El paso del tiempo, la naturaleza, llena de símbolos, y los recuerdos que conserva la memoria. Tres temas que impregnan los versos de Un llum que crema (Proa), el noveno poemario de Jordi Llavina (Gelida, 1968), que le valió el Premie Carles Riba de poesía 2022. "Poemario", una palabra que precisamente él mismo evita utilizar para considerarla una "palabra fantasma" y que refleja una preocupación por la lengua, las palabras, y su poder, que la recopilación también hace evidente. Digámosle poemario o no, por las páginas de Un llum que crema desfila la observación aguda y enfocada del mundo natural, que el poeta filtra con una mirada fijada en el paso del tiempo; le sirven tanto una granada como la tarea paciente de las hormigas buscando alimento en el suelo de un bosque. Pero también hay espacio para temas de más alta volada, como la recuperación del barco Endurance, hundido en las aguas del océano Antártico durante un siglo, o incluso para otros de actualidad como el conflicto de Ucrania. La guerra es "el fracaso de la palabra", sentencia Llavina, que explica que es capaz de leer mientras pasea.

"Hay poesías que vienen del mar o de los sueños, y hay otros que vienen de la tierra más inmediata", dice Ramon Andrés al prólogo del libro. ¿Un llum que crema es un poemario que viene de la tierra?
Totalmente. Yo no soy de mar ni de costa. Siempre he tenido muy presente la naturaleza. Está muy cerca de mi casa y en diez minutos andando encuentro viñas y bosque. Para mí eso siempre ha sido muy natural. También hay una necesidad, una necesidad de silencio. Yo doy clases en un instituto y cada vez me importuna más el ruido y el jaleo. Si tú paseas por una viña o un bosque, hay el ruido habitual de los animales que eventualmente puedes encontrarte, pero hay silencio.

En todos mis libros hay dos temas que son preponderantes: el paso del tiempo y la memoria

En una de las citas que encabezan el libro, Sagarra dice que no se explica que no tengamos curiosidad por saber el nombre de aquello que nos rodea.
Es curioso porque hace poco leía un libro muy bueno de John Fowles, El árbol. Es una persona que vivía en un suburbio de Londres, pero defiende una naturaleza selvática y enzarzada. Y tiene una idea con la cual no estoy nada de acuerdo que dice: "por qué tenemos esta necesidad imperiosa de conocer el nombre de las especies, de las flores y los árboles?". Él lo entiende como una manera de apropiarse el alma o la esencia. Yo lo entiendo como a todo lo contrario, como la forma de respeto que les podemos tener. De hecho, hay un poema, en Un llum que crema, que va de eso.

Jordi Llavina / Foto: Marco Fuente
El escritor gelidenc Jordi Llavina acaba de publicar la recopilación de poemas Un llum que crema / Foto: Marco Fuente

"Tot aquest verd ha estat/ sempre a tocar de mi, pels marges, avidant-los. [...] Hi era i jo no n’havia conegut mai el nom/ Ara que el sé em sento més acompanyat", dicen los versos.
Eugenio Andrade decía que un buen poeta tendría que conocer los nombres de las flores y los árboles. Es muy difícil, pero podemos tener esta aspiración. Lo que quiero decir es que para mí, el hecho de conocer el nombre de todos estos elementos de la naturaleza es una forma de acompañarla y amarla mejor.

En Un llum que crema hay también esta voluntad de no apartarnos del conflicto que encontramos en las imágenes de todas partes, del mundo que nos rodea.
Sí, la de la granada, por ejemplo. Yo paseando me he encontrado animales muertos y otros que se alimentan de ellos. Es aquello de la carroña de Baudelaire. No hay una moral en la naturaleza. Los elementos de la naturaleza que no son humanos, siguen un instinto porque tienen la necesidad perentoria de vivir. En la naturaleza hay muchos símbolos, de muerte, de lucha impietosa de los unos contra en los otros.

El tiempo es un misterio, como lo es la vida

También ves muchos símbolos del paso del tiempo.
Para mí es una obsesión. En todos mis libros hay dos temas que son preponderantes: el paso del tiempo, por un lado, y la memoria por el otro. Y el paso del tiempo es una tema que siempre me ha interesado, quizás obsesionado. Libro que trata del tiempo, libro que sé que me interesará, sea poético, filosófico, etc. El tiempo es un misterio, como lo es la vida. ¿Por qué tenemos la impresión que a partir de una determinada edad va mucho más deprisa? Eso está relacionado con el empleo que tienes en cada momento y cuando eres pequeño tienes muchas menos ocupaciones y deudas que cuando tienes veinte años. Somos tiempo y el tiempo se reproduce en nuestro envejecimiento, en el enriquecimiento de nuestra mirada y espíritu; nos determina.

Jordi Llavina / Foto: Marco Fuente
Jordi Llavina ha ganado el Premi Carles Riba de poesía 2022 / Foto: Marco Fuente

¿Te interesa también la cuestión de qué tenemos que hacer con el tiempo qué tenemos, de cómo lo tenemos que aprovechar?
Y tanto. Para mí es la esencia de la vida, no de la poesía sino de la vida. Hay mucha gente que no tiene conciencia del tiempo y eso, por una parte, está muy bien, pero viven como si lo pudieran hacer ilimitadamente. El tiempo nos determina, somos seres murientes. Mi amigo Josep Maria Esquirol dice que no nos tendrían que decir 'los mortales' sino 'los que nacen'. La cosa extraña es que hayamos nacido, esta  conjunción azarosa, fortuita y casi milagrosa. Que morimos, eso lo sabe todo el mundo.

