Margalida Solivellas (Mallorca, 1957) tiene un posado elegante, una presencia realmente cautivadora, pero charla con la humildad de quién lleva arremangándose décadas en favor de la verdad. Ha estado 30 años siendo nuestros ojos en las Islas Baleares como delegada de TV3, pero a pesar de estar jubilada y disfrutar de otro ritmo vital, mantiene intacto su sentido de servicio público. Esta periodista veterana acaba de publicar Iles escapçades. Cròniques aïllades (La Campana), un retrato de un territorio a menudo idealizado por los turistas que esconde un auténtico rompecabezas de poder, corrupción, favores y lucro en que el paisaje y la identidad luchan a contracorriente por reivindicarse. No pretende ser un manual de actuación ni sentar cátedra; tampoco busca ser la solución a todos los problemas que acarrea el territorio: es, sobre todo, una radiografía periodística panorámica para intentar comprender un paraíso que algunos han intentado convertir en un cheque andante.
¿Es solitaria la vida de la corresponsal?
Lo es. Tienes días buenos y días de enrabiarte porque no te hacen caso. Estás lejos del poder de decisión y de las escaletas del TN, no ves al jefe de sección cara a cara y cuando han colgado el teléfono, ya no puedes explicar demasiada cosa más. Es una lucha constante cada día, sin desfallecer, para que te hagan caso y te pongan en la escaleta, y también para que se entienda un poco cuál es la labor de trabajar lejos y sin todos los medios de que puede disponer otra gente que está en la casa o en otras corresponsalías con más gente y apoyo.
¿Has sentido que la información que preparabas era de segunda?
Sí. No siempre, pero sí. Creo que cuesta más para quien está solo en un territorio, como puede ser el País Valencià o nosotros —no en el caso de Madrid, que hay más personas. También depende de la sensibilidad de las personas de la redacción. No es un sentimiento general, porque hay gente que es más sensible a temas de territorios y de otras partes. Pero sí, el nivel de importancia de una noticia depende de si tienen que escoger entre un lugar o otro. Es complicado, a veces, que piensen un poco más en nosotros.
Publicas Illes escapçades. ¿Por qué en la portada del libro aparecen unas fichas de ajedrez?
Es un tablero de juego y las Islas Baleares están en un tablero en que ganar la partida es muy productivo. Quería dar esta impresión. También jugar con la palabra escapçar, que en mi pueblo hace referencia a todo el movimiento de repartir y mezclar las cartas. Las islas como un juego para ganar y para tener un buen premio.
Las Islas Baleares están en un tablero en que ganar la partida es muy productivo
¿En qué momento las Islas empiezan a estar sobreexplotadas?
Ya hace muchos años, esto viene de atrás. En el libro explico que el año 99 hicimos un 30 minuts que titulábamos "Mallorca con el cartel de completo", y entonces ya había esta sensación de ahogo que hay ahora. Imagínate, desde el 99 a la actualidad no sé cuántos millones de turistas más hemos aumentado. Estos días salía que hemos aumentado un millón de turistas más en relación al año pasado. Empezó los años 60 y 70 por una industria turística que en principio iba haciendo lo que podía, como todo el mundo. Hace años que se habla tímidamente de decrecimiento, pero no se decrece nunca.
¿Qué tienen las Islas para llamar tanto la atención de inversores?
Un territorio y un paisaje maravillosos, y están —como máximo— a una media de dos horas de distancia de cualquier ciudad europea. Esto permite conexiones fáciles con aviones. Lo que más influye a la inversión son las conexiones aéreas, eso está clarísimo. Si hay unas buenas conexiones, y puede ir y venir mucha gente, los inversores están más interesados que en un lugar donde hay más limitaciones o hay más protección del territorio. También depende. Formentera y Menorca han luchado mucho y han conseguido más que Mallorca e Ibiza; están más protegidas, aunque sé que para los movimientos ecologistas y para una parte de la gente todavía no es suficiente. Pero lo que marca que puedan venir o no es la facilidad de transporte, de traslado, las puertas de entrada y de salida.
¿La gestión del turismo ha sido diferente en manos populares que en manos socialistas?
No demasiado. Sí que ha habido intentos, y ha habido unos gobiernos con más o menos sensibilidad, pero no se ha conseguido cambiar o transmitir la necesidad de un cambio de modelo. No sé si ya se ha llegado al colapso. Los intereses económicos siempre han ido por delante, y siempre se ha transmitido a la sociedad en general que si no vienen turistas no podremos vivir. Y eso es terrible. Como si no hubiera otras salidas. Seguimos sumando número de turistas que llegan a los tres aeropuertos, y eso se da como un récord y no como una cosa negativa. Siempre los mismos titulares. Durante años se ha dicho que lo más importante era el gasto turístico, lo que se gastan los turistas aquí y lo que puede beneficiar al residente. Y continuamos allí mismo.
¿Hay algún límite?
