Jaime, justo estoy viendo que estamos de finalistas en la Finestres. Joooooder. Al momento se disculpa por olvidarme momentáneamente al otro lado del teléfono y me explica: acaba de saber que su Huaco retrato (Literatura Random House) ha quedado entre los tres finalistas del Premio Finestres de Narrativa en castellano 2021. Gabriela Wiener no es de las que se muerde la lengua y guarda sus reacciones en una caja de latón. Más bien es de las que se tira a la piscina y, aunque no haya ni gota de agua, aprende a nadar. Es la tataranieta de Charles Wiener, un huaquero vitoreado que expolió unas 4.500 piezas de arte precolombino, que casi descubrió el Machu Picchu y que robó a un niño indígena para exhibirlo en Europa. Pero Gabriela se parece más a ese niño que a su ascendiente famoso. De pequeña se tenía que oír que su piel era del color de la caca mientras la leyenda del otro Wiener, del respetable, era admirada. Con una intimidad arrolladora que va del duelo al deseo, de la infidelidad a la contradicción, la escritora peruana - y afincada en Madrid - ha desmigajado sus orígenes en un yo ambiguo para rescatar el trauma, moldearlo y eliminarlo del sexo, el poliamor o la memoria. Una descolonización personal (i colectiva) para que el imperialismo europeo saque sus sucias manos de su carne marrón.

No sé si hubiera cambiado el relato si Charles Wiener hubiera sido el descubridor del Machu Picchu. 
Es una especulación que está en el propio libro y es una posibilidad con la que juega la protagonista. Que Charles sea, de alguna manera, un perdedor, permite darle más complejidad al personaje. A mí me gusta que no lo haya descubierto, es muy divertido. También me intriga. ¿Qué habría hecho si él hubiera sido el verdadero descubridor? Los niveles de sarcasmo tendrían que haber estado mucho más afinados para definirlo.

Casi parece que todo fuera una necesidad del propio Charles para reafirmarse.
La verdad es que él no va a ser consciente de eso hasta mucho después. Que eso tuviera tanta carga lo pongo yo desde la escritura, desde esta visión de su lado muy patriarcal y colonial, que es el que me interesa analizar. Pero, en su momento, su frustración iba más allá. No llegaba a intuir la magnitud de su fracaso. 
 

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El tatarabuelo de Gabriela Wiener, Charles Wiener, expolió unas 4.500 piezas de arte precolombino. / Sofia Álvarez

 ¿Huaco Retrato es un libro terapéutico? 
No me gusta mucho usar esa palabra. Escribir sobre una misma tiende a ser visto así, como un trabajo interior que debería llevarte a estar mejor. Pero no lo creo. Incluso muchas veces siento que en mis procesos literarios, que consisten en escarbar tanto, ese regodearme en el dolor y la herida para generar escritura no siempre es lo más sano. A veces, incluso puede emparanoiarte más o traumatizarte más. Mentalmente, no siempre es lo más saludable. Mucha gente me llama loca por eso. No es un libro que me salve, pero sí es un libro que acompaña a ciertos temas y ciertas búsquedas. 

Regodearme en el dolor y la herida para generar escritura no siempre es lo más sano; incluso puede traumatizarte más

¿En qué momento te das cuenta de que quieres hacer este acompañamiento?
Este es mi trabajo. Yo sabía que tenía bajo la manga una buena historia en mi relación con ese antepasado y todo el trasfondo del racismo, que soy una inmigrante en España... sabía que podía sacar petróleo de todas esas asociaciones, donde me interesaba analizar esos cruces tan arbitrarios. No solamente pesa lo emocional, lo sentí como una necesidad artística

Por eso hablas de "la protagonista" y no directamente de ti. 
Sí, es la decisión narrativa de introducir ficción en la historia. En ese sentido, la protagonista soy yo y no soy yo. Es parte del juego literario, me interesa que el lector se mueva en esa ambigüedad. La novela tiende a generar estas confusiones, le gusta estar en esos lugares, en esos grises, entre si es autobiográfico o auto ficción, realidad o ficción. No lo resuelvo, no intento dar una respuesta categórica. Hay un montón de coincidencias con mi vida, pero también he introducido un montón de distorsión.

Eres descendiente de un huaquero pero tienes unos rasgos mucho más cercanos a los huacos retratos que expolió.
He intentado reflejar todas estas contradicciones, o hacer la historia de esa contradicción originaria. Creo que toda la gente que ha sido llamada mestiza y que nos podemos autoidentificar como marrones o andinos descendientes vivimos esa experiencia bastarda. Durante mucho tiempo la hemos vivido con vergüenza, con complejo y estigma; lo interesante que plantea el libro es ese proceso descolonizador visto desde la intimidad de la protagonista, como un proceso de liberación de eso. Se vive con racismo interiorizado, pero en cuanto se consiente, se empieza un trabajo interior para salir de ese yugo.

Hay españoles negros a los que pueden detener simplemente por su color de piel. Esto pasa todo el tiempo.

