Era en una librería de viejo al aire libre, en el Empordà, y decidí adquirir una lectura que no había hecho nunca y que me recomendó mi padre: París, 1914. Son los diarios de Gaziel en los tiempos que estaba en París, y que lo sorprendieron cuando se declaró la Gran Guerra. A raíz de este incidente, él, que hasta entonces solo era un estudiante, se convirtió en cronista de éxito para La Vanguardia. Sus crónicas, porque más que un diario estamos ante unas crónicas con fecha cronológica, tuvieron un éxito fulgurante: así nos lo explica el entonces director de La Vanguardia, Miquel dels Sants Oliver, en el prólogo. No es de extrañar. Y si en aquel momento las piezas en forma de diario que enviaba el joven Gaziel gustaron tanto, pienso que ahora tienen aún más valor que cuando las publicó. Intentaré explicar por qué.

En un pasaje concreto, una judía afrancesada que se aloja en la misma pensión que él apunta ante la concurrencia la “barbaridad” de los alemanes, a quienes ella de buen grado aplastaría

La intuición furibunda de Gaziel

Que Gaziel tenía una intuición remarcable hoy es mucho más fácil de ver que en 1914. Y digo esto porque él mismo, mientras escribe, anticipa lo que solo los historiadores nos han explicado después. Os pongo ejemplos. El primero es que Gaziel ya sabía que aquella guerra sería la primera guerra moderna y que, por tanto, marcaría un antes y un después para los occidentales. Aún mejor: además de prever que aquella guerra algún día se convertiría en la Gran Guerra (en el campo de batalla los historiadores hablan de lo traumática que fue, incluso más que la segunda guerra, no por una cuestión de número de muertos, sino por la manera de hacer la guerra), Gaziel también intuía que la cultura europea resurgiría aún más frenética y creativa después de la guerra, a pesar del horror y de los millones de hombres muertos y traumatizados. Dentro de cien años todo esto habrá sido muy importante, pero las bibliotecas europeas se habrán vuelto a llenar de eruditos. Tenía razón, a pesar del desastre de la Segunda Guerra Mundial que vendría después. Gaziel señala que le parece que los franceses se han visto empujados a la guerra, pero que solo los alemanes están entusiasmados. En un pasaje concreto, una judía afrancesada que se aloja en la misma pensión que él apunta ante la concurrencia la “barbaridad” de los alemanes, a quienes ella de buen grado aplastaría. Fijaos: ya había en los alemanes esta pulsión, ya se los detestaba por la combinación entre una racionalidad loable y un trasfondo bárbaro, pero poco esperaba aquella judía tan cosmopolita que años después no sería ella quien aplastaría alemanes, sino más bien al contrario.

Si la intuición, digamos, “geopolítica” de Gaziel ya lo convierte en un profesional notable, el hombre tenía otro punto fuerte: también tenía olfato para la antropología

La grieta entre el titular y la realidad

No hay periodismo sin contexto, y este es uno de los problemas principales del oficio y el motivo por el que la labor de los buenos corresponsales (en el extranjero o a pie de calle, en los barrios de Barcelona o en Matadepera), como lo fue Gaziel, es relevante no solo durante los conflictos sino también después. Una y otra vez, Gaziel nos ofrece el contexto necesario para mostrarnos la grieta entre la realidad y los titulares. Pero pasemos al punto siguiente. Si la intuición “geopolítica” de Gaziel a la que me refería ya lo convierte en un profesional notable, el periodista y escritor tenía otro punto fuerte: también tenía olfato para la antropología, que para mí es una asignatura imprescindible a la hora de hacer buen periodismo. Era muy bueno a la hora de hacer las reflexiones a lo grande, el zoom out de las catástrofes. ¿En qué se nota esto? En cómo habla de las reacciones humanas genéricas frente a la adversidad. Los cocheros parisinos, al ver que había crecido mucho la demanda para huir a toda prisa de París hacia la estación de tren, enseguida triplicaron el precio de los trayectos. C’est la guerre, decían, muy pillos: pronto se les acabaría el oficio, porque los caballos desaparecerían definitivamente de las ciudades. También explica, por ejemplo, de qué manera los parisinos huyeron despavoridos de la ciudad cuando se declaró la guerra; los que no podían hacerlo, agotaron las existencias. ¿Os suena? Todas las situaciones de emergencia o de aparente emergencia se parecen. Otra cosa: expone lo que piensa de los franceses, y compara sus reacciones ante el anuncio de la guerra con las reacciones que hubo en Cataluña durante la Semana Trágica. Nos relata cómo nadie quería ir a luchar a Marruecos, y menos aún después del desastre de Cuba en 1898, y compara el patriotismo francés con el español (el factor catalán aquí jugaba un papel, seguro, pero no sé si en el resto de España morían de ganas de ir a morir como conejos en Marruecos; diría que no). En el caso francés, Gaziel representa muy bien esta progresión, cómo los ciudadanos rechazan la guerra y al mismo tiempo se van encendiendo, de qué manera se contagia la euforia bélica a pesar de la evidencia, a saber: que la guerra es odiosa y absurda.

Más que un periodista, sin ánimo de ofender

Si digo que Gaziel es más que periodista quiero decir que no solo es intuitivo, sino que además el muy tunante escribe bien. Y aquí me disculpo con todos los periodistas del mundo, a quienes siempre admiro e intento imitar, porque la profesión es tan adictiva que cuando te acercas no puedes sentir otra cosa. Tenemos unos cuantos grandes prosistas catalanes, me duele poco decirlo –pienso, por ejemplo, en Les bonhomies de Carner, unos textos que todo el mundo debería leer inmediatamente. Pero Gaziel además de escribir bien sabe hacerlo de una manera muy llana, sabe ir al grano y sin artificios.

El otro día, en Revers publicamos una reseña de Montserrat Dameson sobre Coses vistes, el primer libro de Josep Pla. Dameson, colega siempre activa en la búsqueda del conocimiento, comentaba que el mérito de Pla es escribir sin haber tenido ningún otro Pla a quien emular. Estuve de acuerdo, en que buena parte de la gracia de leer la obra temprana de Pla es que inventa la prosa tranquila catalana que nos ha enseñado a escribir a tantos de nosotros. No obstante, después de hojear con atención París, 1914, pienso que Pla sí que tenía de dónde agarrarse: Gaziel era mayor que él, y en la prosa de Gaziel ya detectamos un poco, creo yo, de esa “sencillez” de Pla.