Dolors Pifarré i Torres (Lleida, 1959). Doctora en Historia Medieval por la Universitat de Barcelona. Catedrática de instituto en Lleida, actualmente jubilada. Ha investigado y divulgado el papel de los primeros mercaderes y armadores catalanes de la baja edad media (siglos XIV y XV) en el Atlántico Norte; y la creación y desarrollo del Consulado de Mar catalán de Brujas, en Flandes. Es autora del libro “El comerç internacional de Barcelona i el mar del Nord (Bruges) al final del segle XIV” (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2002), que sería el resultado de una intensa, rigurosa y pionera investigación sobre un grupo de comerciantes catalanes de la baja edad media, que se aventuraron a surcar las aguas ignotas y peligrosas del Atlántico Norte en busca de nuevas vías de negocio.

Profesora, ¿por qué motivo aquellos mercaderes catalanes abren las rutas marítimas con Flandes y con Inglaterra?
Bien, en primer lugar, hay que decir que aquellas rutas se dirigían, básicamente, a Brujas, es decir, a Flandes. Durante los siglos XIV y XV, Brujas es muy importante. Su influencia irradiaba la fachada costera del Atlántico Norte, desde el canal de la Mancha hasta el mar Báltico; y se proyectaba hacia el interior, hacia las ciudades alemanas del Bajo Rin. Era un gran centro mercantil, de concentración y de distribución de productos; y eso despertó el interés de aquellos activos y dinámicos comerciantes catalanes.

¿E Inglaterra?
En aquel momento —recordemos que estamos hablando de los siglos XIV y XV—, Inglaterra y Escocia están inmersas en un periodo de contracción económica. Y si bien es cierto que los mercaderes catalanes frecuentaban el puerto de Southampton —en el sur de Inglaterra—, también lo es que el grosor de la actividad comercial entre Catalunya y el norte de Europa estaba centralizada en Brujas.

¿Pero no era más fácil conectar Barcelona y Brujas por tierra, atravesando Francia, que navegar circunvalando la península Ibérica?
Todo lo contrario. La ruta marítima era más rápida y más barata. Era más rápida porque las vías terrestres estaban en muy mal estado. La excelente red vial de la época romana no se había conservado y estaba muy deteriorada. Y era más barata porque la vía terrestre estaba llena de peajes. El reino medieval de Francia era un rompecabezas de dominios feudales que imponían peajes —como vía habitual de ingresos— a todas las mercancías que circulaban por sus territorios.

Pero, en su trabajo de investigación, explica que la ruta marítima era muy peligrosa porque los barcos mercantes, a menudo, eran víctimas de ataques de piratas y corsarios.
Sí, es cierto. La piratería y el corso estaban muy extendidos; y causaban grandes perjuicios a la actividad comercial. En mi investigación encontré mucha documentación que hacía referencia a este fenómeno: piratas y corsarios norteafricanos, castellanos, vascos, franceses, ingleses...

¿Qué diferencia había entre piratas y corsarios?
Se dedicaban a lo mismo: asaltar barcos mercantes. Sin embargo, la piratería era una actividad delictiva. Los piratas actuaban por iniciativa propia. No rendían cuentas a nadie, y si los cogían los ejecutaban. En cambio, el corsario tenía el permiso del rey para piratear los barcos enemigos de la corona. El corso era una actividad promovida por el poder y era una forma de evitar los conflictos directos; es decir, era un elemento de la guerra de baja intensidad. Ahora bien, también es cierto que, en muchas ocasiones, los corsarios actuaban por cuenta propia. Por lo tanto, la línea que separaba la piratería y el corso era muy difusa.

¿Qué pasaba cuando un barco mercante catalán que hacía la ruta del Atlántico Norte era asaltado por los piratas?
Dependía del grado de violencia de cada asalto. Pero siempre perdían la carga, y en función de la violencia que practicaban aquellos piratas, podían perder la vida. En otras ocasiones, los piratas secuestraban a la tripulación y exigían un rescate. Y, todavía, en algunas otras ocasiones, la tripulación era vendida en los mercados de esclavos de los puertos musulmanes del norte de África.

¿Y con todo eso que explica, aquellos mercaderes catalanes insistían en mantener aquellas rutas marítimas?
Sí. Los comerciantes catalanes de los siglos XIV y XV eran gente muy dinámica y muy emprendedora. Era gente muy valiente y decidida, muy lanzados; que tenían una inclinación muy acusada por los negocios, y eso les hacía asumir todos aquellos riesgos. También es importante destacar que tenían mucho apoyo del poder. En aquel caso, de la cancillería real de Barcelona.

