Aquella brutal mutilación (Perpinyà era la segunda ciudad del país) sería, obra, exclusivamente de las cancillerías hispánica y francesa; pero tenía una raíz política que remontaba en el triste papel de los representantes diplomáticos catalanes en la conferencia de paz más importante del siglo XVII europeo: Münster. En aquella Catalunya en la encrucijada de su historia, algunos hombres no tuvieron la talla de estadista que requería su responsabilidad. Y el país lo pagó severamente.