Cervera, año 1026. Hace casi mil años. Tres familias colonizadoras procedentes del condado de Osona creaban el asentamiento fundacional de la villa. Aquel pequeño grupo, formado por unas tres docenas de personas (las familias, en aquella época, se articulaban como una especie de tribus), fue emplazado en aquel lugar por el poder condal independiente de Barcelona, que, poco antes, había ocupado militarmente una franja de terreno de este a oeste entre Manresa y Cervera para cortar la progresión expansiva hacia el sur del condado independiente de Urgell. Pero no todas las colonizaciones de aquella inmensa plana que se abría a ojos de aquellos pioneros serían por iniciativa del poder. En la Catalunya Nova, en la entrada del año 1000, se produjo un fenómeno singularísimo de colonización espontánea totalmente al margen del poder. Qué y quiénes eran aquellos colonos: ¿fugitivos o prehippies?

Representación de un soberano y de un barón|varón territorial. Fuente Wikimedia Commons

Representación de un soberano y de un barón territorial / Fuente: Wikimedia Commons

El paisaje de la época

A principios del año 1000 ya se había producido la independización de los condados del extremo sudoccidental del reino carolingio. La Marca de Gotia (el territorio entre los deltas del Ródano y del Llobregat), que desde el 750 había sido la plataforma de expansión carolingia hacia la península Ibérica, se había convertido en un rompecabezas de pequeños condados independientes. También, en aquel momento, el nuevo régimen feudal se estaba imponiendo plenamente por todos los territorios del antiguo mundo carolingio, los condados catalanes incluidos. Y eso significaba que aquellos violentos y avariciosos barones territoriales que habían emergido con la crisis de los poderes centrales (los de las cancillerías condales catalanas, también) y que habían usurpado el bien público (la milicia, la justicia, la seguridad, los impuestos) y la pequeña propiedad popular, habían convertido aquel viejo mundo relativamente ordenado en una gran bola de fuego.

La miseria y la injusticia, los combustibles de aquellas colonizaciones

Esta idea es muy importante, porque explica una de las causas que impulsarían este fenómeno tan singular y tan genuinamente catalán. Aquella brutal violencia feudal se había producido, reveladoramente, en un escenario social muy vulnerable. A principios del año 1000, los condados de la vieja Gotia sufrían una presión demográfica inédita. La suma de la violencia del poder y la superpoblación del país dio como resultado una alteración espectacular de aquellos paisajes sociales: hambre, enfermedades, delincuencia, muerte... y fugas hacia tierra de nadie, en busca de una nueva vida de oportunidades. La franja de territorio entre los límites condales (la línea Montsec-río Llobregós-la Panadella-río Foix) y los límites andalusíes (la línea del Baix Segre y del Baix Ebre) fue el Far West de aquella sociedad catalana primigenia.

Mapa de la evolución de los condados catalanes (siglos IX en XII. Font Enciclopedia

Mapa de la evolución de los condados catalanes (siglos IX a XII) / Fuente: Enciclopèdia

"Malos cristianos e insidiosos"

Efectivamente, se produjo una fuga relativamente importante de familias (aquellos grupos de estructura tribal que mencionábamos anteriormente), que colgaron las obligaciones (que los vinculaban a la tierra y al barón) impuestas por el poder y se internaron en tierra de nadie, lejos del alcance ―incluso de la negra sombra― de aquellos violentos patrones. Las fuentes documentales revelan que se crearon comunidades libres en las cabeceras de los ríos Gaià (Alt Camp), Corb (Segarra, Urgell) y Francolí (Conca de Barberà). Comunidades que no generaron ningún tipo de documentación; pero en cambio sí que fueron atentamente observadas por aquel nuevo poder feudal. La documentación del obispado de Barcelona relacionada con este fenómeno los describe como "malos cristianos e insidiosos". A ojos del poder, gente muy peligrosa que ponía en riesgo el nuevo orden feudal.

Libertad y anarquía

Aquellas comunidades libres no desarrollaron sistemas de gobierno propios, más allá de algún detalle de la tradición social de la época a nivel popular. Todo indica que, al margen de la relativa autoridad que se le podía reconocer al jefe de familia, que, generalmente, era quien había conducido el grupo hacia la libertad o, pasado el tiempo, uno de sus descendientes; aquellas comunidades se organizaban en ausencia de poder. Aquellas comunidades tampoco desarrollaron un corpus jurídico. Y considerando que ley y moral ―para la tradición romana― estaban indisociablemente relacionadas, es casi del todo seguro que prescindieron de ciertas instituciones sociales: como el matrimonio, como el incesto o como los sacramentos de la liturgia cristiana, que en su mundo de origen no tan sólo estaban consolidados, sino que se estaban imponiendo como un instrumento de control al servicio del poder.

Ramon Berenguer III y Ramon Berenguer IV. Fuente Rollo de Poblet

Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV / Fuente: Rotlle de Poblet

Escapados y fugitivos

Aquellas comunidades tampoco promovieron la creación de nuevas poblaciones. Algunos se instalaron en villae de la época romana y visigótica abandonadas y arruinadas desde la invasión árabe (717-723). Otros, en viejas cuevas y grutas desocupadas desde el neolítico (3.000 a.C.). Y todavía, otros construyeron cabañas adosadas a una pared natural, en el interior de un desfiladero. Todo indica que el tipo de vivienda tenía mucha relación con el motivo que había impulsado aquel viaje. Porque también sabemos que algunos de estos pioneros eran fugitivos de la justicia condal o baronial. Asesinos o, simplemente, justicieros. En cualquiera de los casos, lo que sí que sabemos es que aquellas iniciativas tenían un gran componente de peligro y de riesgo. A menudo, aquellos pioneros eran víctimas de expediciones de castigo musulmanas o incluso de la acción de los bandoleros (los almogávares primigenios).

El fin de las comunidades libres y la orden del Cister

Aquel sistema de libertad se hundió, repentinamente, en el momento en que los condes barceloneses Ramón Berenguer III (1082-1131) y Ramón Berenguer IV (1113-1162) y el conde urgelense Armengol VI (1102-1154) desplazaron la frontera hacia el oeste y hacia el sur, hasta más allá del Segre y del Ebro. En aquel momento, curiosamente y reveladoramente, la cancillería condal barcelonesa entregó grandes cantidades de terreno a la recién creada orden del Cister. No es una casualidad que los tres grandes monasterios de la orden que se identifica con la divisa "Ora et labora" (reza y trabaja) ―y que revolucionaría el paisaje económico y social en la Catalunya de la época― se emplazaran sobre los territorios de máxima densidad de comunidades libres: Santes Creus, en la cabecera del Gaià; Vallbona de les Monges, en la cabecera del Corb; y Poblet, en la cabecera del Francolí.