Antes de llegar a Madrid con 18 años para convertirse en actor, e ídolo de adolescentes, Mario Casas (La Coruña, 1986) pasó su niñez y su adolescencia en el extrarradio de Barcelona. Creció en lugares como Collbató, Martorell o Esparraguera, y convivió con personajes como los que se dibujan en su ópera prima. Durante el confinamiento al que el covid obligó, encerrado junto a su entonces pareja Deborah François, el protagonista de Tres metros sobre el Cielo acudió a su memoria, a las historias personales de esos jóvenes con los que pasó tanto tiempo en entornos como Bellvitge o La Mina, a esa gente que, cuenta el intérprete, había hecho algunas barbaridades. Y se puso a desarrollar una historia. Así nació Mi soledad tiene alas, su primera película como director, que este viernes llega a las salas de cine.

Mi soledad tiene alas es una historia sobre jóvenes sin futuro, que crecen en la marginalidad y flirtean con la delincuencia, o se tiran de cabeza a ella

“Yo había escrito bastante desde siempre. Cortometrajes, algún tratamiento de guion... pero nunca me atrevía a mandárselo a nadie. Me daba mucha vergüenza enseñarlo, y me decía que lo que escribía estaba muy mal. Pero llegó la pandemia y pensé que ese era el momento de lanzarme”, nos explica. Fue fundamental la complicidad de François, con la que coprotagonizó El practicante (2020) y que tenía experiencia como actriz a las órdenes de los hermanos Dardenne (en 2005, con El niño), cineastas que son toda una referencia del cine social más comprometido. Así las cosas, de aquel encierro nació Mi soledad tiene alas, una historia sobre jóvenes sin futuro, que crecen en la marginalidad y flirtean con la delincuencia, o se tiran de cabeza a ella, marcados por una realidad degradada y deprimente. Un relato con aroma a aquel cine quinqui que marcó la década de los 80, pero también con una mirada social más cercana y un naturalismo desesperanzado.

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Mí soledad tiene alas llega este viernes a los cines

La verdad del barrio

La película nos presenta a Dan (Óscar Casas), un chico introvertido que esconde su carácter, su sensibilidad y un talento como artista que apenas explota pintando graffitis. Sin perspectivas de escapar de una realidad que incluye la ausencia de la madre y a un padre violento recién salido de la cárcel, el muchacho y sus amigos Vio (Candela González) y Reno (Farid Bechara) asaltan joyerías, pequeños golpes con el (no tan) infalible método del alunizaje. Hasta que uno de esos atracos sale mal y la huida hacia adelante está servida. “Quería hablar sobre unos chavales que se creen los reyes del mundo y que no tienen nada que perder: por el lugar donde han nacido, por sus familias, por la educación que hayan podido tener”, nos cuenta Casas. “En realidad son jóvenes sin sueños, que pasan el tiempo en la calle, en el barrio, que es lo que hacía yo cuando tenía esa edad y todavía no sabía que quería ser actor”.

Son jóvenes sin sueños, que pasan el tiempo en la calle, en el barrio, que es el que hacía yo cuando tenía esa edad y todavía no sabía qué quería ser actor

Es posible que la trama de Mi soledad tiene alas remita a esas películas sociales de los Dardenne, a los míticos Perros callejeros o a títulos como 7 vírgenes o Barrio. La poética del perdedor en un tipo de cine que apuesta por la verdad por encima de todo: “Quizás es una historia sencilla, pero creo que tiene alma, que tiene mucha verdad, y eso para mí era lo realmente importante”, admite el cineasta novel. “Mira, hay algo de intemporalidad en la película, es un poco dosmilera. Como van vestidos, por ejemplo, esa es la ropa que yo llevaba en mi época. He intentado acercarme todo lo que he podido a ese extrarradio de Barcelona que yo recordaba. Así que hay algo vintage en la peli. O la música, ahora mismo en el barrio se escucha mucho hip hop, mucho trap, mucho reguetón, pero para mí, la pureza y la verdad del barrio estaba en el flamenco, que es con lo que yo crecí”, razona. Casas añade otros referentes inesperados a los mencionados: “Hay algo interesante en Mi soledad tiene alas, y es que hay guiños a toda mi carrera como actor. A Adiós, a Tres metros sobre el Cielo, a No matarás... Yo creo que habrá espectadores que se darán cuenta, y eso es precioso, ese algo de agradecimiento a todo lo que he vivido como actor”.

Los verdaderos hallazgos de la ópera prima de Mario Casas están en su cuidadísima propuesta visual y sonora, que luce estupendamente, y en sus protagonistas

Más allá, los verdaderos hallazgos de la ópera prima de Mario Casas están en su cuidadísima propuesta visual y sonora, que luce estupendamente, y en sus protagonistas. Al frente del reparto, su hermano Óscar, que vive el mismo proceso como ídolo teen que él experimentó: “Hubo que deconstruir lo que llevaba aprendido, sus vicios, para que estuviera en el mismo tono de verdad que sus compañeros no profesionales. Al final, yo vengo del barrio, pero Óscar no, ha nacido en otro lugar. Rodar con él era algo muy especial, quería regalarle un personaje como este a mi hermano, y trabajarlo juntos, de alguna manera darle la oportunidad que a mí me hubiera gustado tener a su edad, colaborando con un director que te cuida, porque al final yo soy actor y sé lo que se sufre, lo inseguro que te sientes...”). Y con una actriz debutante, Candela González, destinada a ser una estrella de nuestro cine.

