A estas alturas del verano, quien más quien menos, está ya agotado. La temporada ha sido larga; el cuerpo y la mente piden descanso. Así que, repasando agenda y actividades, comparto con mi madre los conciertos que me quedan por cubrir antes de coger vacaciones. Para hacerle memoria de quién es el de este sábado, le digo: ¿te acuerdas de aquella camiseta roja que tuve de joven con su logotipo que seguro habrás lavado, planchado y doblado un millón de veces? Pues ese músico, Santana, es a quién voy a ver el sábado”. Aquella camiseta la compré a la salida de un concierto suyo en Poble Espanyol en fechas parecidas a estas, pero en 1993. Una época en que todo te causaba más impresión. Tuve ese concierto en la retina durante años: el sonido de esa guitarra, la combinación de estilos tan diversos, el colorido de aquellas canciones tan ardientes.    

El giro comercial con Supernatural

Santana, ya entonces, era un mito. Su aparición en Woodstock (el mítico festival de 1969 que reunió a tantos hippies) todavía es recordada. A partir de aquella gesta, discos como Abraxas o Amigos en que fundía rock, blues y la influencia afrolatina (samba, calypso y lo que le echaran). El resultado, un sonido personal ultra reconocible. Hasta que en el año 2000, todo cambia con Supernatural (ahora conmemora su 25 aniversario). Para ese disco reunió a invitados ilustres y cosechó un gran éxito con singles como Corazón espinado o Smooth. Sin duda que acertó (con una campaña de marketing espectacular), escogió el momento adecuado para publicar un álbum que reventó las listas de ventas y que gracias a él, acumuló infinidad de premios. Santana estaba hasta en la sopa (si no lo dosificabas, podía empañar). No en vano, debido a esa acción tenía que pagar algún peaje: si bien sumó a nuevos seguidores, alejó a algunos de los que le acompañaron al principio. Lo que hacía Santana en Supernatural era mucho más comercial. Algo que, a veces, entra en disputa con la autenticidad

Es el verdadero chamán

Por tanto, este era un evento que en Barcelona se había hecho mucho esperar (22 años, aunque durante ese tránsito había tocado en algún festival en Cataluña). La llegada al Palau Sant Jordi es escalonada y la media de edad, alta; algunos hasta podrían haber pisado las praderas de Woodstock. De entrada, Santana nos sitúa en una selva: videos de indígenas de etnias distintas en las tres pantallas que decoran el escenario. En lo meramente musical, una primera declaración de intenciones: la importancia de las percusiones (unos bongos y dos baterías, una de ellas la toca Cynthia Blackman, mujer y guardiana de Santana que durante años estuvo en la banda de Lenny Kravitz). Sobre todo, que el ritmo no pare. Con Soul sacrifice empieza el aquelarre. Santana sale con una preciosa guitarra dorada (con pajaritos en su mástil que parecen están a punto de volar) y una sudadera con una fotografía de John Coltrane delante y detrás. Y sí, toca como si estuviera en medio de un carnaval, comportándose como un verdadero chamán.

Carlos Santana toca como si estuviera en medio de un carnaval, comportándose como un verdadero chamán

Detrás de él tiene una mesita con complementos; maracas, silbatos y demás juguetes sonoros. El sonido es sencillamente espectacular: alto y nítido. En Black Magic Woman roba algo de protagonismo, hay un único foco que le alumbra. Pero va a ser solo durante unos instantes, lo justo para darle un poco de solemnidad. Luego ya, de carrerilla y de cara a barraca, con la banda a pleno rendimiento (mayormente son piezas instrumentales). No dan tregua, empalman unas canciones con otras: en Oye cómo va imágenes suyas de todas las épocas).

La primera media hora es antológica, es un recital asombroso. Esa parte va para aquellos que le veneraban antes de Supernatural

La primera media hora es antológica, es un recital asombroso. Esa parte va para aquellos que le veneraban antes de Supernatural. Con María, María cambia el panorama, entramos en una fase más latina. Allí bailan hasta los que trabajan en tareas de seguridad.

Aquí todos disfrutan

Santana pasa más ratos sentado en un taburete que de pie (mientras masca chicle tan tranquilo, es otro de sus rituales). No necesita hacer mucho alarde ni acopio de filigranas (ese nunca fue su estilo). Y la sensación que da con los músicos que están con él, es que todos disfrutan, cada miembro es importante y prácticamente todos gozan de su momento de gloria, sin que esto afecte al funcionamiento global de una maquinaria tan compacta (quizá el Groove medio funk tras Everybody´s Everything entre el bajista y Cynthia se alargó un poco, aunque eso sí, hay un detalle final con guiño a Ozzy y Black Sabbath muy hermoso). Tras casi una hora de concierto, Santana habla por primera vez, lo hace sobre la búsqueda; la armonía y la compasión (y hasta el perdón) para alcanzar la paz, mientras países como China, Rusia y Corea piensan en una guerra nuclear (esto último lo dijo en inglés, nuclear war). Con este mensaje sobrevolando el ambiente, en el Palau se hace de noche, está todo a oscuras y allí, omnipresente, la magia de esa guitarra inspiradora en Samba pa ti.

Son miles de estrellas

En este nuevo tramo, más presencia de un cantante, Andy Vargas, que ni da mucho ni quita poco (de hecho, resultan más estimulantes los apuntes vocales del también trombonista Ray Greene). "Barcelona, nos dijeron que aquí había techo, pero lo que vemos son miles de estrellas", dice el otro guitarrista. Y en estas, ese Corazón espinado que une a los nuevos y a los viejos y esa estrofa que es imposible olvidar: “Cómo duele el olvido, cómo duele el corazón, cómo me duele estar vivo”.

Corazón espinado que une a los nuevos y a los viejos y esa estrofa que es imposible olvidar: 'Cómo duele el olvido, cómo duele el corazón, cómo me duele estar vivo'

Y como pasa habitualmente en los eventos de deporte americano, las imágenes del público asistente en las pantallas, funcionando como otro elemento más dentro de esa escenografía. Y es que, en esta comunión que procura Santana, somos todos partícipes. Aunque esta vez, no me haya comprado una camiseta como entonces (y no porque ahora me las lave yo). Estaban mucho más caras que las de 1993. En eso también han cambiado las cosas, pero eso sí, Santana sigue tocando igual de bien, y conecta con nuestros corazones (sean espinados o no).