Madrigalejo (corona castellanoleonesa), 23 de enero de 1516. Hace 505 años. Moría Fernando el Católico, rey de la corona catalanoaragonesa, regente de la corona castellanoleonesa desde la muerte de Isabel la Católica (1504) y rey de la corona navarra por usurpación a sus legítimos monarcas (1515). Según algunas fuentes, aquella muerte se habría producido por una intoxicación de afrodisíacos. En su testamento, sospechosamente firmado tres días antes de su muerte, y muy probablemente forzado por las oligarquías castellanoleonesas, legaba sus dominios a su hija Juana, apodada la Loca. Pero imponía la condición de que el gobierno sería ejercido por Carlos, el primogénito de la heredera y la viva representación del demonio en los cenáculos cortesanos de Toledo. Unas últimas voluntades que, lejos de aclarar la sucesión, planteaban muchos interrogantes.

Testamento de Ferran el Católico (1516). Fuente Archivo de la Corona de Aragón

Testamento de Fernando el Católico (1516) / Fuente: Archivo de la Corona de Aragón

Los regentes

Fernando contaba con que su nieto Carlos no asumiría sus funciones de forma inmediata. No tan sólo por su corta edad (tenía 16 años) sino por la resistencia que, como efectivamente sucedió, le plantarían en la corona castellanoleonesa. Y en aquel mismo testamento nombraba a dos regentes que gobernarían su herencia a la espera de que los acontecimientos se precipitaran. La corona castellanoleonesa sería gobernada por Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo y elemento del entorno de la difunta Isabel de Castilla. Y la corona catalanoaragonesa sería gobernada por Alfonso de Aragón y Roig de Ivorra, arzobispo de Zaragoza y de València, lugarteniente de Catalunya e hijo natural de Fernando. Este dato es muy importante, porque revela que Fernando no tenía ninguna confianza en la continuidad del proyecto de la monarquía hispánica.

Nombramiento de Alfons como regente (1516). Fuente Archivo de la Corona de Aragón

Nombramiento de Alfonso como regente (1516) / Fuente: Archivo de la Corona de Aragón

¿De dónde venía Alfonso?

Alfonso era el hijo primogénito de Fernando el Católico. Ilegítimo pero primogénito. Era el fruto de una relación furtiva entre Fernando y Aldonza Roig de Ivorra que, curiosamente, se produjo en el transcurso de las negociaciones matrimoniales de los futuros Reyes Católicos, en Cervera, el año 1469. Aldonza era hija de Pere Roig y Alemany, uno de los miembros del equipo negociador de Fernando. Un año después (Cervera, 1470) nacía Alfonso, mucho antes de que lo hicieran los retoños de la católica pareja. No obstante, su condición de hijo ilegítimo impedía que su nombre y su persona se colaran en el orden sucesorio. Alfonso no representó nunca un problema hasta que, con la muerte prematura e inesperada de Juan de Aragón y de Castilla (1497) —el único hijo varón de los Reyes Católicos— todas las miradas se giraron hacia él. La mirada de terror de Isabel la Católica, también.

El orden de los factores sí que alteraba el producto

La inesperada muerte de Juan alteraba significativamente los planes de la cancillería hispánica. Casado con Margarita de Austria (la hermana pequeña de Felipe el Hermoso), era el puntal del proyecto de unión de las casas Trastámara y Habsburgo, por este riguroso orden. Lo que vendría después, con la descendencia de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, aunque lo pueda parecer, no era la reedición del plan inicial. En aquel caso, el orden de los factores alteraba el producto: la nueva y poderosa dinastía resultante de aquella compleja arquitectura no sería Trastámara, sino Habsburgo. Y por este motivo, los Reyes Católicos quemaron el último cartucho: casaron a su hija Isabel con el rey Manuel I de Portugal (1497), en un intento desesperado de evitar el zarpazo Habsburgo. Pero ni así. Isabel murió de parto el año siguiente (1498) y su bebé, Miguel da Paz, poco después (1500).

El cardenal Cisneros, Joana de Trastàmara y Ferran d'Habsburg. Font Museo del Prado (Madrid) y Kunsthistorisches Museum (Viena)

El cardenal Cisneros, Juana de Trastámara y Fernando de Habsburgo / Fuente: Museo del Prado y Kunsthistorisches Museum (Viena)

El nombre de Alfonso suena con fuerza

En aquel momento, Alfonso era arzobispo de Zaragoza (había sido nombrado con tan sólo siete años de edad) y se le preparaba para suceder al papa Borja. Cuando menos, esta era la estrategia conjunta diseñada por las cancillerías hispánica y vaticana que pilotaba (o mejor dicho, que había pilotado) sobre dos ejes: un Trastámara (el difunto Juan) sentado en el trono más poderoso de Europa y otro Trastámara (Alfonso, el hijo ilegítimo) sentado en el sitial de San Pedro. La muerte del heredero Juan, que algunos médicos de la corte atribuyeron a los excesos de una ninfómana Margarita, condujo aquel proyecto directamente a la papelera de la historia. A partir de la muerte de Juan, pero sobre todo de la del bebé Miguel, el nombre y la figura de Alfonso de Aragón y Roig de Ivorra se convertirían en una apuesta recurrente en las quinielas de las cancillerías de Toledo y de Barcelona.

