A estas alturas, ya no debe haber ningún amante del teatro que no conozca a La Calórica: empezaron a subir escalones bajo la etiqueta de alternativos y emergentes, y ahora la crítica ya les trata como la muñeca bonita de nuestras artes escénicas. La compañía es casi una rara avis que gusta a casi todos: puede presumir de haber hecho sold out de aforo antes de un estreno y de llevar sus espectáculos por muchas salas del país, incluidas algunas más allá de las fronteras catalanas. Uno de los culpables de este éxito trabajado y nada gratuito es Israel Solà, director de La Calòrica, que lleva más de una década remando junto a sus compañeros de viaje. Ahora han vuelto a estrenar Fairly en el Espai Texas, una de las obras con la que en 2018 consiguieron que la industria teatral se abriera a otras maneras de hacer. Con un argumento ácido y de sátira constante, los cuatro protagonistas ponen encima de la mesa el debate del emprendeduría y las contradicciones entre individualidad y colectividad que a menudo nos acompañan.

TEATRO BARCELONA Fairfly 1 1100x733

Cuando salisteis del Institut del Teatre y decidisteis apostar por una compañía propia, ¿tuvisteis unos dilemas similares?
Sí, y cuando la hicimos descubrimos que era una obra que tenía toda una parte autovivencial. Todos lo hemos vivido, aunque no sea en una compañía: tú estás en cualquier grupo y hay diferentes personas y caracteres que pueden acabar haciendo que la gente se pelee al cabo de un tiempo. Nos dimos cuenta de que Fairfly era un espectáculo que hablaba de nosotros, de estas estas cosas que van de la mano con el hecho de que tus amigos se conviertan en tus compañeros de trabajo. También hay etapas de la obra que se han vuelto futuristas y que han empezado a pasarnos después, y cuando nos reconocemos en estas situaciones, nos miramos y decimos: "uau, esto es Fairfly".

Pero no fue premeditado.
No, realmente no queríamos hablar de nosotros. Quisimos hablar de la emprendeduría y de que todo el mundo decía que era un momento en que acababa de explotar la burbuja; había habido una crisis, nosotros llegamos al panorama teatral profesional, y nos estábamos matando a trabajar. Nos salían los números, la gente venía y decía que nuestros espectáculos molaban, pero aquello no acababa de funcionar. Desde esta sensación, nos habían explicado que la emprendeduría tiene que solucionar nuestro ecosistema y nuestra situación. Y nosotros decíamos: yo no puedo solucionar mi vida si el ecosistema teatral está trucado, no hay oportunidades para la gente joven y una serie de cuestiones que pensábamos que se tenían que reformular. Y nos dimos cuenta de que se tenía que entender que el impulso individual es importante, pero también la lucha colectiva para mejorar un sector o para salir de las crisis. Desde esta idea de criticar la burbuja, nos pareció que existía la burbuja inmobiliaria, pero que nadie había hablado de la burbuja de la emprendeduría.

Nos habían explicado que la emprendeduría tiene que solucionar nuestro ecosistema y nuestra situación, y nos dimos cuenta de que la lucha colectiva para mejorar un sector o para salir de las crisis es importante

¿Vosotros habéis tenido que renunciar a ideas porque no eran rentables?
Yo creo que encontramos un equilibrio bastante guay. Si haces lo que hace todo el mundo, y por lo tanto lo que ya funciona, tampoco consigues tener un espacio tan eminente en la nueva sociedad. Nosotros descubrimos que ser fieles y hacer los espectáculos que queríamos hacer era lo que más nos ayudaba. Empezamos a hacer teatro cuando la dinámica en general era totalmente contraria: era esencialista, solo actores, nada de escenografía ni de vestuario, y nosotros llegamos y empezamos a hacer obras con escenografías grandes, con vestuarios espectaculares, en verso, textos originales. Pensamos que si de alguna manera no hacíamos lo que nos apetecía, estaríamos haciendo lo que hace todo el mundo, y para hacer lo que hace todo el mundo hay otras personas que lo están haciendo con más medios. En La Calòrica hemos diagnosticado hace tiempo que tenemos que seguir haciendo lo que nos apetezca, y cambiar y escucharnos como creadores que evolucionamos en lugar de intentar repetir la fórmula que ha funcionado. Queremos ser una compañía que evolucione con sus tiempos y con las necesidades de los individuos que están trabajando en ella.

