El temido cambio de hora de esta semana me ha hecho pensar en un tema que me preocupa y me persigue (a mí y a los de casa, como una maldición familiar): la impuntualidad. Muchas veces he intentado analizar esta tendencia y este no saber gestionar bien el tiempo, las distancias y los imprevistos. Y quiero dejar claro, ya desde las primeras líneas, que hablo de una especie de impuntualidad conatural, pero luchada. Es decir, hablo de unos impuntuales que, a pesar de llegar tarde, se esfuerzan por no serlo y por cumplir la llegada antes de que el último grano de arena caiga en el otro lado del reloj. De los que se sienten vencidos cuando tienen que enviar un mensaje diciendo que llegan tarde y de los que por la mañana sacrifican el desayuno para acabar llegando tarde igualmente. Angustiados y siempre corriendo, con el tiempo todo el día acosándolos en forma de sombra negra que sabes que siempre te acaba atrapando.

El temido cambio de hora de esta semana me ha hecho pensar en un tema que me preocupa y me persigue (a mí y a los de casa, como una maldición familiar): la impuntualidad

La calma de no hacer nada

Ya sé qué hay en el otro lado (que ser impuntual no quiere decir que no te hayas encontrado con gente que lo es todavía más que tú): la espera, el vacío. La pérdida más absoluta de tiempo porque alguien no ha sabido gestionar el suyo, como si el tiempo de los impuntuales fuera más importante que el del que ha salido de casa con calma para llegar a la hora dando un paseo. La espera te enjaula en un espacio temporal incierto y te confronta con el tú, con aquello que mientras tienes otras cosas que hacer, no te tienes que mirar. Leo que a lo largo de la vida dedicamos el tiempo de quinientos días enteros a hacer colas. Casi un año y medio esperando, día y noche. Esperar que te cojan la llamada los de la compañía de teléfono, que sea tu turno en la carnicería, que avance la fila del lavabo, que llegue el tren porque la Renfe "circula-con-demora". Para los niños el tiempo pasa lentísimo. No llega nunca el final de la clase, el final del día en la escuela, el final de curso, ni después... el final del verano para volver a empezar. Hemos creado salas que tienen la única función de reunir a la gente que tiene que dejar pasar el tiempo esperando alguna cosa. Hemos creado música que sirve exclusivamente para hacer más ameno el tiempo que la gente tiene que dejar pasar en las salas esperando alguna cosa. Juntos y desconocidos, obviando la urgencia de nuestro mundo y conectados en esta pausa vital hasta que gritan tu nombre: "Ya puede pasar". Y entonces, bum, como la sirena del concurso televisivo con sonido estridente: ya no te une nada con aquella gente porque tú has salido del bombo y ellos tienen que seguir esperando. Hay quien no soporta las esperas, que entra en un estado de mala leche profundo. Y en cambio, hay quien las vive con una resignación tranquilizadora. Yo soy de las segundas. Me calma saber que no puedo hacer nada más, que tengo que pasar aquel tiempo perdiéndolo (quizás porque siento que hay tantas veces que lo pierdo cuando no lo tendría que hacer).

Hay quien no soporta las esperas, que entra en un estado de mala leche profundo. Y en cambio, hay quien las vive con una resignación tranquilizadora. Yo soy de las segundas

Llego seguro

Tengo la sensación, y ahora vuelvo a los impuntuales, que cuando no existían las posibilidades comunicativas que nos ha dado el móvil, sabía más mal hacer esperar a la gente. Ahora, de entrada, puedes avisar enviando un whatsapp: "Perdona, llego tarde, llego de aquí cinco minutos". Una disculpa al momento, que parece que quede justificada por algún motivo de peso, y una pequeña mentira, porque los cinco minutos nunca son cinco minutos. Ahora esperar a alguien que llega tarde no es tan desesperante porque me pongo al día en Twitter y miro un rato Instagram. Nada que no hagas igualmente cualquier tarde en casa. Acabo con la visión más tierna que he oído nunca de los impuntuales: son gente excesivamente optimista, piensan que el tiempo se ensancha y que caben muchas más cosas de las que pueden hacer realmente. A ver: acabar el artículo, tender la ropa, corregir unos trabajos, ducharme e ir a Gràcia a tomar una cerveza con una amiga, hemos quedado a las 20h. Yo vivo en Sants y son las 19.25h. Llego seguro.