Yo soy pesimista en este sentido. ¿A qué tenemos que llegar? A que los que ganan dinero a montones empiecen a notar que si la cosa sigue así no será rentable para ellos. Yo creo que es el hito que puede hacer de tope porque, si no, habrá un momento en que la gente no querrá venir. Ya hay turistas que no quieren venir los meses de julio y agosto porque hay demasiada gente. También hay residentes extranjeros que se van julio y agosto a sus países de origen en Europa porque están mejor que viviendo aquí. A ver si los que hacen caja con eso se dan cuenta de ello y ven que quizás todo esto ya empieza a ser negativo para su cuenta de resultados.
¿Cómo vivís esta masificación?
Yo creo que la masificación y la gentrificación ya son comunes en todas las grandes ciudades. Estamos viendo lo que está pasando en Nueva York con Airbnb, en Ámsterdam, Venecia o en Barcelona mismo. Nuestra área forma parte del conjunto de todas estas ciudades donde los residentes de los centros de las ciudades no pueden vivir porque todo el barrio se ha convertido en una zona turística. Antes las zonas turísticas estaban delante del mar y ahora también están ocupando barriadas enteras, y encarecen el alquiler. En Palma, como a Barcelona y otros lugares, están creciendo las asociaciones de vecinos que están reclamando poder dormir por las noches y luchando porque los residentes de toda la vida se tienen que marchar a vivir a otro sitio. Eso también se está extendiendo en pueblos: en algunas plazas de pueblo ya ni te puedes sentar a tomar algo si no es para quedarte a cenar. Es un tema bastante generalizado y me da la impresión que eso seguirá siendo tema de debate los próximos años.
Los intereses económicos siempre han ido por delante, y siempre se ha transmitido a la sociedad en general que si no vienen turistas no podremos vivir
¿La sociedad balear es conservadora?
Cada isla tiene sus características, pero en Mallorca nos gusta mucho estar detrás de la roca: no definirse y verlo todo sin retratarse. No sé si forma parte de esta sociedad turística que se ha creado en los últimos 40 años, pero no se han promovido otros tipos de criterios de más estima hacia cultura o de reivindicar las tradiciones y la manera de vivir de la gente de aquí. Es una sociedad que está muy cómoda estando detrás de la roca y no definiéndose.
¿Y no se movilizan?
Ahora menos que hace 20 o 30 años, pero cuando se llega a un momento de límite, entonces la sociedad sí que responde. Durante todos estos años se ha movilizado para defender espacios naturales y gracias a la movilización ciudadana está el Camí de Cavalls en Menorca o algunas zonas de Ibiza como Es Vedrà no se han urbanizado. Espero que todo eso no cambie en esta legislatura. También todas las islas se movilizaron por la marea verde haciendo un frente común. Parece que cueste, pero después llega un momento que se moviliza. Incluso en Formentera hubo un día de huelga general hace años para luchar contra la construcción de un camping.
¿Cómo está la situación de la lengua en las islas?
En según qué zonas, como puede ser Palma, Calvià y algunas zonas de Ibiza, mayoritariamente oyes hablar en castellano. No sé por qué se preocupan Vox y el PP de defenderlo tanto cuando, si escucharan, verían que en muchos sitios las lenguas que se hablan son o extranjeras o el castellano.
¿Puede empeorar?
No creo que la situación empeore en cuatro años. Va empeorando más poco a poco, o bien porque hay una sustitución, o bien porque hay más gente de fuera que viene a vivir a las islas. Pero sí que puede empeorar con medidas políticas. Marga Prohens ha pactado con Vox, veremos hasta donde llegan las peleas entre ellos dos. La presidenta está en medio de dos fuegos. Yo creo que ella tiene —o tenía— claro que no puede hacer de la lengua otra guerra como hicieron José Ramón Bauzá o Jaume Matas. Ha puesto al frente de la Conselleria d'Educació a una persona licenciada en Filología Catalana, y yo creo que eso era un gesto, aunque por otra parte le ha dado la Oficina Lingüística y otras competencias lingüísticas a Vox, que ya ha empezado a decir que quiere cambiar la ley de normalización lingüística. Tendremos que seguir el día a día de cómo irá, al margen que el respeto y la discriminación positiva hacia la lengua propia tendrían que ser evidentes y no un motivo de lucha en un tablero constante de juego político.
¿Qué relación tuvo la monarquía con Mallorca?
Les ven cómo ven a estos turistas que vienen a pasar tres semanas en verano para pasárselo bien, tomar el sol, bañarse y hacer sus historias. Y ya está.
¿No hay un sentimiento particularmente monárquico en la isla?
No, yo creo que no. Desde Menorca, Ibiza y Formentera, esta estancia de la familia real en Mallorca era una cosa ajena. Ha habido unos sectores próximos a la capital de Palma, una corte muy pequeña de amistades del Rey Emérito, que sí que hacían sus historias, pero la mayoría del resto de Mallorca seguía con su vida. La relación que tenía y que creo que sigue teniendo la monarquía son los titulares de diarios y lo que sale por las televisiones.
