Nacer en los primeros meses de la República parecía predisponer a Josep Fontana i Lázaro, muerto hoy en Barcelona a los 86 años, a la mirada histórica. Como aseguraba al libro El oficio de historiador, su último libro publicado por Arcadia, escogió ser historiador no por lo que le enseñaron a la Universidad, sino por lo que aprendió de maestro y amigos, "más al margen de la universidad que dentro de sede". El primer maestro fue Ferran Soldevila, de quien recibió magisterio en los clandestinos Estudis Universitaris Catalans -y que daba sus clases en el comedor de su casa, en la calle Teodora Lamadrid-, y a quien recuerda como un modelo de dignidad, que al volver del exilio sobrevivía sin acomodarse. El segundo, sí que fue un profesor universitario, Jaume Vicens Vives, "una isla de modernidad en mar de carcas retrógrados" de quien siempre se oyó discípulo y que lo dirigió a Pierre Vilar a fin de que le dirigiera la tesis doctoral. Entonces Fontana hacía de assitant lecturer a la Universidad de Liverpool. El francés le escribió una carta, en que aseguraba que "Si yo no creyera la ciencia histórica capaz de explicación y de evocación ante la desdicha humana y de la grandeza humana (teniendo, como perspectiva, la gran esperanza de aligerar una y de ayudar al otro), no pasaría mi vida en medio de cifras y papeleo". Esta sentencia define muy bien a un historiador que no se encerró en la academia, sino que destacó por su compromiso político y su permanente cuestionamiento del mundo. Militante del PSUC durante muchos años, el año 2011 fue a las listas de Barcelona en Comú, la candidatura de la alcaldesa Ada Colau.

Magisterio

"En las muchas conversaciones que tuve con Vilar, casi nunca hablábamos de cuestiones de historia, y rara vez de libros, sino casi siempre de lo que pasaba en el mundo en aquellos momentos, porque los dos éramos conscientes que si nuestro trabajo no servía para entender mejor el mundo en el cual viviem, no servía para nada". Este magisterio lo supo transmitir a varias generaciones de historiadores: dio clases de Historia Contemporánea e Historia Económica en cuyas universidades de Barcelona, Valencia, Autónoma de Barcelona y Pompeu Fabra, estaba catedrático emérito. Expulsado de la Universidad por su militancia política, durante aquellos años dirigió la sección de historia de la enciclopedia Larouse. Devuelto a la academia como catedrático, se especializó en historia económica e historia de España.

En este sentido, y como historiador siempre reivindicó la vigencia de la escuela de los Annales y fue fiel al modelo analítico marxista. Era muy crítico con el capitalismo y el neoliberalismo -a L'ofici d'historiador no ahorró críticas contra la postmodernidad y su escepticismo paralizador y a los teóricos postcolonialistas, a quien, como mediador de los colonizados, acusaba de superioridad imperialista- , así como con los resultados de la Transición española y destacó últimamente por su defensa de la tradición del catalanismo popular y colectivo, que recogió en el volumen La formació d'una identidad, publicado el año 2016 por Eumo. De entre su producción intelectual, hay que destacar los ensayos El siglo de la revolución, El futuro se un país estraño. Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI o Miedo el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011). Colaborador de varias publicaciones, como Recerques o El Avance, fue miembro del consejo editorial de Sin Permiso. El año 2006 recibió la Cruz de Sant Jordi.