Túneles del Garraf, 30 de mayo de 1925. Hace 95 años. Un grupo de activistas de la organización armada Bandera Negra habían previsto colocar una bomba en el interior de uno de los túneles del Garraf ―de la línea ferroviaria Barcelona-Tarragona― al paso del tren en el que viajaban los reyes Alfonso XIII y María Cristina, las infantas Beatriz y Cristina, el general Primo de Rivera y varias autoridades gubernativas del régimen dictatorial español en Catalunya. Aquel artefacto tenía que ser activado mediante un mecanismo eléctrico desde una barca situada en la costa. Pero aquel atentado no se produciría nunca: fue desarticulado a causa de un chivatazo que procedía del entorno de la organización. En las semanas siguientes, la policía española detendría a siete activistas de Bandera Negra y aprovecharía aquella operación para intensificar la represión contra cualquier reivindicación del hecho nacional catalán.
Los miembros del grupo que preparó el atentado frustrado en el Garraf / Fuente: Blog Llibertat
El paisaje político
La sociedad catalana de 1925 vivía en un permanente clima de tensión. El 15 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera, capitán general de Catalunya, había perpetrado un golpe de estado con el apoyo entusiástico del rey Alfonso XIII. Primo de Rivera había vendido su proyecto a la Lliga Regionalista, de Cambó, como un mal necesario para acabar con el pistolerismo anarquista y había obtenido, también, el apoyo de las figuras más destacadas del regionalismo monárquico catalán. Pero cuando Primo de Rivera alcanza el poder, se revela como un furibundo nacionalista español (inspirado en el régimen fascista de Víctor Manuel III y Mussolini). La Mancomunitat, creada para conducir el país a la restauración del autogobierno (1913), sería desarticulada (1923-1925) y el nuevo régimen desataría una brutal represión con el objetivo de liquidar la primavera política catalana.
El horizonte político
Poco antes del golpe de estado, la Lliga Regionalista ―formación hegemónica catalana desde los comicios de 1907 y principal impulsora de la Mancomunitat― ya estaba en el ojo del huracán de la sociedad catalana. Nadie entendía por qué el apoyo parlamentario a los gobiernos de Madrid se había traducido en nada: no habían conseguido hacer prosperar el proyecto de Estatut de 1919, que había llegado a las Cortes envuelto en una extraordinaria ilusión colectiva. Y sufría una fuerte contestación interna que había estallado con la escisión del sector más catalanista. En 1922 (el año anterior al golpe de estado) la Lliga ya era una triste sombra de lo que había sido en la época de Prat de la Riba. Nacían Acció Catalana, creada por los escindidos de la Lliga, y Estat Català, el primer partido independentista de la historia de Catalunya y fundado por Macià, que se perfilaban como los relevos de la Lliga.
Alfonso XIII, Primo de Rivera y Milans del Bosch en Barcelona (1925)
Un camino agotado, un nuevo camino
Acció Catalana y Estat Català ―ilegalizados, como el resto de partidos, después de del golpe de estado― se proyectarían hacia un futuro escenario de libertades con una fuerza y un apoyo que la Lliga había perdido, en buena parte, a causa de su ingenuidad. El independentismo, sobre todo, tomaría una envergadura extraordinaria, en aquel escenario de represión española y de desintegración del referente político catalán. Macià desde el exilio de Perpinyà, primero, y de París, después, transformaría un ideario hasta entonces residual en una opción política con una importante predicación. Su política tenía dos ejes: el eje exterior, que trabajaba incansablemente por la internacionalización de las reivindicaciones nacionales catalanas, y el eje interior, que formaba a los pelotones que se instruían militarmente para una futura acción revolucionaria.
Macià, Cardona y Aiguader
Pero la distancia que cubría el trayecto entre Bois-Colombes (la residencia parisina de Macià), el Hotel Belfort, de Tolosa de Languedoc (el punto de encuentro del exilio catalán) y los bosques del Principat (donde se instruía militarmente a los Escamots de Estat Català) acabaría siendo una fuente de discrepancias y de conflictos. En 1924 aparece la figura de un hombre de acción que no parece dispuesto a seguir la estrategia de Macià, y que, además, tiene el apoyo de una parte importante del sector más joven de Estat Català: Daniel Cardona. La tensión entre Macià, que pretende conservar la unidad del movimiento, y Cardona, que tiene un criterio propio, se pone de manifiesto en un triángulo de cartas entre estas dos personalidades y el doctor Jaume Aiguader, el hombre de Macià en el país y que en 1931 se convertiría en el primer alcalde independentista de la historia de Barcelona.
