Ahora que "l’escola és tancada i hi ha llum al carrer", me imagino la paz y la extrañeza de las aulas vacías, cuando casi ni reconoces que son el epicentro de la multitud adolescente en forma de gritos, carcajadas excesivas y manga corta todo el año. Convivir con ellos es un ejercicio constante, y un poco doloroso, de espejo y de recuerdo. Qué soy y cómo era. Qué se me movía, entonces, cuando sentía que todavía tenía que empezarlo todo. La adolescencia es descubrir la alteridad y es, justamente, el despertar ideológico. Por eso me sorprende y me asusta oír que algunos jóvenes simpatizan o coquetean o se acercan a ideas de extrema derecha. Unas convicciones que, a priori, parecen muy superadas.

Me explico. No es extraño, por ejemplo, oírlos hacer comentarios abiertamente xenófobos a los compañeros de clase, con quienes han compartido toda la escolarización. Más ejemplos: con el auge del feminismo de los últimos años y con la necesidad de hablar a clase, me he encontrado a menudo con la incomprensión, el cansancio y el rechazo de muchos alumnos. Este es un tema que necesitaría un artículo aparte, pero sobre todo los chicos (aunque también algunas chicas), lo viven como un ataque injusto (porque ellos no han hecho nada). En las aulas, tenemos que articular un feminismo capaz de incluirlos para que entiendan que deconstruir las ideas tradicionales de masculinidad les aportará cosas buenas. Son capaces de expresar sin vergüenza que las prácticas homosexuales les dan asco. Hablo de alumnos muy jóvenes, que han crecido con la heteronormatividad resquebrajada pero que según cómo hacen bandera de una mentalidad retrógrada y sin los filtros que te acostumbra a aportar la adultez. Se insultan llamándose "autista", les hacen una gracia extraña e inconcebible Hitler y las esvásticas, banalizando entre la broma y la inconsciencia, el mal.

La adolescencia es el momento de afirmarte como individuo, como sujeto moral que piensa y decide por sí solo. Mi teoría es que mostrarse desafiantes es una manera de consolidar su yo. Por lo tanto, construirse a partir de estas ideas radicales es ir en contra de lo que es hegemónico. Oponerse es rompedor y como pensar eso no toca, como adolescentes sienten que es lo que les toca hacer. Hace unos años, quizás en nuestra adolescencia, la hegemonía era otra y aquello transgresor eran, justamente, las ideas de izquierdas. Su espíritu de rebeldía, su ser políticamente incorrectos, se traduce, peligrosamente, en ser machistas, racistas y homófobos. No hablo de una cosa generalizada, pero es una situación que se ha dibujado más claramente en los últimos años.

No podemos pasar por alto que el ascenso de la extrema derecha entre los jóvenes se ve claramente en los resultados electorales obtenidos por Vox, en qué el 20% de los casi 220.000 votantes tenían entre 18 y 29 años

Sé que son adultos a medio hacer, que les cambiará la mirada, que no hay una reflexión profunda y que uno de los objetivos vitales de los adolescentes es llamar la atención por todos los medios .También sé que hay buena parte de sus ideas que nacen de información mal digerida de las redes, de las fake news o de lo que oyen en casa. Pero tampoco podemos pasar por alto que el ascenso de la extrema derecha entre los jóvenes se ve claramente en los resultados electorales obtenidos por Vox, en qué el 20% de los casi 220.000 votantes tenían entre 18 y 29 años. No sé si es muy preocupante o no, esto que pasa en los institutos. Y también me pregunto qué responsabilidad tenemos, como sociedad, por haber llegado al punto en que estas ideas les parezcan atractivas. Vuelvo a la imagen de la escuela cerrada y la señora Pepa saludando al cartero. Seguiremos informando después de fiestas.