Turtuixa (actualmente Tortosa); 31 de diciembre de 1148. Hace 873 años. Los ejércitos catalanes de Ramon Berenguer IV, conde independiente de Barcelona, entraban en la ciudad después de un asedio de seis meses. La conquista de la Tortosa musulmana, la principal plaza económica y militar del curso bajo del Ebro, no tan solo culminaba un proyecto iniciado por los carolingios (siglo IX), sino que evidenciaba la auténtica relación de fuerzas entre el condado independiente de Barcelona y el reino de Aragón, en la carrera por la ocupación y dominación del cuadrante norteoriental peninsular. La conquista de Tortosa, materializada en la recta final de los pactos que conducirían a la unión dinástica de Barcelona y Aragón, fue, también, un golpe de autoridad catalán que acondicionaría, definitivamente, el peso de catalanes y de aragoneses en aquel futuro edificio político.

¿Cuál era el paisaje político e ideológico en aquel momento?

A caballo entre el año 1000, los estados cristianos peninsulares compartían una misma ideología expansiva: la restauración de la vieja monarquía visigótica hispánica anterior a la ocupación árabe (415-711). En aquel contexto ideológico, aquellos pequeños estados se expandieron buscando los límites de las antiguas provincias romano-visigóticas. Pero ese no era el caso de los condados catalanes. Su origen carolingio, claramente diferenciado del resto de dominios cristianos peninsulares, sería decisivo en la fábrica de su propia ideología. En un primer estadio (de dominación carolingia, 752-987), se buscaba la consolidación de un espacio, la Marca de Gotia, entre los ríos Ródano y Ebro. Y en un segundo estadio (de independencia, 987 en adelante) se ambicionaba la reunificación de la vieja marca gótica, bajo el dominio de los condes independientes de Barcelona.

Mapa modern dels pobles preromans / Font: Universitat de Lisboa

Mapa moderno de los pueblos preromanos / Fuente: Universidad de Lisboa

Tortosa, vieja aspiración aragonesa

Eso explica que Aragón, que se proyectaba hacia el sur buscando la raya del Ebro (siglos X y XI), siempre había mirado hacia Lleida y hacia Tortosa. Las cancillerías aragonesas de los Ximenos (1035-1137) ambicionaban expandir su territorio hasta Zaragoza, y siguiendo el curso del Ebro alcanzar el extremo suroriental de la antigua Tarraconense (la desembocadura). Este proyecto tenía una importancia vital, porque aseguraba la salida de Aragón al mar Mediterráneo, que en aquel momento jugaba un papel de absoluta centralidad del mundo conocido; y, por lo tanto, lo habría proyectado hacia un escenario de protagonismo que no tenía. Y también porque cortaba la proyección de los condados independientes catalanes hacia el levante peninsular; y, en consecuencia, los colocaba en una situación de limitación que podía resultar decisiva en futuras operaciones políticas de unión o de absorción.

Renuncia de Saragossa (1137). Ramir II lliura el regne d'Aragó al seu futur gendre Ramon Berenguer IV / Font: Arxiu de la Corona d'Aragó

Renuncia de Zaragoza (1137). Ramiro II entrega el reino de Aragón a su futuro yerno Ramon Berenguer IV / Fuente: Arxivo de la Corona de Aragón

¿Qué argumentos esgrimían los aragoneses?

A caballo entre el año 1000 aquellas sociedades conservaban la memoria de un pasado anterior a la romanidad. Romanos y visigodos no habían alterado significativamente la composición étnica de la población. Eso explica, por ejemplo, el probable origen del nombre medieval Catalunya (una alteración silábica de Lacetània, la nación norteibérica que ocupaba la parte central del actual país). O el nombre medieval de Aragón (que en lengua protovasca significaba "valle rojo"). Y explicaría, también, el argumento de las oligarquías aragonesas del año 1000, que proyectaban reunir el viejo conglomerado norteibérico y protovasco de la vieja Tarraconense, es decir, la Iacetània (Jaca); la Sedetània (Zaragoza); la Ilergècia (Lleida y Huesca), y la Ilercavònia (Tortosa). Sin perder de vista el viejo mundo norteibérico del litoral, que, a caballo entre el año 1000, estaba articulado por los condados catalanes.

