Imagen principal: Grabado de París (1615), obra de Mathaus Merian / Fuente Wikimedia Commons

Barcelona, 17 de agosto de 1644. Hace 375 años. La Generalitat nombraba a Francesc de Montpalau y de Solanell embajador de Catalunya en la corte de Luis XIV de Francia (entonces le Roi Enfant y más tarde le Roi Soleil). Desde 1640 –durante el reinado de Luis XIII– Catalunya era un estado independiente en la órbita política francesa. Sin embargo, desde que había estallado la crisis occitana (1643), las relaciones entre Barcelona y París se habían enturbiado. El contenido de la correspondencia oficial entre las dos cancillerías revela que se había transitado de un escenario de complicidad a otro de mutua desconfianza.

Montpalau fue comisionado para enderezar la situación y recuperar el escenario anterior a 1643. Sería el primer embajador del gobierno de Catalunya que, de forma permanente, ejercería como tal en París (1644-1647). Montpalau y sus sucesores, Francesc Puigjaner (1647-1650) y Narcís Ramon March (1650-1652), se convertirían en los primeros embajadores del estado moderno catalán, y se anticiparían tres cuartos de siglo a Dalmases, Ferran y Berardo, los representantes diplomáticos del gobierno de Catalunya en Londres, La Haya y Viena, en 1714.

Grabado de Barcelona (1645), obra de Louis Boissevin. Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Barcelona (1645), obra de Louis Boissevin / Fuente: Cartoteca de Catalunya

¿Cuál era la relación política entre Catalunya y Francia?

El 7 de septiembre de 1640, los representantes políticos catalanes y franceses habían firmado una alianza política y militar (el Tratado de Ceret) que separaba Catalunya del edificio político hispánico y la situaba en la órbita política y militar de Francia. Poco después, el 17 de enero de 1641, el presidente Pau Claris –el impulsor de aquel tratado–, proclamaba la República Catalana bajo la protección de Francia. Y seis días más tarde, el 23 de enero de 1641, los Braços Estamentals (el equivalente al Parlament) dejaban en suspenso la República y proclamaban a Luis XIII conde independiente de Barcelona.

Aquella proclamación venía forzada por los acontecimientos: la monarquía hispánica había iniciado la ocupación militar de Catalunya (los ejércitos del marqués de Los Vélez, en su camino hacia Barcelona, habían sembrado el territorio de desolación y muerte), y París exigió un nivel de relación más estrecho a cambio de una intervención más decidida. A partir del hecho, el Principado y los condados catalanes norpirenaicos se convertían en un dominio directo del rey francés, absolutamente al margen del resto de territorios de la corona francesa, y se pactaba una relación Catalunya-Francia, totalmente independiente y bilateral.

Mapa de Catalunya (1647) obra de Joannes Jansonius y Henricus Hondius. Fuente Cartoteca de Catalunya

Mapa de Catalunya (1647) obra de Joannes Jansonius y Henricus Hondius / Fuente: Cartoteca de Catalunya

¿Por qué se habían enturbiado las relaciones entre Barcelona y París?

El estallido de la jacquería de 1643 (la revolución popular occitana que lideró Jan Petit), provocó un descalabro en la corte de París. El cardenal Mazzarino –el ministro plenipotenciario de Luís XIV– tuvo que desplazar a Occitania miles de efectivos que tenía emplazados por todos los frentes de guerra. Pero sobre todo, aquel estallido de descontento, sería la constatación de que las arcas francesas –los recursos de la corona y la capacidad de extracción sobre las clases populares– habían llegado al límite. París necesitaba una tregua y Mazzarino preparó el terreno para una conferencia de paz.

Los cambios de planes de París tendrían una importante repercusión en Catalunya. Mazzarino no tan sólo retiró una parte del ejército que combatía en la frontera catalano-española, sino que también retrasó –supuestamente forzado por las circunstancias– las soldadas de los que se quedaron. Con esta combinación de elementos, el frente de guerra catalán quedó estacionado; y los soldados franceses, sin cobrar. A partir de ese hecho, la soldadesca francesa se entregó a los robos, a los atracos, a los saqueos y a los secuestros, provocando enfrentamientos con los regimientos catalanes y con la población civil del país.

