48 euros pagará una pareja con dos hijos para visitar durante una hora el modernista palacio Baró de Quadras, sede del lnstitut Ramon Llull, el organismo público encargado de difundir la cultura catalana en el exterior. La institución ha llegado a un acuerdo con la empresa Cases Singulars, que a partir de hoy gestionará las visitas guiadas a este edificio modernista, obra del arquitecto Josep Puig i Cadafalch, situado en la Diagonal, entre el Passeig de Gràcia y Pau Claris. Las visitas tendrán lugar todos los miércoles (día laborable), en horario de trabajo y escuela (de las once a las dos, según la lengua escogida).

¿Accesible o inaccesible?

La dirección del Llull ha presentado esta iniciativa, no como una estrategia para aumentar los recursos de la institución, sino como un loable intento de hacer accesible el patrimonio arquitectónico de Barcelona, aunque ha reconocido que, hasta ahora, cada día el palacio recibía espontáneamente a unos 150 visitantes. Evidentemente, ni el horario escogido para las visitas, ni el precio impuesto, facilitan el acceso de los catalanes al patrimonio barcelonés, sino que se orientan hacia sumar el palau Baró de Quadras a la oferta turística de la ciudad. El mismo día que el conseller de Cultura, Santi Vila, reconocía en la Comisión de Cultura del Parlament que hay sectores de la población catalana que no tienen acceso a la cultura y se comprometía a democratizar los bienes culturales, el Llull tomaba una medida en sentido contrario. De hecho, las principales estancias que se muestran en la visita guiada, el comedor y el salón de los barones, ya se ofrecían en empresas y particulares en régimen de alquiler para celebrar diferentes acontecimientos.

Un edificio excepcional

El modernista palacio Baró de Quadras fue declarado Bien Cultural de Interés Nacional el 9 de enero de 1976. El arquitecto responsable de la obra fue Josep Puig i Cadafalch, que la acabó hacia el 1906. Contó con la colaboración de los escultores Alfons Juyol y Eusebi Arnau y del artesano Manel Ballarín, que se encargó de las tareas de forja, especialmente de las rejas de la planta baja. El edificio también se destaca por un esmerado trabajo de carpintería en las vigas, y por los mosaicos cerámicos de gran calidad. La fachada que da a la Diagonal imita el gótico del norte de Europa, e incluye el nuevo escudo nobiliario de los Quadras. Pero la decoración del edificio se caracteriza por el eclecticismo; incluso hay elementos arabizantes, como los arcos de las salas o el uso de cerámica en muchos lugares... Uno de los mayores méritos de este palacio es el buen estado de conservación de los interiores. De hecho, hasta 1974 la familia del barón de Quadras residió en el edificio, y utilizó sus dependencias. Así pues, las salas han sufrido pocas reformas, y se conservan la chimenea original, un lavamanos, las puertas, los vitrales de las ventanas... Y, sobre todo, se mantiene la disposición original de las plantas nobles del edificio, sin muchos cambios...

En la ruta del modernismo

Desde el terrado del palacio Baró de Quadras se tiene una magnífica visión de la Casa de les Punxes, otra de las obras modernistas emblemáticas de Puig i Cadafalch, con la Sagrada Familia de fondo. Y, con un poco de atención, desde otro punto del terrado, se pueden ver las chimeneas de la Pedrera. A un par de esquinas del Palau, se encuentra la casa Serra, actual sede de la Diputación de Barcelona, otra obra de Puig i Cadafalch. Y todas estas obras se sitúan a poca distancia de la casa Ametller, de la casa Lleó Morera y de otras joyas del modernismo catalán, concentradas en torno al Passeig de Gràcia, en el Eixample barcelonés. El Palau Baró de Quadras no puede ser considerado una de las grandes obras del modernismo barcelonés, por las pequeñas dimensiones del solar sobre el que se erige, pero sí que es digno de ser considerado "una pequeña joya del modernismo".

El barón y los otros

En 1900 el industrial Manuel de Quadras obtuvo de la regente Maria Cristina el título de barón. Enseguida pensó en erigirse un palacio en el Eixample. Pero no construyó uno nuevo, sino que aprovechó un edificio preexistente, con entrada por la calle Rosselló, para reformarlo y erigir su lujosa residencia particular. Como otros propietarios de la época, a pesar de construirse un palacete, no renunció a poner inquilinos en el resto del edificio: el negocio ante todo. Así, el aristócrata se quedó los pisos inferiores, como residencia personal y estancias del servicio. El piso inferior era destinado a la recepción y a dependencias del palacio. En el semisótano residía el servicio, que tan sólo recibía luz en sus habitaciones a través de unas pequeñas ventanillas cerradas por una gruesa reja. Los tres pisos superiores se reservaban para alquilar y estaban claramente diferenciados de las dependencias del barón. Así, el palacio tiene dos fachadas claramente desiguales: la de la calle Rosselló es elegante, pero puede pasar desapercibida a un peatón despistado, pues no destaca especialmente; en cambio, la de la Diagonal es muy suntuosa, con un sobrecargado estilo neogótico que incluye esculturas por todas partes. Y eso porque los inquilinos entraban por la calle Rosselló y el barón por la Diagonal. Las puertas, evidentemente, son diferentes. Y si la entrada de los arrendatarios dejaba paso a una escalera estrecha, la de los aristócratas era una imitación de las escalinatas de los palacios góticos de la calle Montcada de Barcelona, e incluso tenía una fuente esculpida en su pie. Evidentemente, las preciosas luces de forja decoradas con un dragón tan sólo las encontramos en la entrada de la Diagonal.

 

Fotografía: Salón de los barones, con vistas a la Diagonal. Institut Ramon Llull