Hablo de circo mediático en el caso Nóos porque durante horas hacíamos directos y dábamos información cuando lo que estaba pasando era una declaración cerrada dentro de una sala donde los medios no teníamos acceso
Tú cubriste el caso Nóos para TV3.
Los periodistas de aquí que pudimos vivir todo aquello tuvimos unos años de disfrute periodístico, porque teníamos el foco mediático delante nuestro. Era cada día una sorpresa por los titulares que iban pasando, y fue vivir todo un proceso que nunca nos hubiéramos pensado. Piensa que cuando empezaron a hacer las guardias delante de las puertas, tanto del Palau de l'Audiència como del juzgado de instrucción, la gente que pasaba por la calle decía: "No les harán nada, no les harán nada". Nadie se creía ver en el banquillo de los acusados a quien acabó estando sentado en el banquillo de los acusados, ya no solo la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, sino políticos baleares, del País Valencià... Periodística y profesionalmente fue una etapa muy guapa.
En el libro dices que fue un circo mediático.
En periodismo, a veces, tenemos que contar cosas que no vemos, y eso lo complica. Piensa que lo que ha quedado como un tótem del caso Nóos fue la rampa de detrás por donde tenía que bajar Urdangarín. Estuvimos días y semanas hablando de por donde bajaría a la hora de declarar y si después bajaría por allí mismo. Eso forma parte de un circo mediático porque lo que era importante no era por donde bajaría —aunque tenía su importancia por si tenía trato de favor— sino qué había hecho y por qué se le acusaba. Hablo de circo mediático porque durante horas hacíamos directos y dábamos información cuando lo que estaba pasando era una declaración cerrada dentro de una sala donde los medios no teníamos ningún tipo de acceso, y nos teníamos que fiar de los abogados que había dentro y que nos iban filtrando qué se estaba diciendo.
Tenía que ser realmente impresionante vivirlo.
Fue un suceso intenso, pero también era intenso cuando cada día teníamos titulares de nuestros responsables políticos acusados, y explicaban que se iban pasando dinero negro dentro de un coche oficial, como declaró el vicepresidente de Maria Antònia Munar en sede judicial; decía que le había dado 300.000 euros en dinero negro. Había muchas cosas intensas que ibas descubriendo cada día, como las cajas de lata en que una acusada decía que había guardado la comisión que había cobrado de su gestión política. Durante unos años íbamos de titular al titular, cada día te levantabas y decías: ¿qué habrá pasado hoy? Al fin y al cabo, y visto en perspectiva, el caso Nóos fue un caso más, un caso más de estos tan potentes que hubo durante un tiempo.
Todo suena a corrupción. ¿El patrón continúa?
Ahora, en teoría, podemos decir que hay más transparencia, que los políticos tienen que declarar sus bienes y que está la Oficina Anticorrupción. Pero ahora el PP dice que la eliminará porque no sirve para nada. Mi experiencia me dice que la mayoría de cosas que se descubren y que llegan a los juzgados las conocemos cuando ya han pasado unos años. Lo que está pasando ahora no lo sabremos hasta dentro de un tiempo. Entre los periodistas hemos tenido un sentimiento como si se hubiera hecho un paréntesis, durante unos años se destaparon muchos casos. Y es muy difícil saber si están pasando cosas porque nunca sabemos qué está investigando la Fiscalía. Un día lo sabremos.
Tengo claro que el titular de un medio es el que hace cesar o dimitir a muchos responsables
¿Cómo ves el periodismo actual?
Repito y asumo una frase que escuché decir a Iñaki Gabilondo: los periodistas están mejor preparados que nunca. Me da pena cuando veo a toda esta gente joven a quien el primer día de carrera les han dicho que no encontrarán trabajo. Eso no se les tiene que decir nunca. Y me da pena que les hagan hacer tres y cuatro cosas al mismo tiempo. Eso no permite investigar ni permite hacer bien el trabajo. Pero sí que tengo claro que el titular de un medio es el que hace cesar o dimitir a muchos responsables. El periodismo sigue estando vigente.
Pero parece que el modelo peligra.
Sí, sí. Un periodista de nueva hornada quiere cambiar de trabajo en diez años porque el ritmo de vida y de trabajo que tiene que llevar es insoportable. Cada día hay más periodistas que se van a gabinetes de prensa porque pueden vivir mejor, y porque en esta vida no te puedes dedicar las 24 horas del día a hacer trabajo. También tienes que tener tu espacio y estar bien pagado, evidentemente.
¿A ti te ha costado parar?
No, porque tuve este regalo al cabo de tres días de jubilarme (risas). Y claro, empecé a tener la cabeza en el libro. He seguido haciendo periodismo de otra manera. No me da nada de miedo, porque es una cosa que yo había escogido. Me gusta mucho poder decidir cada día lo que hago y cada día tengo cosas que hacer que me gustan.