¿Los beneficios que generaba el comercio en aquella ruta podrían ser un estímulo que explicaría aquella voluntad de asumir riesgos?
Tenían unos beneficios de entre un 15% y un 20%, que en nuestro paradigma actual son muy pobres. Pero, en aquel escenario, eran unos porcentajes de beneficio muy elevados que explicarían, también, aquella perseverancia.

¿Tomaban algún tipo de precaución?
Sí, claro está. Creaban pequeños convoyes de tres o cuatro naves que se podían defender mejor de un ataque pirata. Y dispersaban la mercancía por las diversas naves que formaban aquel convoy, con el objetivo clarísimo de reducir los riesgos. Y a medida que este comercio se intensifica, se cambia el tipo de barco: se sustituye la tradicional nave de uso mercante por la galera, que era un barco de uso militar, en aquel caso convertido en un barco militar-mercante. Y se incorporan dotaciones de ballesteros a bordo.

Cuando los piratas habían secuestrado a la tripulación, ya podemos imaginar que los familiares y el Consulado de Mar gestionaban la liberación. ¿Sin embargo, qué pasaba con la carga que había sido robada? ¿Había alguna posibilidad de recuperarla?
Sí. El Consulado de Mar catalán de Brujas había creado un mecanismo de seguimiento y recuperación de las cargas robadas. En ocasiones eran recuperadas, aunque muchas veces se tenía que pagar un rescate. Esta casuística era bastante generalizada. Excepto si la carga robada iba a Inglaterra o a Escocia. Allí no había ninguna posibilidad de recuperarla, porque si la justicia la confiscaba, se la quedaba el rey. Este era otro motivo por el qual los comerciantes mediterráneos (catalanes, genoveses, venecianos, toscanos) tenían muchas reticencias a dirigirse a los puertos ingleses y escoceses.

 

Cuerpo, Entrevista Dolores Pifarré y Torres, historiadora Carlos Baglietto

¿Aquellos mercaderes catalanes, tenían la ambición de ir más allá de Flandes y de Inglaterra? ¿Es decir, conocían las rutas marítimas hacia Islandia y hacia Groenlandia? ¿O la ruta hacia Terranova que habían abierto los vikingos en torno al año 1000?
No. La documentación que generan aquellos comerciantes mediterráneos —no tan solo los catalanes— es muy clara: revela que no tenían ningún interés por las tierras frías y pobres más al norte de las islas británicas. Y, si bien es cierto que las naves catalanas transportaban pescado salado de Islandia y de Noruega en dirección a Catalunya, también lo es que estos productos los estibaban en los puertos de Flandes o de Inglaterra. Es decir, había una ruta marítima que unía Noruega e Islandia con Flandes y con Inglaterra. Pero los comerciantes mediterráneos no participaban.

Entonces, se puede decir que aquellos primeros contactos con el continente americano, como por ejemplo las campañas de los balleneros vascos en Terranova, serían más cosa de pescadores que de comerciantes...
Es que tenemos una falsa idea que asocia comerciantes y descubridores. En aquella época —siglos XIII y XIV—, los comerciantes no tenían la voluntad de descubrir nada, sino de crear nuevas rutas comerciales que ampliaran su campo de negocio. En aquel momento, la ruta de Brujas y de Southampton era un brazal en el Atlántico Norte de la red comercial mediterránea.

¿Quiénes fueron los pioneros de esta ruta del Atlántico Norte?
La documentación que tenemos dice que a finales del siglo XIII, los mercantes catalanes y genoveses ya tocaban, con cierta regularidad, los puertos de Flandes y de Inglaterra. Cuando decimos catalanes queremos decir mercantes procedentes del Principado y de Mallorca. E insisto con lo que decía antes: era un viaje largo, que se hacía con navegación de cabotaje —es decir, recorriendo la línea de la costa; y arriesgado, por el peligro que representaba la piratería. Pero, con el transcurso del tiempo, aquellos viajes se intensificarían y la ruta se consolidaría.

¿Qué papel jugarían los catalanes en aquel entramado comercial?
Durante el siglo XIV, lo mismo que los otros comerciantes mediterráneos. Los comerciantes catalanes de la época son muy activos. Barcelona está al nivel de Venecia. La actividad marítima catalana está al mismo nivel que la veneciana. Y las naves mercantes catalanas, aunque no están al mismo nivel que las venecianas (más preparadas para la navegación atlántica) tienen un protagonismo destacado en aquellas rutas. Lo que pasaría, posteriormente, es que los toscanos tomarían ventaja, sobre todo los mercaderes de Florencia; no tanto por la marina, sino porque serían los creadores y difusores de instrumentos financieros —como la letra de cambio, por ejemplo— que resultarían absolutamente imprescindibles para el desarrollo de aquella ruta comercial.

