Generalmente, los museos suelen tener piezas de pequeño tamaño, que quepan en vitrinas. Como mucho, tienen, en el exterior, una gran pieza emblemática de grandes dimensiones. El Museo del Ferrocarril de Catalunya, en Vilanova i la Geltrú, es un caso completamente diferente. Es un museo, básicamente, de trenes. Literalmente. Su máximo atractivo es la gran colección que tienen de locomotoras en vapor. No hay dos, ni tres, ni cuatro. Hay 24 (además de muchas otras máquinas y coches, hasta un total de 50). Todo un lujo para los que aman a los trenes. El Museo del Ferrocarril está abierto, en horario de verano, todos los días de 10 a 14h30 y de 17 a 20h. El precio de la entrada es de 6 €, pero hay descuentos para ciertos colectivos. El Museo está en la plaza Eduard Maristany, junto a la estación de ferrocarril de Vilanova.

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Cuando se podía viajar en tren con todo lujo

Si Vilanova tiene este espectacular museo, en unos terrenos tan extensos junto a la estación, es porque el indiano Francesc Gumà i Ferran, en 1878, hizo una gran apuesta por el ferrocarril Valls-Vilanova-Barcelona y decidió crear una gran estación en Vilanova, donde situaría los talleres y las cocheras de la línea. Económicamente, la apuesta no podía ser más desacertada: dicen que Gumà murió a la miseria. Pero entre el legado que dejó, además de la infraestructura del museo, debería añadirse un espectacular coche, procedente de la primera compra que hizo Gumà. Es una de las piezas estrella de la colección de coches antiguos, que tiene todo el regusto de los trenes de las películas del Oeste. Pero hay otros: hay algunos coches salón de lujo, utilizados por las autoridades a principios de siglo XX, absolutamente espectaculares. También es de gran interés ver la réplica del Mataró, el primer ferrocarril que circuló en Catalunya, de Barcelona a Mataró. Es una réplica muy fidedigna, que se denomina el Tren del Centenario, porque se inauguró en 1948, 100 años después del primer viaje de este histórico tren.

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Ver y vivir el vapor

Las máquinas de vapor eran grandes... Muy grandes. Verlas en directo es realmente impresionante. Y si ver una ya es toda una experiencia, ver dos docenas, colocadas en semicírculo, deja boquiabierto (dicen que este museo tiene una de las mayores colecciones de locomotoras de vapor de Europa). Además, aquí las máquinas de vapor se pueden tocar. Hay escaleras que permite ver la cabina del maquinista desde su altura. Y hay días que incluso puede entrar en ella si vas en una visita guiada. La mayoría de los mortales no entenderán nada del funcionamiento de estos monstruos mecánicos, pero sin duda se dejarán ganar por su impresión de potencia. La fuerza de la tecnología en estado puro.

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Del automotor al Talgo

Aunque las piezas más destacadas del museo son las locomotoras de vapor, también hay una colección interesante de trenes eléctricos y diésel. Sobresalen unos cuantos Talgos, que también interesan mucho al público. Sin duda, la perla entre ellos es el Talgo II, el primero que circuló realmente. Se trata de una joya del diseño, con un interior espectacular, con un salón digno de un bar de moda... También hay algunas grandes locomotoras eléctricas, usadas en los años 1970, imponentes. A su lado, el automotor, el pequeño tren diésel de cercanías que se usó hasta fechas recientes, parece minúsculo.

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Una mesa de control espectacular

Cuando el visitante entra en el museo, se encuentra con una pieza espectacular: la mesa de enclaves que se usó durante décadas en la estación de Francia (de Barcelona) y que dirigía todos los desvíos y las señales de tráfico. Se trata de un ingenio mecánico que mediante encajes garantizaba que nunca dos trenes pudieran entrar en el mismo espacio de vía y colisionar. No quedó fuera de circulación hasta la remodelación de la estación de Francia que se hizo coincidiendo con la preparación de los Juegos Olímpicos de 1992. Otra de las curiosidades del museo es el Dresina IF1, conocido popularmente como El Huevo, un pequeño vehículo elaborado a los años 1940 y que incorporaba numerosas piezas de coche (de hecho, llevaba un motor de Dodge). Era un monovolumen que servía para acercarse a las vías para inspecciones o labores de mantenimiento. Todavía funciona a la perfección, y en determinados días hace un pequeño recorrido de exhibición. Las instalaciones del museo también tienen un gran atractivo, porque reflejan la estructura de los antiguos talleres y depósitos ferroviarios, con un gran hangar semicircular (la Rotonda), el puente giratorio, los depósitos de agua usados para alimentar los trenes en vapor, el espacio de maniobra de los trenes de mercancías, algunos vehículos usados para el mantenimiento de las infraestructuras ferroviarias...

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La clave, la dedicación de los voluntarios

Este museo no habría sido posible sin la tarea de los voluntarios del Museo del Ferrocarril. Se pasaron siete años restaurando el vagón Harlan, una de las joyas de la colección. Han pasado muchísimo tiempo documentándose sobre los diferentes ferrocarriles y preparándolos para su exposición... También han sido decisivos en la restauración del El Huevo... Inicialmente la mayoría de los voluntarios eran antiguos trabajadores del ferrocarril, movidos por el esprit de corps que los caracterizaba. Pero cada vez hay más gente que se ha sumado a la iniciativa, movida por su fascinación por los trenes. Ahora el Museo está en proceso de crecimiento. Se espera que muy pronto entre en funcionamiento una nueva nave, donde incluso hay, bien restaurada, una de las grúas que elevaban a las locomotoras para proceder a su mantenimiento. El museo se complementa con un espacio para los niños, con juguetes de temática ferroviaria, que permite que ellos también tengan una gran experiencia en Vilanova. Esta instalación también dispone de un centro de documentación con un amplio fondo sobre ferrocarriles. Y muy pronto el Museo del Ferrocarril de Catalunya será todavía mayor.

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Más allá de la tablet

Visitar el Museo del Ferrocarril supone hacer una inmersión directa en el mundo de lo real. Frente al conocimiento uniformizador de ver las cosas en una pantalla, poder subirse a una inmensa locomotora de vapor o en un coche Harlan de lujo supone disfrutar de una experiencia física, sentirse protagonista de una historia. En Vilanova, uno puede sentirse, por un momento, un ferroviario del siglo XIX, un ministro de principios del siglo XX moviéndose como un pachá por el territori o un pasajero de uno de los trenes del antiguo Oeste. Una vivencia que vale la pena, especialmente para todos aquellos que sienten fascinación por los trenes. Es por eso que es recomendable optar por la visita guiada, que permite acceder a espacios e informaciones que con otra visita no serían posibles.