¿Cómo gestionáis los de debates internos?
Intentamos entender que el teatro es un trabajo colectivo, y que todo el mundo que participa tiene una opinión y es inteligente. A nosotros no nos gusta pensar que el dramaturgo y el director son las personas que entienden el espectáculo y el resto son estúpidos. Nos gusta mucho esta especie de colectividad, pero al mismo tiempo intentamos llegar a un punto en que pensamos que cada uno es el experto en su materia. E intentar hablar las cosas, ver qué cosas no están funcionando, y ver que eso es un proyecto que va más allá de un espectáculo. Vivimos en una época y en una generación en que le damos importancia a los cuidados, y también pasa por eso: por crear ambientes de trabajo que no sean hostiles.

¿La Calòrica está planteada como un impás para que después cada uno haga la suya?
No, no. Ahora mismo La Calòrica es un proyecto de vida, es un proyecto a largo plazo. Puede variar para cualquiera, pero yo creo que nadie lo plantea como un medio para llegar a un fin. En su momento tuvimos estas preguntas, y creo que todo el mundo dijo que quizás necesitaba salir, pero al salir nos dimos cuenta de que claro que te gustan las cosas que se hacen fuera, pero que en ningún sitio más encuentras lo que encuentras en La Calòrica. Trabajar en la tele es muy guay, y trabajar en un proyecto en el TNC también es muy guay como experiencia, pero a cualquiera de nosotros le gusta tener su compañía donde puede crear desde cero. Todo el mundo decidió que, los que somos, somos gente que quiere tener este proyecto más allá de todo el resto. Eso no quiere decir que dentro de cinco años alguien ya tenga suficiente, pero creo que nadie hizo que la compañía fuera un medio porque no tenía trabajo.

GALERIATEATRE BARCELONA israel sola

¿Todavía sentís el peso de la etiqueta de eterna compañía joven y alternativa?
Yo creo que ya no. Ya hace un par de años o tres que ya no la utilizan. La Calòrica éramos emergentes y éramos jóvenes, pero yo creo que estuvimos en el Teatre Lliure y dijimos: ey, quizás ya no tendríais que decirlo más. No tengo esta sensación de que seguimos siendo la compañía emergente y la compañía joven. Al contrario, ya se habla de nosotros como una compañía consolidada que ya conoce todo el mundo en Catalunya. Y está bien que haya pasado eso, porque ya tenemos 40 años.

Tengo la sensación que tratáis la denuncia social pero nunca desde el aleccionamiento. ¿Cómo encontráis el límite entre denunciar y no señalar, y que no se convierta en una cosa agresiva por el público?
No lo sé, pero no todo el mundo pensará como tú. Hay gente que dice que sí que hay momentos que son aleccionadores, igual que hay gente que no le da mucho valor a nuestra crítica. Hay gente que piensa que somos muy ácidos. Nosotros intentamos ponerle sentido del humor, y eso es muy importante, porque entonces ya no haces que el tema sea grave y, por lo tanto, ya no tendrá esta gravedad de las cosas que se toman muy seriamente a ellas mismas. Y, en el fondo, tenemos una percepción de nosotros mismos de que no somos nadie. Hablamos de nuestras contradicciones. Cuando hicimos De què parlem, hablábamos de que sabemos que tendríamos que reciclar mucho más, pero ¿por qué cojones no lo hacemos? E intentamos analizar eso en lugar de hacer un espectáculo sobre que no se está haciendo suficiente porque no somos buenas personas, que quedaría mes aleccionador. Es difícil y es un equilibrio, pero la colectividad nos ayuda mucho.

¿Recibís mucho hate?
Hay de todo. Si abres Twitter (X), hay gente que dice: "nadie lo dice, pero a mí no me gustan". Claro que existen. No tenemos una horda de gente diciendo que es una mierda, pero eso es incontrolable y no sé si tenemos que invertir energía en pensar si hay o no. Nosotros trabajamos, intentamos cuidar nuestro sector y crear un buen ambiente con la gente con la cual trabajamos. Obviamente hay modas, y el teatro catalán es un ecosistema que funciona por modas: ahora este actor, ahora esta compañía, ahora este espacio... Suponemos que en algún momento dejaremos de ser tan simpáticos para el público, para la programación o para la crítica. Ahora estamos aquí.