Francesc Macià y Jaume Aiguader / Fuente: Arxiu Fotogràfic de Barcelona. Foto: Pérez de Rozas
La condescendencia de Alfonso XIII con los catalanes
El 19 de mayo de 1925 (once días antes del llamado Complot del Garraf), los reyes y las infantas tomaban posesión del Palau de Pedralbes, regalo del Ayuntamiento dictatorial de la ciudad ―presidido por el alcalde Damià Rumeu Freixa, nombrado a dedo por el rey― a la corona española. Y el condescendiente discurso que pronunció Alfonso XIII se convirtió en el detonante del atentado: "Falsos historiadores se han equivocado al comentar el nacimiento de España. En otras naciones puede haber pueblos vencidos y pueblos vencedores. La unión de los pueblos de España fue fruto del amor. El matrimonio de Fernando e Isabel hermanó las regiones. Pasó el tiempo y vino un rey, Felipe V ―y tened en cuenta que os lo dice un Borbón―, que tomó medidas que muchos de vosotros habéis considerado injustas, pero que seguramente eran necesarias para la propia Cataluña”.
Las Rondes Volants
El discurso del rey fue interpretado como un acto de chulería y, acto seguido, un clima de indignación se apoderó de la sociedad catalana. Los historiadores Miquel Ferrer y Joan Creixell explican que, en aquel contexto de tensión extrema, Macià no pudo contener a Cardona y a su gente, que se sentían especialmente interpelados por lo que todo el mundo consideraba una provocación. Cardona tomaba, progresivamente, distancia y, previamente al Complot del Garraf, se produjeron algunos actos de violentos protagonizados por las llamadas Rondes Volants, que actuaban totalmente fuera del control de Macià, de Aiguader y de otros líderes del movimiento. Aquellas agresiones (principalmente destrucción de propiedades de personajes anticatalanistas) anticipaban una escalada de la violencia que culminaría con la iniciativa del grupo de Vilanova i la Geltrú: hacer estallar el tren real.
Fiesta de la liberación de los miembros encarcelados de Bandera Negra (1930) / Fuente: Wikimedia Commons
El atentado
Aquella facción del movimiento más radicalizada estaba formada por grupos locales relativamente inconexos y se inspiraba en el movimiento independentista irlandés, que combatía con las armas la ocupación británica y no dejaba espacio a la vía política. El Complot del Garraf vino precedido de un atentado frustrado el día antes (29 de mayo de 1925) en el centro de Barcelona. Los activistas del grupo que, finalmente, llevaron a cabo aquella acción ―como pensaban los líderes del movimiento que estaban al corriente― demostraron que estaban a años luz de los activistas irlandeses. No tenían preparación y no tenían cobertura. Aquella operación fue desarticulada por la delación del padre de uno de los integrantes del grupo. Y durante las semanas inmediatamente posteriores fueron detenidos Jaume Compte i Canellas, Miquel Badia i Capell y cinco activistas más.
Del Complot del Garraf a Prats de Molló
El resto del grupo pudo escapar. Pero la detención parcial de un comando (cinco de doce) que pretendía atentar contra la familia real, dio munición al régimen dictatorial para incrementar la represión. Y el resultado sería radicalmente diferente de lo que conseguiría Macià con los Hechos de Prats de Molló (1926) y el juicio de París (1927), con una estrategia pensada y razonada. El sacrificio de los activistas de Bandera Negra, que tanto invocaban en sus proclamas, resultaría totalmente estéril. Los activistas de Bandera Negra fueron salvajemente torturados por el aparato policial español y condenados a largas penas de reclusión por un tribunal militar español. Y su causa, a pesar de las extraordinarias manifestaciones de recepción producidas con su liberación, no alcanzaría la repercusión de los Hechos de Prats de Molló.