La Galeria: Per la teva seguretat

El vecino que vive en el entresuelo tiene cuatro cámaras en su terraza de diez metros cuadrados. Tres apuntan hacia arriba, por si a algún vecino desequilibrado –nunca se sabe, y menos tras asistir a una reunión de vecinos– le dé por tirar tomates maduros por la ventana. De esto hace ya dos años y aún no sé qué cara tiene ese vecino. El caso es que en mi portal también tenemos dos cámaras, pero éstas, según me ha confesado el conserje ante mi primera voz de protesta, son de mentira. Es decir, hacemos como si estuviéramos espiando al personal, pero es sólo para disuadir al potencial delincuente –o vecino, nunca se sabe–.

En casa de mis padres, puedo sentarme en el sofá, encender la tele y poner el canal cotilla: puedes ver permanentemente quién entra y sale de la finca, así, en plan ‘slow tv’, como aquella pecera o aquel fuego que quema durante horas.

Voy al cajero, y es ahora más evidente si cabe, que mientras saco dinero, puedo retocarme el peinado, porque una pantalla me devuelve mi propia imagen. Vamos a las tiendas y hay cámaras por todas partes, incluso en plazas y otros espacios públicos. También en oficinas y otros puestos de trabajo. La mayoría nos pasan desapercibidas. Pero están.

La más famosa de las cámaras de Barcelona está en la plaza George Orwell. Revela la irónica realidad. Treinta años después de 1984 y casi 60 después de la publicación de la novela homónima, estamos vigilados. Pero dicen que es por nuestro bien, por nuestra seguridad. Lo sabemos y lo consentimos, nos sometemos voluntariamente al control.

Y sin embargo, si expreso mi deseo a no ser grabada, a no ser expuesta, ¿me hago sospechosa de ocultar algo? ¡Ah! La transparencia es el nuevo imperativo, la nueva religión que diría el filósofo Byung-Chul Han. Y la seguridad total, como dramáticamente hemos comprobado, es una ilusión. ¿A quién se le ocurre pensar que es posible el control total? ¿No es sino una desconfianza total?