Infierno y paraíso, paraíso e infierno. Y la Barcelona contemporánea como escenario de los dos. El paradís no era això, la segunda novela que publica Marta Batallé, es una historia de tres personajes en crisis, en momentos vitales muy diferentes, pero unidos por la lucidez que les permite su malestar. Mia, joven e inexperta, busca su lugar en el mundo sin acabar de encontrarlo. Helena malvive atrapada entre un matrimonio de mediana edad, cómodo pero aburrido y el imperativo inquietante de volver a ser madre. Y Santos, músico fracasado, intenta acomodarse sabiendo que los sueños de éxito hace tiempo que han quedado atrás. "Tres arquetipos que hacen balance y ven que la felicidad no está donde ellos esperaban, donde seguramente esperamos encontrarla todos", sentencia la autora.

Los tres son un refugio mutuo, una familia paralela que encuentran de forma inesperada compartiendo el mismo bloque de pisos y que los protege en un presente convulso. "Es un poco la idea de la familia que escoges tú, con tus decisiones y con la gente que vas encontrando por el camino y que también aparecía a mi novela anterior", explica la autora. Desde este encuentro y desde esta comunidad no del todo convencional, la novela desgrana sus triunfos y sus precariedades con el telón de fondo de un barrio del Raval en pleno proceso de gentrificación. Es el paraíso perdido del primer mundo, donde los adultos se esfuerzan inútilmente al conservar su juventud y los jóvenes viven sumergidos en la incertidumbre.

Malestar(s)

"Vivimos un momento en que sentimos una falta de fe en el futuro y las ideologías, una crisis económica y la precariedad y la amenaza de la crisis climática", afirma Batallé. "Y en esta falta de confianza, el capitalismo nos dice cuál es el sentido de la existencia y nos refugiamos en consumo y en experiencias: acumular viajes, scape rooms, tupper sex...", añade. "Es un poco surrealista porque realmente acabamos nutriéndonos de antídotos que al final lo que hacen es llenar un vacío y nos despistan durante un momento pero después acabas pensando: ¿'realmente estoy donde quiero estar'? Y probablemente no", dice la autora.

En esta falta de confianza, el capitalismo nos dice cuál es el sentido de la existencia y nos refugiamos en consumo y en experiencias, en acumular viajes, scape rooms, tupper sex...

En El paradís no era això, los dolores individuales se entrelazan con los colectivos. Helena sufre Síndrome de Sensibilidad Central, una enfermedad que la lleva a episodios de mareo y fatiga profunda – "el cuerpo es más vulnerable de lo que parece" – dice el libro, y se ve obligada a parar. Con la pausa, desfilan los fantasmas de la decadencia de su cuerpo, de sus expectativas laborales, de una maternidad donde se siente prisionera después de la pérdida de una hija y de su matrimonio, cómodo pero insulso. El ocio adulto es una rutina vacía, un parche torpe que se le acaba volviendo ridículo ante las dificultades. Y se da cuenta de que no puede hacer nada más que enfrentarse a su presente. También se tiene que enfrentar Mia, buscando trabajo en una ciudad que le ofrece precariedad y trabajos mal pagados sirviendo a los turistas que vienen de visita e intentando distinguir y organizado una rabia que en realidad es generacional.

Los adultos queremos ser jóvenes. La novela refleja también eso, desde las lociones contra la calvicie, incluso la manera cómo hablamos con los hijos o cómo vestimos

Está en estas circunstancias que aflora la nostalgia en la novela. Los personajes adultos se encomiendan a los recuerdos de su juventud como un consuelo ante el desconcierto y la desorientación, como Santos y sus esperanzas juveniles de triunfar en el mundo de la música. "Los adultos queremos ser jóvenes. La novela refleja también eso, desde las lociones contra la calvicie, incluso la manera cómo hablamos con los hijos o cómo vestimos, más casual. En cambio los niños quieren ser adultos o lo son mucho más bien. En un contexto de desorientación la juventud es un refugio", sentencia Batallé.

El Raval y las ciudades aceleradas

El telón de fondo de la novela es el barrio del Raval de Barcelona. Aparece como un personaje más, un escaparate de la sociedad acelerada, sometida a ritmos y dinámicas que dejan a algunos de sus habitantes a fuera, en la pobreza. Desde la perspectiva del libro, al barrio se combinan los locales de moda y las tendencias con la gente que vive en los márgenes, como los sin techo que pueblan algunas de las calles y que desfilan por las páginas a través de anécdotas. En definitiva, las fisuras de la desigualdad que Batallé vivió en primera persona durante su periodo en el barrio, mientras escribía parte de la novela. "El Raval tiene su magia, es una barrio multicultural, muy acogedor y que da refugio a mucha gente. Pero también ves a gente que se queda muy a fuera del primer mundo. Hay muchos pisos turísticos, hay mucha gente que viene de fuera es muy difícil acceder a una vivienda", explica. Puntualiza, sin embargo, que "mi mirada en el barrio se desde la empatía, no desde el rechazo".

El Raval tiene su magia, es una barrio multicultural, muy acogedor y que da refugio a mucha gente. Pero también ves a gente que se queda muy a fuera del primer mundo

La conflictividad del Raval la anima la Mia y su grupo feminista de jóvenes que prepara y hace una acción política contra una gran cadena de ropa en contra de la presión estética de sus modelos. A pesar de ser dos mujeres de generaciones muy diferentes, tanto Mia como Helena, buscan su propia feminidad y la legitimidad para expresarla libremente, otro de los temas de la novela. "No hay que ir con unos tacones de aguja para reivindicar la propia feminidad, hay muchas maneras de vivirla", dice Batallé, que cita Teoría King Kong de la célebre escritora francesa Virginie Despentes. La autora también critica al libro la apropiación en clave e marketing de las reivindicaciones feministas: "ahora todos somos feministas, pero a mí me costaría llamarme así si no hay una parte de activismo. Creo que hay mucho oportunismo en las marcas comerciales".

Ahora todos somos feministas, pero a mí me costaría llamarme así si no hay una parte de activismo. Creo que hay mucho oportunismo en las marcas comerciales

El camino al paraíso se convertirá, para los personajes, en una exploración más profunda de su identidad, de qué vida desean realmente, más allá de las convenciones y las dinámicas que los han formado y en que viven instalados. Sólo así conseguirán redimirse y cambiar su presente. "El paraíso sólo podrá venir desde la honestidad con uno mismo", defiende Batallé, "cada uno tiene que encontrar el suyo".