"Una tarde estaba en ña esquina, esperando que apareciera un camión, cuando se me acercó uno de esos pequeños limpiabotas. Hacía unos seis meses que correteaba por ahí, así que todos sabíamos cómo se llamaba. Tenía una cajita que usaba como reposapiés. [...] Otro niño se acercó corriendo y le quitó el gorro al limpiabotas. Este echó a correr detrás del otro crío mientras yo cruzaba la calle. Y, en ese momento, la caja que hacía de reposapiés estalló. Era una carga de mochilla que se llevó a veintitrés americanos por delante".

"Calley masacró a todas las abuelas y los niños de aquella aldea. Eran las únicas personas que encontrabas por allí durante el día. Nos cruzábamos con muchas de ellas y el noventa y nueve por ciento de las veces no intentaban hacerte nada. Y mira que íbamos constantemente, borrachos y colocados, dispuestos a pasar un buen rato y follarnos a todas las mujeres. Tuvieron miles de ocasiones de cortarme el cuello, pero nunca lo hicieron. Y Calley fue allí y se los cargó en todos". 

"A mi amigo le dispararon en el vientre; las tripas se le desparramaron sobre mis manos mientras yo intentaba sostenérselas. [...] Empezamos a caminar por la selva, él no dejaba de gemir y chillar. No nos quedaba morfina porque nos la habíamos zampado toda para colocarnos. Era una situación de mierda. Al cabo de un rato, se calló. El calor de la selva de Vietnam te atonta. Sigues caminando, demasiado cansado para hablar. Él no pesaba mucho, apenas lo notaba. Supongo que en algún momento se debió morir, pero yo no me di cuenta". 

"Nadie quiere saber que pasan cosas así en el mundo. No quieres saber que una persona puede sufrir heridas como esas, ni que pueden sufrirlas tanta gente a la vez. No quieres saber que hacen explotar a los niños en mil pedazos. No quieres saber lo mal que se pueden poner las cosas, ni lo mala que puede llegar a ser una misma. No quería decidir quién tendría medicamentos y quién no. Deberíamos haberlos tratado a todos como seres humanos, pero no lo hice".

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NAM, Editorial Contra

Estos sólo son cuatro de los muchos testimonios que configuran NAM, el libro con el que Mark Baker retrató la angustia, la violencia y la irracionalidad de la Guerra de Vietnam; una obra publicada en 1981 que provocó mucha controversia en los Estados Unidos y que el pasado mes de octubre llegó a nuestra casa de la mano de Editorial Contra. La también llamada Segunda Guerra de Indochina ha sido uno de los conflictos que más ha trascendido en la cultura popular, motivo por el cual a lo largo de la historia se han escrito centenares de novelas y guiones que hablan de ella. Casi ninguna de estas obras, sin embargo, ha alcanzado la extraordinaria –y seguramente insana– precisión de Baker. Y el motivo es fácil de adivinar: quien explica los hechos no es el escritor, sino los más de 150 entrevistados que vivieron la experiencia en primera persona.

Lo primero que hay que decir sobre NAM es que no es un libro apto para todas las sensibilidades, y es que los excombatientes y el personal médico que pisaron las tierras vietnamitas no se reservan nada: asesinatos miserables, heridas repugnantes, trampas terroríficas y comportamientos mezquinos. Uno de los rasgos definitorios de la Guerra de Vietnam es que transcurrió sin líneas de frente, de manera que las operaciones se llevaron a cabo en zonas no delimitadas. O en otras palabras: muertes a sangre fría, fusilamientos inesperados y pánico real a ser aniquilado o mutilado en cualquier instante. Prácticamente todos los que pueden explicarlo fueron testigo de masacres. Se trata de una de aquellas experiencias en que, cuanto más lees, más agradeces poder tener el culo sobre el sofá de casa.

Lo qué hay que agradecer a Baker, sin embargo, es no haber convertido el libro en el enésimo relato destinado a glorificar la patria, algo que tiene mucho mérito, sobre todo si se tiene en cuenta que la obra original se publicó seis años después del fin de la intervención militar estadounidense. Los protagonistas anónimos de NAM hacen un ejercicio de sinceridad tan necesario como execrable y relatan con pelos y señales sus pecados: desde maldades vinculadas al alcohol y las drogas hasta asesinatos injustificados y violaciones a personas inocentes. Algunos utilizan el contexto para justificarse, otros simplemente admiten que se dejaron llevar por la absurdidad del escenario.

Aunque la mayor parte del libro explica los horrores de la guerra, su sección más interesante probablemente es la última, en la que Baker se centra en el retorno de los combatientes a los Estados Unidos. Es entonces cuando descubrimos la otra cara del conflicto, la de la precariedad y el aislamiento de unas personas –casi siempre clase trabajadora, tal como explica Kiko Amat en el prólogo– que se han perdido para siempre. Los soldados llegan mutilados física pero también psicológicamente, con carencias irrecuperables y, en muchas ocasiones, con adiciones –desarrolladas o por desarrollar– a las drogas y el alcohol. Este hecho, sumado al rechazo de la sociedad americana progresista, genera un cóctel demasiado fuerte para una gente trastocada, víctima y culpable, incapaz de encontrar su lugar en un mundo diferente al qué dejaron y, sobre todo, diferente a Vietnam.