Por lo tanto, la conciencia aguda del tiempo siempre tiene una parte de carga, porque nos recuerda nuestra finitud.
Es como un arma de doble filo. Te hace cargar un peso de conciencia. Yo me levanto cada día a las cinco menos cuarto y camino una hora y veinte minutos. Soy muy obsesivo con las rutinas. Todo eso es por esta vivencia del tiempo. La conciencia aguda hace que tengas siempre el malestar, la carcoma que se acaba y te pincha de una manera un poco desagradable, pero a la vez es lo que te empuja a sacarte el sueño de las orejas y a aprovechar lo que tenemos.

El tiempo nos determina, somos seres murientes

¿Sientes el mismo peso con respecto a la escritura? ¿Que tienes que seguir escribiendo por qué si no se te acaba el tiempo?
A veces lo que siento es el peso de haber escrito un libro innecesario. Hay alguno del cual no me siento orgulloso. Me pasa desde hace unos cuantos años y desde que empecé a publicar poesía. Por otra parte, pienso que si dejara de escribir no pasaría absolutamente nada y sería incluso natural. Lo que para mí no sería natural sería dejar de leer, que es lo que más me gusta hacer. Pero no siento el peso del tiempo en este sentido, no sé qué quiero escribir antes de que me muera.

Empiezas el libro hablando del barco Endurance, que fue rescatado después de más de un siglo de estar hundido. ¿Cómo te encontraste con esta imagen?
En el 2010 se hizo una exposición en Barcelona sobre la expedición a la Antártida de Shackelton. Ahora hace poco, cuando recuperaron el derrelicto, el hecho de ver que había estado hundido más de un siglo y que se había conservado en un estado sorprendentemente bueno, fue curioso. Sobre todo porque en el pasamano de la barandilla del barco había esta palabra: 'Endurance', resistencia. Era como un símbolo, el símbolo de la memoria.

Jordi Llavina / Foto: Marco Fuente
Jordi Llavina y una poesía que evoca el paso del tiempo, los recuerdos y la naturaleza / Foto: Marco Fuente

A veces aquello que creemos muerte está vivo, dices a raíz del barco. ¿Los nombres pueden hacer revivir las cosas?
Ahora hay una línea filosófica que trabaja mucho con la etimología. Si un rasca en la etimología se da cuenta de que el mensaje nunca es inocuo. Yo creo que lo hago, como filólogo. En el libro está nuy presente el deseo de la palabra, de la lengua, de hurgar y de encontrar material. Hay muchas referencias a la lengua y las palabras. En un momento digo, "el nombre no hace la casa", queriendo decir que hay un desacuerdo entre el significante y el significado. Generalmente, las cosas que creemos que están muertas, lo están, pero de vez en cuando hay alguna cosa que nos sorprende.

A veces siento el peso de haber escrito un libro innecesario

También utilizas la Guerra de Ucrania como tema poético.
Eso vino al principio del conflicto. Al principio todo el mundo hablaba, todo el mundo estaba consternado, todo el mundo hacía grandes aspavientos... Ahora, al cabo de un año, es como si todos lo hubiéramos asimilado, como si no pudiéramos hacer nada. Es la visión de la guerra como el fracaso de la palabra. Utilizo también la memoria. Hay memorias enfrentadas, porque la memoria de Putin no es la memoria del silencio. Pero en el fondo, sea un ucraniano o un ruso, el que muere es una persona y, por lo tanto, eso es un fracaso de la especie, muera por una bomba o por un dron, y también de la palabra.

¿Una cosa desagradable y brutal, nada bonita, como la guerra, es tan buen tema poético como otro?
Indiscutiblemente. Los poetas ingleses de la Primera Guerra Mundial tienen poemas memorables y nada embellecedores. Poemas que hablan de la decepción del soldado que sirve una patria y se plantea qué son los ideales, si él deja la piel. ¿Y qué ideal merece morirte? Yo creo que cabe ni uno. La guerra la trato muy tangencialmente, no tengo elementos para saber qué está pasando geopolíticamente. Pero se tendría que hablar de la guerra como se tendría que hablar de problemas que son candentes y que atentan contra el ser humano en conjunto y que lo envilecen. Defiendo que la poesía hable también de eso.

Poemario es una palabra fantasma, que en catalán no existe, solo en castellano. Se adapta y no pasa nada, pero yo lo encuentro feo

Para acabar, explicas que no te gusta nada la palabra "poemario".
Es una palabra fantasma, que en catalán no existe, solo en castellano. Se adapta y no pasa nada, pero yo lo encuentro feo. Yo generalmente hablo de poesías o de poemas, si es más largo. Poemario no me gusta como palabra y no la utilizo nunca. Alguna vez en un escrito lo he combatido y todo, pero tampoco me hago fuerte.