Un internado puede ser un auténtico infierno: las rígidas reglas, la separación del entorno anterior, la grandeza del espacio, la pérdida de la intimidad... Todo eso puede resultar muy incómodo para una adolescente de 14 o 15 años, especialmente si esta chica no tiene salida, porque viene de una familia con problemas muy graves. En este entorno hostil, cualquier salida es bienvenida. Isa, la protagonista de El juego de las mentiras tiene suerte cuando se dirige al internado de Salten y acaba coincidiendo con Kate, Thea y Fatima, o como mínimo, eso es lo que cree. Diecisiete años más tarde, cuando empiezan a surgirle problemas, ya no lo tiene tan claro. El juego de las mentiras, una novela negra de la inglesa Ruth Ware, ha sio publicada en castellano por Salamandra, en traducción de Gemma Rovira, y en catalán por Bromera, en traducción de Lluís-Anton Baulenas.

Dos mundos cara a cara

Salten, la escuela donde van a parar Isa y sus amigas, no es un colegio de élite, sino más bien un último refugio donde van a parar las chicas que han sido expulsadas de varias escuelas. El edificio es grande, el clima es tenso, las normas son largas e inflexibles, las relaciones entre compañeras son conflictivas... A pocos quilómetros de allí se encuentra la casa de Kate, que es hija de un profesor de arte de la escuela. Un universo completamente diferente. Un molino de madera muy abandonado, cálido, donde puede fumar, tomar alcohol, pasear medio desnudo, bañarse en el río, pintar, discutir... Y un espacio de libertad donde podrán encontrarse, sin vigilancia y sin trabas, las cuatro amigas. No es extraño que, cada vez que puedan, estas chicas salgan del internado, legal o ilegalmente, y busquen refugio en el molino del padre de Kate, donde también vive el hermanastro de esta. Es allí donde olvidan los malos ratos pasados en el internado.

Mentiras que se pagan

Las cuatro chicas, pues, tendrán un fuerte bagaje de experiencias que las unirá. Pero, al mismo tiempo, la intensa relación que establecen las aísla del resto de la escuela, y también de la gente del pueblo vecino. Son cuatro chicas que se enfrentan al mundo, con toda la energía de la juventud y la convicción ingenua de que lo derrotarán. Y para sobrevivir en un entorno hostil, recurrirán sin pudor a la mentira. La mentira les servirá para plantar cara a la dirección, a las profesoras, a las alumnas populares, a las curiosas que se quieren meter en su vida, a la gente del pueblo que no las entiende... La mentira acabará convirtiéndose en una arma que usan con juvenil despreocupación... Eso sí, con unas normas muy claras, entre las cuales la que establece que nunca se puede mentir a una compañera del grupo. Pero a veces las cosas no son tan sencillas...

El desastre

17 años después de haber abandonado la escuela, Kate, Fatima, Thea e Isa se vuelven a encontrar. Un turbio asunto del pasado sale a la luz, y ellas vuelven a Salten. No pueden hacer lo contrario, porque sienten que el vínculo entre ellas, aunque se vean poco, continúa vive. Pero el tiempo no ha pasado en vano. Las cuatro chicas han construido vidas divergentes, que las han alejado mucho del tiempo en que estaban en el internado. Ya no son las mismas. Son muy diferentes. Se plantean cosas que antes no se planteaban... Y, a pesar de todo, siguen apostando por su amistad. Lo que no es tan claro es que la amistad pueda continuar como antes.

Negra, pero no tanto

El juego de las mentiras se presenta como una novela de policíaca. Y, en realidad, tiene un principio y un final clásico de novela negra, incluso con flashes de serie televisiva de policías. Ahora bien, aunque la estructura de la novela responde al principio del género policíaco, el relleno transcurre por otros caminos. La novela de Ruth Ware es, sobre todo, una reflexión sobre la amistad. En un mundo, como el del internado o el de la sociedad actual, en que las relaciones familiares se diluyen o se vuelven muy esporádicas, la amistad se convierte en un eje central para la persona y va asociada, también, a una imprescindible lealtad. Pero, al mismo tiempo, esta obra también reflexiona sobre el hacerse grande, sobre el hecho de abandonar la adolescencia y construirse un nuevo mundo: pareja, paternidad, trabajo... Un mundo que, con frecuencia, interfiere en las relaciones de amistad. El gran mérito de esta trama no se encuentra tanto en la investigación de un crimen, como en la construcción de un entremado de relaciones de solidaridad y dependencia entre las cuatro protagonistas, que se irá descubriendo a partir de una serie de feedbacks. El juego de las mentiras es un juego literario que nos conduce, inevitablemente, hacia la hora de la verdad.