Un menú tancat, de Jordi Casanovas –en La Villarroel hasta el 29 de junio–, es una comedia sobre masculinidades frágiles dirigida por Llàtzer Garcia, quien ya había explorado este tema en Breu introducció al western, de Joan Yago, aunque en un registro y género muy distintos. En este caso, un chef de prestigio, Oriol (Joan Arqué), invita a cenar a sus dos mejores amigos: Esteve (Òscar Muñoz), en plena crisis por su separación y las tensiones de la paternidad, y Eduard (Roger Coma), prototipo de macho alfa que se siente amenazado por las demandas del feminismo. La escenografía de José Novoa recrea una cocina profesional con cuatro mesas dispuestas y expositores de botellas de vino.

Menú sorpresa
Ambicioso y totalmente centrado en su trabajo –ya cuenta con dos estrellas Michelin–, Oriol despierta admiración entre sus amigos. Pero no todo es tan bonito como parece. Aunque no se lo revela al principio, se encuentra en un momento de inflexión y crisis personal. Una frase suya —“A veces es mejor empezar de cero”— deja entrever una decisión que aún no quiere compartir. Los otros dos acuden confiados al restaurante: se reúnen allí periódicamente, a puerta cerrada, para rememorar viejos tiempos y con la esperanza de que la amistad reafirme aquello que creen ser. Pero esta noche será diferente.
Este menú privado, concebido como una ceremonia de la verdad, convierte la degustación en una especie de polígrafo emocional
Oriol ya no soporta verse más en ese espejo agrietado, e imagina una experiencia de cambio compartido, que resulta algo ingenua, forzada o poco creíble. Quisiera salvar la relación de amistad a tres, pero introduciendo modificaciones sustanciales. Por eso ha preparado un menú sorpresa, diseñado como un viaje sensorial y emocional que les permita revivir recuerdos dolorosos más allá de las derrotas futbolísticas. Este menú privado exige honestidad a los comensales –deben ser sinceros respecto a lo que experimentan, sea ira o tristeza–. El aperitivo será toda una declaración de intenciones; el plato fuerte, un auténtico truco de prestidigitación. La degustación, prevista como una ceremonia de la verdad, asimila el acto de comer a una especie de detector de emociones.
El sabor de la verdad
“¿Cómo es que nunca nos hemos visto llorar?” Esta es la pregunta de partida. Eduard, visiblemente incómodo, exhibe un cinismo despiadado que oculta su inseguridad. Sus ataques pueden leerse fácilmente como un movimiento de autodefensa: tiene miedo –acaba confesando– de que la autocrítica solo sirva para acabar arrollado y perderlo todo. Ensimismado por la dinámica de ganar dinero e imponerse a sus subordinados, ve la cultura como una pose, y solo la tolera cuando adopta la forma de entretenimiento; en este sentido, hace una clara alusión despectiva –aunque no menciona el título– a Jauría, la “ficción documental” del propio Casanovas que ponía en escena la transcripción del juicio a La Manada. De algún modo, Un menú tancat constituye una respuesta cómicamente incisiva a las reacciones del público más declaradamente “antiwoke” ante aquella obra.
Solo con sus armas de cocinero será capaz de reconectar con el dolor y capturar aquello que no puede expresar con palabras.
Mateu, a quien Eduard reprocha ir siempre encogido y no plantar cara –“No tienes que dejar que te riñan”–, está abiertamente en crisis desde el inicio. Este perdedor confeso, que admite sus carencias y ha hecho esfuerzos por cambiar, es el más honesto de los tres y quien mejor se conoce a sí mismo. Por su parte, Oriol se muestra ecuánime y conciliador, hasta que finalmente admite que la rabia lo tiene paralizado. En lugar de cocinar con amor, como hacía su madre, lo hace guiado por el ego y el puro espíritu competitivo. Al mismo tiempo, será con sus herramientas de chef que logrará reconectar con su propio dolor y “capturar aquello que no puedo expresar con palabras”.
Una guía Michelin emocional
La obra de Casanovas explora una pregunta recurrente: ¿por qué los hombres no lloran? El reflejo automático sigue siendo pedir perdón por llorar, taparse la cara. Mostrar fragilidad todavía incomoda. En este sentido, los tres protagonistas harán una degustación amarga. Las confidencias, hasta cierto punto liberadoras, que provoca la cena allanan el camino hacia un posible cambio. Pero, ¿serán capaces de seguir siendo amigos? Aunque todo suena un poco demasiado previsible, la obra interpela. Los actores, dirigidos con firmeza por Garcia, defienden una comedia con ingredientes de ciencia ficción culinaria. Encarnan ciertos estereotipos pero saben evitar la parodia y dar profundidad a unos personajes que, aunque no estén entre los mejores que ha escrito Jordi Casanovas, resultan suficientemente reconocibles y generan empatía. Un menú poco innovador, pero sabroso.