Los últimos rayos de sol iluminaban el Grec, cuando el grito estremecedor de Alba atada por las muñecas a una cuerda que colgaba del techo, estremeció a todos los presentes en el anfiteatro. Un comienzo potente de La Casa de los Espíritus, la obra dirigida por la actual directora artística del TNC, Carme Portaceli, basada en la aclamada novela de la escritora chilena Isabel Allende. 

Ni los mosquitos ni la ola de calor que pronosticaron los meteorólogos, impidieron llenar las butacas de espectadores que esperábamos ver la obra enmarcada en el Festival Grec de Barcelona, después que el coronavirus lo impidiese el año pasado. Y es que la historia que la sobrina del presidente Allende escribió en 1982, removió estómagos y conciencias de todos los allí presentes. La vida de la familia Trueba, protagonistas de una trama que sigue de manera paralela los movimientos sociales y políticos que acompañaron la historia del Chile poscolonial y que acaban de manera dramática con un golpe de estado y la implantación de una dictadura feroz.

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Unas pocas sillas, una mesa, un piano y tres pantallas fueron la escasa escenografía que necesitaron el reparto del espectáculo, que con unas interpretaciones de escándalo relataron una historia de realismo mágico donde las mujeres son el hilo conductor. Todas tienen nombres relacionados con la luz: desde Nívea hasta Clara, pasando por Blanca y Alba. Aunque el patriarca Esteban Trueba no desaparece de escena en ningún momento, es la nieta Alba la encargada de narrarnos la trama cuando se encuentra con el diario de su abuela Clara. 

Mujeres que han sufrido violaciones, han sido ninguneadas e incluso torturadas, pero que gracias a su luz son capaces de perdonar sin odio ni rencor. Como el personaje de Clara, interpretada por la catalana Carmen Conesa, que con su don clarividente y actitud despreocupada, consigue hacerse con las riendas de su vida. Una interpretación que la actriz bordó luciendo un vestido con una cola kilométrica que arrastraba por todo el escenario, llenándolo y vaciándolo a su gusto y consiguiendo una sensación hipnótica sobre ella. Haciendo parecer fácil un personaje sumamente complejo. 

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La luz de los personajes femeninos contrasta con la oscuridad de algunos de los masculinos. Como el del protagonista Esteban Trueba, encarnado por el barcelonés Francesc Garrido, patrón de ‘Las Tres Marías’, hacienda donde se desarrolla gran parte de la obra. Representa el poder económico y político, así como la impunidad propia de cualquier terrateniente que ejerce despóticamente sobre sus trabajadores, pobres campesinos indígenas. Eternamente enamorado de Clara, se ve golpeado por la realidad cuando se le va escapando de las manos su poder a medida que se hace mayor. La dureza y represión del golpe de estado que maquinó durante su mandato como senador, se le gira en su contra afectando a sus propios hijos y nieta, lo que le lleva a redimirse reconociendo en su lecho de muerte, que “quizás” se equivocó.  

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En la adaptación teatral de Anna Maria Ricart, podemos ver la realidad social y política de un país sudamericano durante el siglo XX. Castigado por fenómenos naturales como terremotos y la represión fascista a causa de la irrupción del golpe de las fuerzas armadas. Las tres pantallas del escenario nos mostraban imágenes en blanco y negro  de estos hechos, a la vez que los actores nos introducían en estas situaciones. 

Después de tres horas de función, llegamos al clímax final. Sentado a mi lado, estaba mi padre, un chileno que vivió en primera persona el golpe militar y que decidió escapar del terror que vivía en su país. Ver las imágenes de Salvador Allende en esas pantallas y oír parte de su último discurso antes de su muerte el 11 de setiembre de 1973, nos rompió de emoción y no pudimos contener las lágrimas. “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”. 

En un final circular, Alba acabó iluminando el Grec con palabras de perdón. La actriz Gabriela Flores que al principio nos estremeció, encarna a esa mujer de pelo verde que ha sufrido en sus carnes la represión de la dictadura, incapaz de odiar: “Aguardo que lleguen tiempos mejores, gestando a la criatura que tengo en el vientre, hija de tantas violaciones, o tal vez hija de Miguel, pero sobre todo hija mía”. El público en pie, aplaudió durante varios minutos, sin pensar en el toque de queda, una obra larga y lenta, pero necesaria para la memoria histórica de un país sufrido.