Me pasa cuando me encuentro perdiendo el rato para que el ordenador entienda que soy humana, marcando la casilla "no soy un robot" o seleccionando semáforos. La máquina pidiéndome que le demuestre que soy humana y no una máquina intentando engañarla. Me pasa que empiezo a pensar y me parece de una absurdidad bastante literaria. Como todos los ratos perdidos generando y olvidando nuevas contraseñas de mínimo ocho cifras, mayúsculas, minúsculas, un número y un carácter especial. Como las muchas horas enviando formularios administrativos que tienen cien-ochenta pasos. "Perfecto, lo puedo hacer desde casa". Prepárate. Prepara el tiempo y la paciencia. Y cuándo se te acaben, más.

Como nos facilitan la vida y como a veces tiraría móvil y ordenador por la ventana. También cuando he pasado cuarenta minutos enganchada a reels de gatitos y de recetas de pasteles que no haré nunca. Pero, después, sin las máquinas, quedamos vacíos y desnudos. Vulnerabilidad y pánico, cuando se me acaba la batería y es como si de golpe fuera solo con un brazo. De eso quiero hablar. Y de cómo este septiembre muchas escuelas se han convertido en espacios libres de móviles, también la mía. La revolución surge del límite que muchos docentes hemos visto traspasar estos últimos cursos. El día seis, mientras explicábamos a los alumnos que por la mañana cuando entren les recogeremos los móviles y no se los devolveremos hasta que acabemos, se les veía en la cara la incredulidad (y en la cabeza de algunos ya se maquinaba la manera de jugárnosla).

Para que eso se cumpla y no sea una cantidad de trabajo diaria sin ningún sentido, con el claustro decidimos que las sanciones si incumplen la norma tienen que pasar por privarlos de asistencia (expulsarlos, decíamos antes). Es fuerte, cuando lo piensas. No me habría imaginado nunca, cuando tuve aquel primer Nokia con carcasa de colores intercambiable, que llegaríamos a este punto de subordinación. Pienso que es justamente la limitación que teníamos nosotros lo que nos salvaba (o el hecho de que no la tengan ellos, lo que los condena). La limitación del saldo y las llamadas, la de los espacios de las letras de los mensajes de texto. Ni las fotos, ni la música. Ni internet que es el todo más absoluto. Que lento el mundo, que lento el mundo, que diría Ferrater.

Dicen que los gurús de Silicon Valley llevan a sus hijos a las escuelas libres de pantallas; también que los trabajadores de las empresas de frankfurts no comen eso nunca: ellos deben saber mejor que nadie el veneno que corre por ahí

Para ellos solo hay uno inmediato diabólico. Y una cuenta atrás hasta que acaban las clases y les devolvemos el teléfono, que cogen infectados de notificaciones y con la devoción de los adictos (pensad cómo lo cogeríais vosotros si lo tuvierais retenido de 8h a 15h). También hemos tirado atrás con el uso de los portátiles, que nos había llevado a tener que dar algunas clases desde el final del aula, con los alumnos de espalda para verles las pantallas. Tienen escondida la pestaña del Whatsap webb, el Youtube o el Chat GPT que se lo escribe todo, incluso con las faltas de ortografía propias de su edad.

Hemos decidido que volvemos un poco a las libretas y a las tizas. Y es extraño sentir que hasta cierto punto hemos tenido que parar la rueda. Porque parecía que la inercia del progreso tecnológico fuera siempre para facilitarnos la vida y que las herramientas que nos ofrecían en el aprendizaje serían incuestionables. Dicen que los gurús de Silicon Valley llevan a sus hijos a las escuelas libres de pantallas. También que los trabajadores de las empresas de frankfurts no comen eso nunca. Ellos deben saber mejor que nadie el veneno que corre por ahí. Escribo el artículo cuando hace dos semanas que hemos empezado y ya hemos aplicado sanciones. Deseadnos suerte, que no será un curso fácil.