San Sebastián, 30 de septiembre de 1868. Isabel II, hija de Fernando VII y María Cristina, y séptima Borbón en el trono de Madrid, emprendía el camino del exilio hacia Francia. Había triunfado la Revolución Gloriosa, y la cita del general Delgado, líder del movimiento, "Los Borbones son el impedimento mayor a la democratización y a la modernización de España", adquiría naturaleza de ley. Isabel II (1830-1904) no sería el primero o la primera Borbón en abandonar el trono de Madrid por la puerta de detrás. La había precedido su padre Fernando VII (que, en 1808, había huido a Bayona a venderle la corona a Napoleón). Ni sería la última. La seguiría su nieto Alfonso XIII (que en 1931 escaparía a Marsella después de haber jugado y perdido en unas elecciones municipales el poco crédito que le quedaba).

Pero sí que sería la primera que tendría que escapar a causa de los múltiples escándalos, de todos los colores y de todo tipo de pelajes, que habían estallado durante su convulso reinado (1833-1868). Y no porque los Borbones que la habían precedido hubieran sido modelos de virtudes. No había ninguno. Sino porque no había leído nunca el mapa: la expulsión de España de la reina-madre (la suya, naturalmente María Cristina), cuando se filtró que dirigía un monumental entramado de corrupción y delincuencia (1854), era más que un aviso a navegantes. En aquella ocasión, las cortes españolas -en pleno y sin excepción- habían votado la expulsión de María Cristina. E Isabel II, que durante su vida dio muestras de una inteligencia bajo mínimos, acabaría ahogada en el mismo pozo de mierda.

Los que conocieron y trataron a Isabel II afirmaban que la Borbón era una extraña mezcla de atrevida ignorancia y de agresiva desconfianza; que recordaba, por no decir que lo había heredado de él, a su padre. Y también de desenfrenado despilfarro y de vergonzosa avaricia, que le había transmitido su madre, María Cristina de Borbón. Estas pretendidas virtudes, en el campo político, se transformaban en exhibiciones extemporáneas de un autoritarismo tronado y decadente, que había sido la marca de identidad borbónica desde que Felipe V había puesto las nalgas en el trono de Madrid (1701). Tanto en la política interior, obstinada en conservar el antiguo poder de nombrar y derrocar gobiernos, como en el exterior, enfrentándose con los presidentes de los Estados Unidos por cuestiones ridículas y, en ocasiones, sólo personales.

Pero lo que más destacaban eran sus escandalosas relaciones sexuales. Las perversiones de Isabel II se convirtieron en tema recurrente de la sociedad española de la época. "Los Borbones en pelotas", atribuida a los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, lo corrobora. Y los protagonistas de aquella edición satírica (Isabel II y su marido y primo Francisco de Asís de Borbón Dos-Sicílias), eran presentados como dos auténticos degenerados. Isabel II aparecía como una ninfómana insaciable y grotesca, capaz de mantener relaciones sexuales con todo el personal de la corte e, incluso, con los animales de la real cuadra. I Francisco aparecía como uno pusilánime que, mucho más allá de la política, Isabel II había condenado a un papel absolutamente secundario.

Viñeta satírica 93 de Los Borbones en pelotas, atribuida a los hermanos Becquer. Font Wikimedia

Viñeta satírica 93 de Los Borbones en pelotas, atribuida a los hermanos Bécquer / Fuente: Wikimedia

Tanto que, en una de aquellas ilustraciones se lo denomina "El rey consorte, primer pajillero de la corte" (el primer masturbador de la corte). Aquellas satíricas láminas revelan, también, que Francisco de Asís era llamado popularmente "Paquita" por su condición sexual. Y lo que es peor: en un paisaje social y cultural que impedía a los homosexuales revelar su condición, Isabel II, en su escasa inteligencia política y emocional, delataría a Francisco -a propósito o no- cuando proclamó que su noche de bodas había sido un desastre: "¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?". Aquella proclama alimentaría, también, el rumor que los hijos que parió Isabel II, no lo eran de Francisco de Asís.

