¿Alguna vez habéis visto a alguien coger un billete del canto superior de un tablero de baloncesto? La mayoría diría que no. Excepto algún privilegiado, justo los que convivieron en su día con Charles Thomas, un tipo que aterrizó en Catalunya para demostrar sus dotes como baloncestista, pero que, en el fondo, era más que eso: una estrella dentro y fuera de la cancha que se paseaba por la ciudad con su Ford del 28. Destacaba por su estilo, su glamour y porque, cuando el baloncesto aún no gozaba de la popularidad de ahora, trajo algo inaudito a estas tierras: concebir el deporte como un espectáculo. Su historia, con muchos giros de guion dramáticos aún por explicar, se explica en Temps mort, documental que este lunes se estrenó en el festival DocsBarcelona y que en junio llegará a las salas y en septiembre a la plataforma 3Cat, productora, juntamente con Mediapro, de la cinta. 

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Este lunes se ha estrenado en el DocsBarcelona Temps mort 

Destacaba por su estilo, su glamour y porque, cuando el baloncesto aún no gozaba de la popularidad de ahora, trajo algo inaudito a estas tierras: concebir el deporte como un espectáculo

Lo sorprendente es que Charles siguiera vivo

Ramon Ciurana, quien a finales de los sesenta se ocupó de captar jugadores americanos que pudiesen jugar aquí, cogió un avión y se fue a Estados Unidos a hacer un casting. Llegó a tantear a Kareem Abdul-Jabbar (sí, el del skyhook, los Lakers y piloto en Aterriza como puedas), pero a quien se trajo fue a Charles Thomas, que era una fuerza de la naturaleza. De él, sobre todo, destacaba su salto. Algo muy singular en un país en el que no éramos tan altos ni tan elásticos, y en el que todavía llamaba la atención ver a gente de raza negra (la anécdota de una niña lamiendo al hijo de Thomas porque creía que era de chocolate parece surrealista, pero es verídica). En esas circunstancias, Thomas empezó en el Club Bàsquet Sant Josep de Badalona, pioneros del baloncesto catalán y cuna de algunas leyendas. Su impacto fue tan grande que enseguida vino el F.C. Barcelona a ficharlo. Aquello se le había quedado pequeño. Por entonces, la sección estaba a la sombra de un Real Madrid que lo ganaba todo. No en vano, había voluntad de darle la vuelta al folio. Y allí fue donde Charles se encontró con su alma gemela: otro extranjero, Norman Carmichael, diametralmente opuesto a él tanto por estilo de juego como por carácter y estética. Congeniaron, forjando algo que, si es inquebrantable, es la amistad. A las duras y a las maduras. Las familias se entendían bien y eso les ayudó a adaptarse. Hasta que llegó la lesión. Sí, ese crujido, esa rodilla abierta. A partir de ahí, un socavón. Fragilidad de mente, malas compañías y pasar de un día para otro de estrella a estrellado. Ya nada sería igual, ni en la cancha ni fuera de ella. Lynda, la mujer de Charles (eran la escenificación de la pareja perfecta), con dos hijos en común (uno de ellos, Carlos, nacido aquí), asistió a la transformación de su marido. Ella había dejado su vida de atleta para acompañarlo y, de repente, vio que aquel hombre ya no era el mismo, afligido por su situación pero, al mismo tiempo, con reacciones violentas. Lynda se marcha y él desaparece. Tal cual. Coge un avión a Estados Unidos tras fracasar en su último período jugando en Manresa (donde solo completó nueve partidos), con paradero desconocido. A raíz de esto, muchas elucubraciones y una realidad palmaria: Charles es indigente, vive en la calle con lo que puede. Hasta que un rumor, allá por 1987, indica que lo han asesinado.

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Charles Thomas en sus días de baloncesto y gloria

Fragilidad de mente, malas compañías y pasar de un día para otro de estrella a estrellado. Ya nada sería igual, ni en la cancha ni fuera de ella

Años más tarde surge la magia del periodismo. Una investigación fruto de la curiosidad y la casualidad: Carlos Jiménez, de la revista Solobasket, fue el firmante de un artículo sobre su figura). Con lo cual, en el puzle, y en 2021, la ciudad tejana de Amarillo, una residencia y sus enfermeras, y Facebook para contactar con aquel que un buen día fue tu compañero y amigo (sí, Carmichael). Un nuevo giro de guion (el documental dirigido por Fèlix Colomer Vallès tiene hasta seis distintos). Temps mort narra una historia, bien trazada, que a ratos parece ficción. Utiliza un recurso que le da ritmo: las recreaciones adicionales con actores. porque, aunque escarbaron en el archivo de RTVE, no encontraron mucho de donde rascar (alguna imagen de los partidos y, asimismo, los vídeos caseros —sobre todo en la piscina— que grabó el propio Charles con su cámara Súper 8). Y en cuanto a entrevistas, hace gracia ver por ahí a Aíto García Reneses (que jugó con Charles) y los testimonios, ya de mayor, de Norman Carmichael (hilo conductor indispensable para entender la película), y al principio, del hijo de Ciurana (el verdadero artífice de que Charles llegara aquí) y unas cuantas miradas femeninas que vivieron ese período fértil en Barcelona. Luego también aparece una figura fundamental, que es la de Matson (con esa imagen de rapero moderno y esa voz tan grave). El hijo que no tiene en cuenta lo sucedido; no le perdona porque quien tiene que perdonarse es él. Matson, simplemente, le hace compañía. Tampoco es una cuestión de recuperar el tiempo perdido, ni de mirar atrás ni de buscar la cartera. Como dice Manolo Flores en un momento dado, aquí lo sorprendente es que Charles siguiera vivo.