La ficción puede tener el don de hacernos visibles los hilos que unen el pasado y el presente, reflejándonos en realidades que no tenemos tan superadas como nos pensábamos o bien que tenemos más cerca de lo que querríamos. Ver Las noches de Tefía a las puertas de unas elecciones generales, donde el avance de la ultraderecha es una de sus amenazas fundamentales, no podría ser más ilustrativo de esta idea.

Una serie que apela a la memoria histórica

La serie estrenada por Atresplayer Premium nos hace conscientes de un lugar que quizás no conocíamos y en el fondo es un símbolo de un horror al cual podríamos volver: la conocida como Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, un campo de prisioneros de Fuerteventura donde el régimen franquista enviaba a los homosexuales y el resto de condenados por la nefasta Ley de vagos y maleantes. Creada por Miguel Del Arco, la serie tiene una estructura basada, justamente, en el concepto de memoria y como esta se manifiesta en los rincones más imprevisibles de nuestra cotidianidad. El protagonista, Airam, es un empresario que se niega a mirar hacia el pasado porque en el fondo todavía no ha superado su paso por Tefía. Pero todo cambia el día que reconoce por la calle a uno de sus torturadores. El hombre ve emerger las viejas heridas, pero revivir el trauma lo espolea a hablar con un periodista que quiere hacer un reportaje sobre aquellos años tan oscuros.

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Las noches de Tefía nos descubre la nefasta historia de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía

Las noches de Tefía se divide en tres frentes narrativos. Uno es el presente, que documenta la lucha de Airam para aceptar lo que pasó y decirlo en voz alta de una vez por todas. Es el que menos funciona, porque es demasiado plano y explicativo, y desde el punto de vista formal es el que toma menos riesgos. El segundo tiene lugar en el pasado, en el campo de prisioneros, y es el mejor de la serie: saca mucha punta al uso del blanco y negro, está llena de momentos conmovedores y está donde el reparto es muestra más inspirado. Consigue transmitir una tensión irrespirable mientras va trabajando a fondo a todos los personajes, que van ganando matices y proximidad a medida que avanza la historia. Y, tercero, está Tindaya, el cabaré imaginario que proyectan los presos para sobrevivir a las torturas, violaciones y humillaciones y que se erige en un espacio onírico de esperanza, libertad de expresión y optimismo. Es este espectáculo imaginario el que distingue la serie de otras producciones que apelan a la memoria histórica.

Una serie muy interesante que se aleja de las convenciones del género y tiene la gran virtud de construir un drama creíble, próximo y conmovedor

Es cierto que sus creadores tienen problemas para armonizar los tres registros (repercutiendo decisivamente en el ritmo de la narración), pero igualmente se trata de una serie muy interesante que se aleja de las convenciones del género y tiene la gran virtud de construir un drama creíble, próximo y conmovedor. Sobre todo porque, mientras la miras, no puedes evitar pensar que este campo de prisioneros es la perfecta metáfora de lo que pasará si los nostálgicos del franquismo asaltan las instituciones.