El estudio e investigación de algunos historiadores modernos prueba que el rumor estaba fundamentado en hechos reales. Isabel II, según la cultura de la época y la investigación actual, se encantó con las habilidades sexuales de un guardia real llamado Enric Puigmoltó Mayans, nacido en Ontinyent (País Valencià) en 1827. Y el resultado de aquella aventura, convertida en una escandalosa relación conyugal, acabaría fructificando con el nacimiento de Alfonso XII. Sea como sea, lo que está claro es que Puigmoltó (que era un carnicero que había ganado los galones masacrando manifestaciones obreras), sufría un herpes crónico que, a partir de entonces, ha sido una afección recurrente entre los Borbones. Y lo que también parece claro es la evidente semejanza física entre el carnicero y el heredero Alfonso XII.

Puigmoltó y Alfonso XII. Fuente Real Maestranza de Caballeria de Valencia i Wikimedia

Puigmoltó y Alfonso XII / Fuente: Real Maestranza de Caballeria de Valencia y Wikimedia

Hablando de Alfonso XII, su efímera existencia (1857-1875) lo convertiría en un personaje intranscendente. A excepción hecha de que colaboró entusiásticamente en la maniobra de desacreditación del doctor Ferran durante la campaña masiva de vacunación contra el cólera en Valencia que salvó miles de vidas humanas, pero no así, su hijo y heredero Alfons XIII. La política de Alfonso XIII -el noveno Borbón hispánico- es un carrusel de monumentales despropósitos. Impulsó las guerras coloniales de Melilla (1909) y del Rif (1923-1925), que fueron fabricadas exclusivamente por interés económico de las oligarquías monárquicas (y de su real bolsillo también, naturalmente), y que costaron miles de vidas (de chicos de clase humilde, naturalmente también).

Y dio apoyo entusiástico al golpe de estado militar de Primo de Rivera (1923), que significó -entre otras cosas- la liquidación de la obra política de la Mancomunitat. Pero la auténtica medida de su personalidad -el hilo que lo unía con la ancestral cultura familiar de los Borbones- sería su escandalosa, pública y notoria adicción a cualquier tipo de prácticas sexuales, que contribuiría, poderosamente, al desprestigio de la corona en unos tiempos especialmente convulsos para la monarquía. No tan sólo acumuló una extensa filmoteca pornográfica, que contemplaba absorto en la voluntaria soledad de sus estancias, sino que acumuló una legión de amantes -mantenida con el erario público- para poner en práctica los conocimientos que había adquirido en su "cuarto oscuro".

Viñeta satírica 92 de Los Borbones en pelotas, atribuida a los hermanos Becquer. Font WikimediaViñeta satírica 92 de Los Borbones en pelotas, atribuída a los hermanos Bécquer / Fuente: Wikimedia

A Alfonso XIII le pasaba lo que a su abuela Isabel, y a tantos Borbones que lo habían precedido: la inteligencia no era una virtud que le engalanaba la personalidad. Más bien iba justito. Muy justito. Tanto que, como a Isabel II, le acabaría pasando factura. Probablemente lo que pasó el 14 de abril de 1931 (cuándo se confirmó el triunfo electoral de los partidos republicanos en las municipales del día 12), es el detalle que mejor explica su vida personal. A las 20:00 horas su viejo amigo y aliado dimisionario Romanones (varias veces presidente del gobierno y uno de los grandes beneficiarios de las guerras africanas), se presentó en el palacio y le comunicó -le ordenó, mejor dicho-, que el último servicio que daría a España sería abandonar el trono y el país.

Alfonso XIII se marchó a Cartagena, y al día siguiente por la mañana se embarcaba en dirección a Marsella. Pero, en cambio, el resto de la familia lo hizo al día siguiente, y, contrariamente a lo que había hecho el rey, se dirigieron en coche a París. Durante diez años, vivieron diseminados y escondidos. Con alguna aparición puntual, como el esperpéntico intento de Juan de Borbón de sumarse al "Alzamiento Nacional" (1936) que acabó con otra expulsión: había penetrado en España con documentación falsa a nombre de un tal Juan López. La historia no se repite, sin embargo, ¿puede ser cierto que los Borbones, sean el único animal -racional, por descontado- que tropieza dos, tres, cuatro, cinco... y seis veces con la misma piedra?

Joan de Borbó con boina carlista y mono falangista, en su intento de sumar se en la rebelió franquista. Fuente Archivo de El Nacional

Juan de Borbón con boina carlista y mono falangista, en su intento de sumarse a la rebelión franquista / Fuente: Archivo de El Nacional

Imagen principal: Viñeta satírica 97 de Los Borbones en pelotas, atribuida a los hermanos Bécquer / Fuente: Wikimedia.