El ginecólogo congoleño Denis Mukwege recibió el Nobel de la Paz en 2018, junto con Nadia Murad, antigua esclava sexual del Daesh. Este médico se convertiría en el símbolo de la lucha contra las violencias sexuales, en Congo y por todas partes. Ahora la editorial Península, para dar a conocer el personaje, publica sus memorias: Un manifiesto por la vida. La autobiografía del hombre que lucha por las mujeres en el Congo.

La lucha por la salud de las mujeres

Mukwege, que nació en 1955, todavía durante el periodo colonial, decidió estudiar ginecología en Francia, porque se dio cuenta de que muchos partos se producían sin ningún tipo de control. Pero a partir del estallido de la guerra del Congo, en 1996, la situación cambió. Las violaciones y las mutilaciones genitales se convirtieron en armas de guerra, y Denis Mukwege fundó el hospital Panzi, en Bukavu, donde atiende gratuitamente a las víctimas de la violencia sexual. Miles de mujeres han pasado por este centro donde se les ofrece tanto atención médica como asistencia social. El Nobel afirma que su prioridad es tratar a las mujeres como supervivientes, que miran hacia el futuro, y no como víctimas, que se centran en el pasado.

Mukwege Zeid Ra'ad Al Hussein hotel panzi MONUSCO Myriam Asmani

El doctor Mukwege recibe a Zeid Ra'ad Al Hussein, Alto Comisario de la ONU para los Derechos Humanos en el Hospital Panzi. Foto: MONUSCO / Myriam Asmani.

Un hombre incómodo

Mukwege no se limita a tratar a las mujeres que han sufrido agresiones, sino que además intenta llegar a las causas del problema (en realidad, su tarea como médico está estrechamente vinculada a su vocación de pastor pentecostal). Por eso ha emprendido una campaña para denunciar las violencias sexuales que se producen en el Congo (pero al mismo tiempo, también, ha reivindicado que hay que cambiar al cultura masculina por todo el mundo). Sus reivindicaciones han resultado muy molestas, porque todas las fuerzas armadas implicadas en el conflicto se han visto afectadas por las prácticas que él denuncia. Además, este doctor ha reclamado repetidamente una democratización de su país, lo que ha irritado a la clase política, anclada en largos años de dictadura. El ginecólogo no se llevó bien ni con Mobutu, ni con sus sucesores, Laurent-Désiré y Joseph Kabila. En realidad, Mukwege incluso sufrió dos atentados, y en uno de ellos resultó muerte el vigilante de su casa. Y en 1996 el hospital de Lemera, donde él trabajaba, fue atacado y buena parte de sus pacientes y miembros del personal médico fueron ejecutados.

El infierno del Kivu

La historia de Mukwege está marcada por la violencia. Desde la muerte de Patrice Lumumba, la región del Kivu, en el este del Congo no ha vivido completamente en paz. Mukwege explica haber vivido la amenaza de la guerrilla mulelista, pero también la de los mercenarios europeos dirigidos por Jean Schramme (ídolo de la ultraderecha española de la época). El genocidio de los tutsis de Ruanda de 1994 acabó por llevar al Kivu a centenares de miles de refugiados hutu, entre los cuales numerosos colaboradores del genocidio. Las acciones de estos desencadenaron la primera Guerra del Congo (1996-1997) y la segunda Guerra del Congo (1998-2003) y una dramática posguerra, marcada por la presencia de grupos armados diversos y una población presa como rehén de las facciones armadas. Diferentes milicias controlan partes del territorio y la misión de la ONU en la zona (la mayor que tiene en el mundo) es incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Además hay conflictos étnicos que llevan a enfrentamientos entre grupos diferentes (que incluso afecta al personal de los hospitales). Pero la violencia no es lo único problemas: en las últimas décadas la corrupción y los abusos gubernamentales han sido constantes.

Un Nobel insuficiente

Mukwege estaba muy contento con la concesión del Nobel porque creía, sobre todo, que volvería a poner en la agenda de la comunidad internacional la cuestión del Este del Congo. Mukwege obtuvo una gran notoriedad y una fuerte presencia en medios de comunicación de todo el Planeta, pero no parece que eso haya servido para mejorar la situación de una región que no acaba de normalizarse. Por otra parte, desde los medios internacionales hubo mucho interés por las agresiones sexuales, pero no hubo un interés similar por la guerra en sí, aunque este conflicto se haya cobrado la vida ya de millones de personas (nadie sabrá nunca cuántas): mujeres, pero también hombres y niños.

Un libro de Nobel

Un manifiesto por la vida cumple plenamente con los parámetros de un libro de este tipo: una biografía o autobiografía de un personaje que acaba de recibir el premio Nobel. El tratamiento es obviamente hagiográfico, sin ningún cuestionamiento. Y el hecho de estar escrito en primera persona hace que eso se haga todavía menos atractivo. Por otra parte, este libro entronca plenamente en la tradición de la literatura misional, que glorificaba a los misioneros o los personajes dedicados a tareas asistenciales en África. Recordamos que el muy polémico doctor Albert Schweitzer obtuvo el Nobel de la Paz en 1952, y en la España de la transición se hizo muy popular Emena, médico en el Congo, de Joaquín Sanz Gadea. En Un manifiesto por la vida el protagonista  es negro, pero sigue poniéndose mucho énfasis en el socorro externo. Es, pues, un libro que sirve mucho más para sensibilizar hacia un problema,  obviamente muy grave, que para explicar una situación que es absolutamente desconocida en Catalunya, y que habría que conocer.