Retratos de Luis XIV y Mazzarino, obra de Charles Le Brun y Pierre Mignard. Fuente Wikimedia Commons

Retratos de Luis XIV y Mazzarino, obra de Charles Le Brun y Pierre Mignard / Fuente: Wikimedia Commons

¿Cuál fue la misión de Montpalau?

Montpalau llegó a la corte de Versalles con el objetivo principal de recuperar y potenciar las buenas relaciones anteriores a la crisis occitana. El Dietario de la Generalitat (el diario de sesiones del gobierno catalán) revela que las autoridades políticas catalanas del momento tenían mucho interés no tan sólo en restablecer las buenas relaciones anteriores, sino que, incluso, albergaban el firme propósito de mejorarlas y consolidarlas. La incorporación de Catalunya a la órbita política francesa había creado grandes expectativas económicas que tenían que reparar los estragos provocados por la anterior ocupación hispánica (1635-1640).

Los hechos ponen de relieve que Montpalau tejió una interesante red de contactos que lo transportó hasta el entorno personal de Mazzarino. Los hechos también manifiestan que Mazzarino y Montpalau eran dos "animales políticos", y que en aquella operación enseguida hicieron buenas migas. Montpalau exigía un relevo drástico en la dirección militar francesa en Catalunya, y Mazzarino tenía una relación política pésima con el máximo mando francés en el Principado. El poderoso mariscal Philippe de La Mothe-Houdancourt sería, de mutuo acuerdo, sacrificado en aras de la alianza política y militar catalano-francesa.

¿Cuál fue la misión de Puigjaner?

Cuando Puigjaner llegó a París para relevar a Montpalau (1647), el peso de los actores de aquel conflicto internacional se había desplazado, definitivamente, hacia el lado francés. Pero, en cambio, la misión de Puigjaner no estuvo exenta de dificultades. De hecho, las fuentes documentales dibujan un escenario de una gran complejidad; con una cancillería francesa en una posición dominante y una cancillería hispánica en franco retroceso pero incapaz de aceptar la derrota. En el transcurso de la misión de Puigjaner, las conversaciones de paz de Münster –y el rediseño del mapa de Europa– tomaron velocidad de crucero.

Este fue el principal quebradero de cabeza de Puigjaner, y también el éxito de su misión. Porque en este punto, las fuentes documentales desmienten categóricamente el mantra de la ideología nacionalista española: los negociadores hispánicos siempre dieron por perdidos los condados del Roselló y la Cerdanya (¡once años antes del Tratado de los Pirineos!). Pero, en cambio, no querían renunciar a los pretendidos derechos de Felipe IV sobre el Principado. Durante tres años (1647-1650), Puigjaner evitó aquello que, años después, en la isla de los Faisanes los hispánicos servirían en bandeja de plata: la división de Catalunya (1659).

Mapa de Europa (1650), obra de Guiljelmus Blaeu. Fuente Bibliothèque Nationale de France

Mapa de Europa (1650), obra de Guiljelmus Blaeu / Fuente: Bibliothèque Nationale de France

¿Cuál fue la misión de March?

La misión de March es la más desconocida. Cuando March llegó a París para relevar a Puigjaner, el rey hispánico Felipe IV había hecho pública –y, indiscutiblemente, interesadísima– constricción de todos los daños que su gobierno había causado a Catalunya. En pleno conflicto bélico había sacrificado Olivares (1642), su ministro plenipotenciario y a quien, entonces, consideraba el máximo responsable del fracaso hispánico en Catalunya. Y había abrazado, literalmente, las Constituciones de Catalunya (1645), que, reveladoramente, se había negado a jurar en tiempo de paz (1626).

La misión de March coincidió con la etapa final de la Guerra de los Segadores (1640-1652). March quedó atrapado en un perfil bajo después de la ocupación hispánica de Barcelona y la intervención política de la Generalitat (1652). Y cuando, siete años después, se firmó el Tratado de los Pirineos (1659), no había ningún representante catalán en la mesa negociadora. De hecho, la amputación de los condados catalanes norpirenaicos se pactó con traición y nocturnidad, violando las Constituciones de Catalunya que, cada uno en su momento, habían jurado entusiásticamente el francés Luis XIV y el hispánico Felipe IV.