El cambio en la ideología catalana

A partir del gobierno de Ramon Berenguer III (1097-1131) —padre y antecesor de Ramon Berenguer IV— se observa un cambio sustancial de la ideología del poder catalán: el proyecto de reunificación de la Marca de Gotia (la expansión catalana en Occitania), que había marcado la política de los primeros condes catalanes desde la independencia (987), pasará a compartir protagonismo con la expansión peninsular. Este interés progresivo por los asuntos peninsulares tenía un motivo: desde Borrell II (987), el poder barcelonés había intentado, repetidamente, consolidar la independencia con la creación de un arzobispado propio —en Barcelona o en Vic— que tenía que liberar las diócesis catalanas de la tutela de Narbona. Pero la respuesta del Pontificado siempre había sido la misma: "Recuperad Tarragona y restaurad la vieja archidiócesis romana y visigótica".

Ramon Berenguer III y la Catalunya Nueva

La recuperación de Tarragona (1117) —en aquel momento abandonada y arruinada desde la invasión árabe del 717— marcó un antes y un después en la evolución histórica de los condados catalanes. No tan solo se conseguía la independencia eclesiástica, que completaba la política y la militar alcanzadas en el año 987, sino que despertaba el viejo proyecto carolingio (dormido durante tres siglos), consistente en desplazar la frontera de la Marca de Gotia hasta la raya del Ebro. E, incluso, proyectar la expansión hacia el sur, siguiendo la línea de la costa, hasta el viejo límite de las antiguas provincias Tarraconense y Cartaginense (el valle del río Túria). Y para constuirlo, la cancillería de Barcelona esgrimió los derechos que Ramon Berenguer III conservaba por su primer matrimonio con María Díaz de Vivar, primogénita y heredera del Cid Campeador, señor efímero de Valencia (1091-1097).

Un golpe de autoridad

Cuando Ramon Berenguer IV entró en Tortosa (1148) e incorporó el valle bajo del Ebro a los dominios del Casal de Barcelona, se estaban agotando los últimos flecos de la unión dinástica catalanoaragonesa. En 1136 se había pactado el matrimonio entre Ramon Berenguer IV y Peronella, hija y heredera de Ramiro II de Aragón. Desde entonces, Peronella —que, en aquel momento, tenía tres meses de edad— se criaría y se educaría en Barcelona. Y en 1137, Ramiro II había entregado el reino aragonés a Ramon Berenguer IV. Solo quedaba pendiente la celebración del matrimonio, previsto para el año 1150. En la campaña de Tortosa (1148), el Casal de Barcelona no contó para nada con los aragoneses, a pesar de que, en los cenáculos de poder, todo el mundo sabía que la conquista y el dominio de aquel territorio había sido la prioridad absoluta de la cancillería zaragozana durante generaciones.

Capitulació d'Ayerbe (1137). Ramon Berenguer IV de Barcelona es nomenat Home Principal d'Aragó / Font: Arxiu de la Corona d'Aragó

Capitulación de Ayerbe (1137). Ramon Berenguer IV de Barcelona es nombrado Hombre Principal de Aragón / Fuente: Arxivo de la Corona de Aragón

Aragón queda sin salida al mar

Aquel golpe de autoridad pone de relieve dos aspectos que han sido interesadamente manipulados por la historiografía nacionalista española. El primero —y más evidente— es que, en aquella etapa de negociaciones y pactos, la relación de pesos entre Barcelona y Aragón fue, siempre, claramente favorable a los catalanes. Y el segundo —y no menos importante— es que la arquitectura política de aquel nuevo estado era y sería, siempre, catalana. Con la campaña de Tortosa, el Casal de Barcelona impedía la salida al mar de Aragón, es decir, se aseguraba el dominio sobre la balconada que conectaba aquel nuevo edificio político con el mundo. Aragón —que había soñado con devorar los condados catalanes— quedaría condenado a una posición de traspaís, totalmente subordinado a una potente Catalunya, que, durante siglos, basaría su fuerza y su liderazgo en el comercio marítimo.

 

Imagen principal: Mapa del cuadrante nororiental peninsular (sigle XV) / Cartoteca de Catalunya.