Cansado y con solo una totebag conmigo, entro a esperar mi maleta de cabina 55 x 35 x 20 cm secuestrada. Solo un bulto, me dijo la aerolínea. Esa, a la bodega. Las maletas son como los cruasanes, todos se parecen en la vitrina de la panadería, pero uno siempre sabe cuál es el suyo. No tengo cruasán: la maleta roñosa que heredé de una ex, no sale. Mientras, me deleito –¡malo!– viendo a familias con carritos tipo Ikea hasta arriba de maletones, carritos de coche y enseres fatal empaquetados. El aeropuerto es zona minada. Todo puede salir mal allí. Al entrar, al salir. Nunca está cerca de casa, siempre hay que hacer tropecientas conexiones o, en el mejor de los casos, dejarse la pasta en un taxi que pillará atasco. Después, habrá un colón en la zona de escaneo, tocará pasar el control aleatorio, ese en que te soban con guantes azules de látex y te cambiarán la puerta a última hora: la sensación de apuro y absurdo de correr por las cintas, correr sobre un invento mecánico que está hecho para que no te canses de andar.

Las maletas son como los cruasanes, todos se parecen en la vitrina de la panadería

Siempre puede ir peor

Esperarás en el avión. Si vas solo, te destrozarás los carrillos. Si vas con alguien, le agarrarás la mano como si te sujetara de un despeñadero. Está justificado: esa cosa se levanta por magia. Por mucha física que sepas. Después de pasar la misma gincana de regreso, y con el añadido sobre las espaldas del fin de un viaje, cuando ya parezca que nada puede ir mal: las maletas. Nunca me dio para facturar. Pero, insisto, siempre me joden con eso de los bultos.Quince minutos. Empiezo a sudar, se nota el ahorro en aire acondicionado. La sala no tiene asientos, pero sí un suelo tipo enmarmolado super brillante. Puede uno peinarse mirándolo. El ahorro es selectivo. Las racholas son como espejos. En uno de ellos, rebota la cara de Steve Aoki. En otra, la de Bob Sinclar. ¿Joder, habré viajado en el mismo vuelo –interior y low cost– con los Djs que menos pinchan pero más llenan del mundo?

Cuando algo no puede ir peor, siempre irá –estás en un aeropuerto– a peor: la maleta no aparece tras media hora

Cuando algo no puede ir peor, siempre irá –estás en un aeropuerto– a peor: la maleta no aparece tras media hora. Y la cara de Steve Aoki me mira. Forra una columna. Todas las columnas están forradas por pinchadiscos. Un chico se hace un selfie con una de esas columnas. El chico es alto, muy rubio y empieza a estar rojo-gamba aún antes de que el sol haya visto su lechosa piel. Los anuncios de deejays en las columnas anuncian la cartelera del WEDJS Festival de la sala Opium de Agosto. Es un festival, a juzgar por las fotos de la web, donde premia ser guiri –o parecerlo–, no es para todos los bolsillos (350 euros la entrada VIP) y… definitivamente, el aeropuerto es el mejor sitio para anunciarlo. Menuda bienvenida musical me da mi ciudad, pienso. Es como recibir una carta en el buzón, leerla, que sea preciosa y ver en la firma que no es para ti.

Sería injusto decir que toda la música de Barcelona es para ese chico con camiseta de tirantes y –todavía no la ha comprado, pero lo hará al día siguiente– gorra del Barça en la testa

Ropa de entretiempo

Sería injusto decir que toda la música de Barcelona es para ese chico con camiseta de tirantes y –todavía no la ha comprado, pero lo hará al día siguiente– gorra del Barça en la testa. El ciclo de Opium solo dura el mes de agosto y es el extremo del extremo de la música-turismo, el colofón a la temporada de macrofestivales, también copados, –sorpresa– de nuevo y tras la pandemia, por amantes de los botellines de alcohol de súper 24 horas. Esas réplicas tan monas de las botellas de espirituosos. Pero Barcelona son más músicas.

El BAM, ya a finales de septiembre, es uno de los pocos momentos que la ciudad admite ropa de entretiempo. La ropa que este año no tendré. Estaba en la maleta que nunca apareció en el aeropuerto

Más incluso que las que en otoño se activan por el biruji en interior (salas de concierto), como se han encargado de demostrar periodistas como Nando Cruz (aquí su mapa de otros escenarios posibles). Propuestas variadas, gratuitas, comunitarias como las de los músicos Samba Callejero. O la misma programación del Barcelona Acció Musical (BAM), ya a finales de septiembre y uno de los pocos momentos que la ciudad admite ropa de entretiempo. La ropa que este año no tendré. Estaba en la maleta que nunca apareció en el aeropuerto.