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Mario Casas, con su hermano Óscar y la también protagonista del filme, Candela González

La voluntad de demostrar

De alguna manera, Mario Casas lleva casi 20 años teniendo que demostrar que era más que un guaperas con cierto carisma; la sombra del estigma del ídolo adolescente es siempre alargada. Y dirigir puede parecer un escalón más en la búsqueda de proyectos que le reforzaran la autoestima. “Yo ya soy un tío como muy obsesivo, muy rayado. Siempre he pensado que, desde el principio, mi carrera como actor ha sido muy variada. También es verdad que trabajos como Los hombres de Paco o Tres metros sobre el cielo llamaron más la atención de la gente. Pero es que también he hecho La mula, o Carne de neón, o El fotógrafo de Mauthausen...” Casas continúa: “Siempre he querido probar cosas diferentes, para que no se quedaran con esa imagen que podían tener, y probablemente he debido esforzarme aún más por cambiar constantemente, por hacer personajes con mucha construcción. En cuanto a la idea de dirigir, es algo que siempre estuvo ahí. Si le preguntas a mi madre, te dirá que tiene vídeos míos de crío con una cámara de vídeo, filmando funciones de final de curso o dirigiendo a mi família reproduciendo sketches de Cruz y Raya. Supongo que sí, que siempre estoy buscando salir de mi zona de confort, que necesito el aprendizaje constante y no quedarme estancado cuando puedo llegar a más en esta profesión nuestra, que es tan bonita”, confiesa.

Siempre estoy buscando salir de mi zona de confort, necesito el aprendizaje constante y no quedarme estancado cuando puedo llegar además en esta profesión nuestra, en que es tan bonita

No parece que este debut tras la cámara vaya apartar a Mario Casas de la interpretación. Hace unas semanas estrenaba en Netflix la exitosa Birdbox Barcelona, y acaba de terminar Escape, dirigida por Rodrigo Cortés y coproducida por... ¡Martin Scorsese! “Esta película ha sido una experiencia muy bonita, con un guion muy diferente a todo, muy inteligente y algo indescifrable, con un tono muy del cine de los hermanos Coen. Ha sido una etapa un poco esquizofrénica, con días en los que dormía cuatro horas, yendo del rodaje de Escape a la promoción de Birdbox y trabajando en la posproducción de Mi soledad tiene alas. Tenía una especie de motor, era como una máquina engrasada en un p’alante, p’alante, aunque hubiera querido disfrutar más con el proceso de posproducción, que muchas veces tenía que supervisar por zoom. Ha sido agotador, pero estoy muy feliz”.

Ese agotamiento permite reconocer, quizás, una obsesión por el control que Casas explica porque “quería estar completamente seguro de la película que iba a entregar, plano a plano, sonido a sonido, nota a nota. Todo está medido, es lo que yo quería contar y cómo quería hacerlo”. Casas hizo sus propias consultas a cineastas como Oriol Paulo (que le tuvo a sus órdenes en Contratiempo y en la serie El inocente) o Rodrigo Cortés, y sufrió en algunos momentos, como en el proceso de montaje: “Tienes una primera versión que es un churro de más de dos horas y media, tienes que cortar una hora. Y te dices: ¿qué hago con esto? A mí me entró un ataque de pánico real, me vine abajo, o sea, me empezó a entrar un calor... y suerte de tener a Verónica Callón, la montadora, que me tranquilizó diciéndome que eso pasa siempre y que la película tenía alma y emoción, y que a partir de ahí tocaba ponerse a trabajar”.

No quiero que llegue el día porque el proceso está siendo tan bonito, hay algo tan personal metido ahí, que me gustaría seguir viviendo estas emociones, y estos nervios, y esta ambigüedad, este saltar al vacío, esta felicidad que es como tener tu primer hijo

Terminamos nuestro encuentro canicular con Mario Casas preguntándole por su momento personal y profesional tras dos décadas en la cima. “Pues yo me veo igual, y creo que nos pasa un poco a todos cuando nos hacemos más mayores. Tengo 37 años, he pasado por muchos lugares y experiencias que te enseñan y te hacen más fuerte, pero me sigo viendo como ese chaval de 24 o 25. O sea, hay algo ahí que no he perdido, aunque he madurado lo bastante en la profesión como para poder contar una historia desde otro punto de vista. En todo caso, me siento un absoluto privilegiado, estoy en un momento en el que digo gracias, muchas gracias. Este momento es un regalo, y te digo más: no quiero que llegue el 25 de agosto, día del estreno de Mi soledad tiene alas. Y no por miedo, ¿eh? No, porque las películas tienen sus propias patas y en este caso tendrá sus propias salas y el destino está ahí. Yo no no conocía a Oscar como lo conozco ahora. Entonces no quiero que llegue el día porque el proceso está siendo tan bonito, hay algo tan personal metido ahí, que me gustaría seguir viviendo estas emociones, y estos nervios, y esta ambigüedad, este saltar al vacío, esta felicidad que es como tener tu primer hijo...”.