¿Qué productos exportaban, los catalanes, a Flandes y a Inglaterra?
Producción propia: almendras, piñones, comino, anís, jabón, aceite... Y productos de reexportación: frutos secos o arroz; que, en parte, habían sido importados desde el Reino de Valencia; o especias importadas desde el Mediterráneo oriental. Pero el producto estrella era el azafrán, que se cultivaba en la plana de Lleida y que se utilizaba como condimento, como digestivo y como colorante. También exportaban "grana", que era un tinte muy valorado.

¿Y qué importaban de Flandes y de Inglaterra?
En Flandes, los comerciantes catalanes, estibaban trapos de lujo fabricados en los mejores telares del continente. Eran ropas de lana. En este punto es importante destacar que en aquella época las clases privilegiadas vestían lana tanto en invierno como en verano. Y que las de color rojo eran las más caras, pero las de color verde y de color negro también eran muy valoradas. Y en Inglaterra, aquellos catalanes, estibaban lana en bruto —que se destinaba a los telares catalanes—, pescado salado —que procedía de Islandia y de Noruega—, y objetos metálicos —como los barreños, por ejemplo.

¿La balanza comercial era favorable o desfavorable a los catalanes?
En conjunto, estaba muy equilibrada.

¿Qué diferencia había entre los trapos importados de Flandes y los trapos que se fabricaban en Catalunya con la lana importada de Inglaterra?
Los trapos catalanes eran de una calidad más baja, pero tenían mucho recorrido. Se puede decir que tenían un mercado más amplio. Cuando menos, cuantitativamente hablando. Este textil catalán se destinaba al mercado propio y, también, se exportaba a Cerdeña y a Sicilia.

¿Además de Barcelona, qué otras ciudades catalanas participaban en este comercio con el Atlántico norte, y cuál era su función?
Básicamente, Valencia y Palma, porque era un comercio portuario. Sin embargo, vemos que Lleida, por ejemplo, tenía manufacturas textiles de calidad media, que se proveían con materia prima procedente, en ocasiones, de Inglaterra, y que exportaban su producción a Cerdeña o a Sicilia. En mi investigación en el archivo Datini de Florencia —una de las estirpes de mercaderes más importantes de la época—, localicé una letra de cambio emitida por un armador importador de Palma, que se había girado a un mercader intermediario de Valencia, pero que tenía que pagar un fabricante de Lleida.

¿Cómo evolucionan los mercaderes catalanes que se instalan en Flandes y en Inglaterra? ¿Fundan estirpes familiares en aquellos países de acogida? ¿O, pasado un tiempo, retornan y se emplazan de nuevo en Catalunya?
Está probado que los catalanes crearon una colonia en Brujas, que se articuló en torno al Consulado de Mar catalán y del convento del Carme. Estos dos edificios eran de iniciativa y de fábrica catalanas. No obstante, la documentación que genera esta colonia no hace alusiones a las familias de estos comerciantes. Sin embargo, esta colonia tuvo una larga existencia (más de un siglo), y eso hace pensar que estos catalanes de Flandes, formaron familias y tuvieron una existencia estable. Lo que no tenemos tan claro es si estas familias las formaban con mujeres autóctonas o con mujeres originarias de Catalunya.

¿Esta colonia tenía una idea de comunidad propia?
Sí, claro está. La prueba es que desarrollaron mecanismos comunitarios de solidaridad y de protección.

¿Como cuáles?
Como lo que mencionaba antes; habían creado un mecanismo de seguimiento y recuperación de la mercancía robada a los comerciantes catalanes. Y se daban apoyo mutuo en los negocios. En aquella época, el honor era un valor muy reconocido, y la palabra tenía mucha fuerza. Y lo que hacían los más arraigados a la plaza era garantizar la solvencia moral de los que estaban en proceso de consolidación.

Una parte de la diáspora katalanim de 1492 se estableció en Flandes. Incluso formarían parte del grupo de pioneros que en 1625 fundó Nuevo Amsterdam, poco después Nueva York. ¿Esta diáspora de Catalunya en Flandes podía tener alguna relación con la conexión iniciada en el siglo XIII?
No tengo ninguna referencia sobre eso.