No planteamos La Calòrica como un medio para llegar a un fin, sino como un proyecto de vida

¿Este estar de moda os ha puesto presión?
Sí que pone presión. Yo hablo con otros creadores que tengo cerca, que no son de La Calòrica, y cada vez parece que los éxitos no ayuden, sino que los éxitos nos pesen más, porque de alguna manera sientes que se espera más de ti y que la presión es mayor, pero al final creo que si no intentamos seguir jugando y haciendo lo que se supone que es correcto, es peor. Yo tengo la sensación que los proyectos donde he acabado más decepcionado y que me han acabado funcionando menos son aquellos en los que estaba preocupado precisamente por qué se esperaba de mí.

Aun así, habéis tenido éxito.
Nosotros hemos hecho espectáculos en los que no ha venido ni Cristo. Y todavía hacemos algún bolo de estos. El otro día estuvimos en sitios donde no somos tan conocidos, en España, y en uno había 700 personas, pero en otro había 100. Y de sopetón tienes que recordar que va de esto. Si no quieres que los comentarios negativos te revienten, no puedes dejar que los comentarios positivos supongan tu bienestar, porque entonces le das la misma validez a aquello bueno que a aquello malo, y lo mejor es entender que solo son opiniones personales. Nosotros no somos tan guay. ¿Hacemos lo que hacemos, lo estamos haciendo bien, estamos creativamente en un buen momento, pero no somos tan guais, sabes? Y si alguien viene y dice que le parece una mierda, pues tampoco somos una mierda. Tenemos un valor. Nosotros decimos mucho que no hay para tanto, y eso nos ayuda a tener cordura.

Los Pájaros, de la Calórica

¿No tenéis la sensación de haber tocado techo en Catalunya?
¡Qué va! Y eso plantea que una carrera teatral solo puede ir hacia arriba. Nosotros tenemos muchas ganas de volver a una sala pequeña y hacer un espectáculo pequeño, como estamos haciendo ahora con Fairfly. Hay muchas cosas que nos gustaría hacer, como un espectáculo con muchísima gente encima del escenario o inaugurar un Grec —o hacer alguna cosa en el escenario del Grec—. Tenemos ganas de explorar, de hacer cosas con música. Hay tantas cosas que no hemos hecho y que podemos hacer, la creación no se acaba. Ir conquistando escenarios cada vez mayores no es nuestro objetivo como compañía, porque eso es aplicar una fórmula capitalista a la creación haciendo que el crecimiento tenga que ser continuo y exponencial. Otra pregunta sería si nos gustaría que nuestro teatro se viera más allá de Catalunya. Y sí, ahora tenemos la suerte que se está viendo por toda España, y nos gustaría que se viera por toda Europa, y vamos como locos por conseguir dar el salto en Sudamérica. Pero no es porque Catalunya ya nos lo haya dado todo y ya lo tengamos hecho, sino al contrario; Catalunya es donde nosotros trabajamos y es la sociedad desde la cual nosotros creamos teatro, porque le estamos hablando a la comunidad catalana.

¿Tenéis líneas rojas?
Nos gusta ser consecuentes políticamente, entender que cuando hablamos y hablamos de nosotros, somos un grupo de gente blanca privilegiada, y de alguna manera no podemos hablar de según qué sin tener conciencia de esta perspectiva. Nos hemos marcado líneas en la producción, por ejemplo, no utilizando Airbnb en nuestras giras, porque no nos gusta lo que pasa con la gentrificación en nuestra ciudad, y no iremos a hacerlo a otros lugares. Como somos una compañía política no tenemos líneas rojas, pero sí que sabemos donde ponemos el acento, y hay tanto de volumen por criticar en las actitudes dominantes que tenemos que enfocar muy bien nuestra mirada. No queremos ser papistas ni maniqueístas, pero queremos que nuestro teatro sirva para reflexionar y para hacer un mundo mejor, no para hacer reír y ya.