Es suficiente de haberlo leído una sola vez para reconocerle la prosa con los ojos cerrados. Con Coses vistes, la primera obra de Josep Pla (1925) recuperada por Destino tal como se editó entonces, esta sensación de conocer su prosa se da todavía más acusada. Coses vistes son las palabras todavía con aire virginal de un Pla en su veintena, pero en las ya se intuyen todas sus virtudes. Tiene la energía de la edad y la mirada de quien ya se sabe ostentador de un cierto talento. Escribe como los que ahora tenemos la edad que él tenía entonces quisiéramos escribir. De hecho, ya en 1925 escribe como muchos de los que han dedicado su vida a las palabras habrían querido escribir y no han llegado a ser capaces. Si hay una manera ideal de escribir en lengua catalana, si "escribir bien" existe, el Pla joven, intenso, espabilado y poco calculador del Coses vistes se acerca mucho.
La gracia y el mérito de Pla son que él hace lo que hace ya en el Coses vistes sin haber podido servirse de su propio referente
Josep Pla, escritura elevada y casera
Creo que todos los catalanes que empezamos a escribir de jóvenes, y que descubrimos a Pla mientras aprendíamos a escribir, arrancamos procurando imitar algo de su escritura: el sonsonete, la adjetivación, la habilidad de escribir sobre cosas aparentemente poco importantes y conseguir que lo sean, la conciencia de que el lugar de donde somos nos amuebla la cabeza y el alma. Descubrir a Pla es descubrir que hay otra manera de contar las cosas: una que es más elevada y, al mismo tiempo, casera. Que es nuestra porque es catalana y que nunca podrá ser nuestra del todo, porque solo puede ser de Pla. Es en esta identificación primera y en esta persecución de lo inalcanzable de Pla que uno se da cuenta de que, si lo quiere, también puede armar una mirada sobre el mundo que le sea propia. La gracia y el mérito de Pla es que él hace lo que hace ya en Coses vistes sin haber podido servirse de su propio referente.
Se dice que los planianos somos pesados. Se dice, de hecho, que Josep Pla es un poco pesado
El Pla del Coses vistes es el joven que tiene lo suficiente con su autenticidad y frescura para llegar allí donde muchos no llegarán nunca. Donde muchos no llegaremos nunca, vaya, a pesar de escribir y escribir y rompernos la cabeza para llegar a un entendimiento de la realidad que nos permita escribir proyectando, como mínimo, una apariencia de novedad. El Pla joven —y diría que el mayor también— hace bailar el texto con una ligereza singular, con una ironía soterrada extraordinaria. Con un dominio de lo que se puede aprender, pero que en su caso es inherente. Solo Pla puede escribir “tot el paisatge cabria entre una gerra de mel i una ampolla de rom”. Solo Pla puede escribir “mengeu un rovelló o un pinetell a la brasa, i és com si us mengéssiu una orella d’angelet de les que aguanten la cadira de la Mare de Déu”. Solo Pla puede escribir que Girona es “rural i plena de suc una vegada a la setmana i històrica i una mica carquinyoli els altres dies”. Solo Pla puede escribir “el mar era tot blanc, immòbil, ensabonat”.
Escritor de escritores
Todo lo que se convertirá en Pla ya se ve en el Coses vistes, porque hace lo que cualquier escritor querría conseguir hacer la primera vez que publica
El Pla del Coses vistes solo puede ser Pla. Y solo es el Pla de un momento concreto de su vida y de su carrera literaria, pero ya es fértil. Se dice que los planianos somos pesados. Se dice, de hecho, que Josep Pla es un poco pesado. Que a veces esta irreverencia burlona suya lo hace un poco estúpido, repelente. A mí me parece que los planianos somos pesados porque una vez reflejados en él no podemos dejar de mirarnos al espejo, y creo que Pla puede llegar a hacerse pesado porque carga con todos nuestros espejismos y con una obra vastísima que, aparte de magnificarle las virtudes, también le expone los defectos. Si es que lo son, de defectos, más allá de quién los proyecta. Que es fácil reflejar y que su prosa es genuina ya se ve en Coses vistes. De hecho, todo lo que se convertirá en Pla ya se ve en Coses vistes, porque hace lo que cualquier escritor querría conseguir hacer la primera vez que publica: que el libro en cuestión se convierta en preludio de su potencial. Hay escritores que se hacen y escritores que nacen: Pla nació escritor, y su prosa ha contribuido a hacer escritores. A cualquier joven que estuviera mínimamente interesado en el mundo de las letras —o en el mundo—, todavía ahora le entregaría Coses vistes y le diría: léete eso y haz lo que quieras.