¿Alfonso, rey de las Españas?

Fernando el Católico sabía que la figura de Alfonso no tenía predicación en Toledo. Porque las oligarquías castellanoleonesas, desde la muerte de Isabel la Católica (1504), se habían inclinado por Juana —llamada la Loca. Y a partir de su reclusión (1509) por Fernando de Habsburgo, el hermano pequeño de Carlos de Gante. El pequeño Fernando —a diferencia de su hermano Carlos— había sido criado y educado en Castilla, tenía el castellano como lengua propia, y desde que tenía pelo bajo la nariz participaba en la política castellana inmerso en el entorno de su difunta abuela Isabel. En cambio, en los países de la corona catalanoaragonesa, Alfonso tenía poder y cierto prestigio que, no hay que olvidar, le venía de la mano de su padre. En 1512, sumaba a su cargo eclesial aragonés el de arzobispo de València. Y en 1514 (dos años antes de la muerte de su padre biológico) el de lugarteniente de Catalunya.

Ferran el Católico, Aldonça Roig de Ivorra, y Alfons de Aragón y Roig de Ivorra. Fuente Kunsthistorisches Museum (Viena) y Archivo de ElNacional

Fernando el Católico, Aldonza Roig de Ivorra y Alfonso de Aragón y Roig de Ivorra / Fuente: Kunsthistorisches Museum (Viena)

Una mano muy buena en aquella partida de naipes

Mucho antes la muerte de Fernando el Católico (1516), la carrera eclesiástica de Alfonso había tocado techo: las poderosas familias Delle Rovere y Médicis —enemigas acérrimas de los Borja y, de rebote, de los Trastámara—habían impedido culminar su propósito: el sitial de San Pedro. Precisamente por esta causa, el testamento de su padre biológico le abría las puertas en una última —y, hasta cierto punto— inesperada oportunidad: una carrera política que aventuraba un final imprevisible. Alfonso, a diferencia de Cisneros, era un personaje de la realeza. Y si bien era cierto que Alfonso era un hijo bastardo del rey; también lo era que su fulgurante carrera eclesiástica —fabricada, básicamente, por Fernando— era una manifestación de reconocimiento paterno que nadie podía ignorar. Fernando no lo declaraba heredero, pero le ponía al alcance una mano muy importante en aquella formidable jugada de naipes.

Alfonso no supo jugar sus cartas

Alfonso tenía que buscar una alianza con las clases mercantiles castellanas que aventuraban "el apocalipsis Habsburgo", que se confirmaría con la terrible represión contra la revolución comunera (1521). O con las clases oligárquicas castellanas que no querían otra cosa que restaurar la independencia castellana. Y materializar el plan de deconstrucción de la monarquía hispánica, que pasaba por coronar a Juana en Toledo y a Alfonso en Barcelona. La historia peninsular está llena de testamentos ignorados. O de testamentos reinterpretados. O de testamentos, sencillamente, falsificados. El caso del testamento ignorado que condujo a Ramiro el Monje al trono aragonés (1134) o el testamento falsificado que puso las nalgas de Felipe V en el trono de las Españas (1700) son dos buenos ejemplos. Pero, en cambio, Alfonso durante su gobierno (1516-1518) no supo jugar sus cartas.

Grabado de Toledo (1572). Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Toledo (1572) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Carlos de Gante gana la partida a Alfonso de Aragón

Alfonso no supo leer los grandes procesos de transformación de su época. Sabía que Juana no era aceptada como reina en Barcelona. Y lejos de hacer valer sus posibilidades y buscar el entendimiento con las poderosas clases mercantiles de Barcelona y de València —las aliadas tradicionales e incondicionales de los Trastámara y, particularmente, de su padre—, se alineó con los sectores más reaccionarios de aquella sociedad, y cultivó una esperpéntica relación de complicidad con la nobleza casposa e, incluso, con la sórdida Inquisición. Los Habsburgo austroborgoñones, en aquellos momentos los únicos interesados en impulsar el proyecto monarquía hispánica, sí que lo supieron leer; y eso explica el porqué la cancillería de Carlos de Gante, nada más poner el pie en la Península, se fue a seducir a los mercaderes de Barcelona y de València.