Muchas veces son yugos mentales que vienen de una configuración racista estructural que nos supera, que viene de hace 500 años, que se ha constituido en la desigualdad en la que vivimos. En carne propia se vive como discriminación; pero al mismo tiempo hay una resistencia muy antigua para resistir esa mirada racista sobre nuestros cuerpos por ser no blancos. Son procesos abiertos. Este libro nos salva porque lo que hace es hacerse preguntas, lanzar estos cuestionamientos para que nos preguntemos, tanto desde el lado del colonizado como del colonizador.

¿Somos más racistas hoy que ayer?
No sé si más racistas, pero está latente. El racismo está vivo y coleando, es sangrante y lo vemos cada día. Puedes hacer un paralelismo total entre los seres humanos de las potencias coloniales europeas y las actuales cárceles para migrantes, las jaulas en Estados Unidos, los CIE en España, las fronteras como tumbas abiertas. Todo esto es racismo y todo esto tiene que ver con un proceso de colonización que no ha terminado. Aunque haya una lucha o una resistencia anticolonial, todavía hay unas potencias que se imponen y que siguen beneficiándose de ese pasado. Y esto lo puedes ver en casos extremos, pero también en que las identificaciones por perfil racial abundan en nuestras calles: hay españoles negros a los que pueden detener simplemente por su color de piel. Esto pasa todo el tiempo. El racismo institucional en las propias leyes, en la ley de extranjería… lo podemos ver incluso en un gobierno de izquierdas como este.
 

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Para sus procesos creativos y literarios, la escritora suele indagar en sus intimidades. / Sofia Álvarez

En España se sigue celebrando el 12 de octubre como un día de orgullo. 
Estamos rodeados de símbolos que glorifican el poder de tiempos imperialistas. Mientras se avanza en unas cosas, se retrocede en otras. Hace 5 años no existía VOX en el Congreso intentando sacar adelante leyes racistas. Siempre hay respuesta y reacción a todos los movimientos progresistas y de liberación. Así es como va la historia.

¿Y qué hacemos con estos símbolos coloniales?
Hay que escuchar a las comunidades. (Los símbolos) se consideran un memorial de un momento de la historia doloroso y violento, pero ¿qué es lo que están diciendo en todo el mundo estas comunidades racializadas, migrantes, descendientes de esclavos o indígenas oprimidos? Lo que hay que hacer es escucharlos. Si te están diciendo que estas estatuas hay que cargárselas, hazlo. Precisamente estás en ese lugar en el que te toca escuchar y reparar. No es tan difícil. 

"En la época en que los niños del colegio me gritaban negra como insulto encontraba refugio cogiéndole de la mano para que todo el mundo supiera que ese señor solo un poco blanco era mi papá, eso me hacía menos negra, menos insultable", explicas.
La colonización estableció un sistema de castas que diferenciaba a las personas de superior a inferior por su color de piel y por su identidad étnica. En Latinoamérica se vive todavía con vigencia, todavía hay muchísimo racismo interiorizado porque la gente aún considera lo blanco como lo más digno, lo más noble y lo más bello. Y esto son cosas que marcan nuestra vida, nuestra cotidianidad, la manera en la que nos relacionamos con la gente, incluso como amamos o como hacemos el amor. Hacen que todavía nos miremos con desprecio porque el mundo nos miró así..

En Latinoamérica hay muchísimo racismo interiorizado porque la gente todavía ve lo blanco como lo más digno, noble y bello

No se puede hablar de soluciones individuales, del "ámate a ti misma, acomplejadita, supéralo". Eso es un error. Muchísimas personas que han sufrido racismo, así como muchísimas mujeres que han sufrido la violencia de género, necesitan levantarse de ahí y hablar de las violencias que han recibido, buscar justicia y reparación. Nadie va a decir: "oye tú, violada, arréglatelas". Es lo mismo con la violencia racial. Se tiene que hacer colectivamente

¿Pero se pueden borrar esos automatismos?
Borrar no creo, pero hay que iniciar procesos siendo consciente que existen estas violencias. Antes ni siquiera se veía. La importancia de visibilizarlas y dejar de callar es ya un paso importante, como hemos hecho con las violencias machistas. La lucha antirracista no tiene todavía ni la repercusión ni el espacio que debe tener en esta sociedad, se ha visibilizado mucho menos. Lo que no podemos hacer es vivir en esa inercia y que se sigan reproduciendo esas violencias. No. Hay que intentar luchar contra ellas. La gente todavía dice "no, yo no soy racista, tengo un amigo negro". 
 

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Huaco retrato es una novela que lanza cuestionamientos para que, tanto colonizados como colonizadores, se hagan preguntas. / Literatura Random House

La protagonista es una persona estructuralmente oprimida de muchas maneras: sudaca, chola, marrón, racializada, poliamorosa, mujer, madre. ¿Te has sentido más discriminada en alguna de estas identidades o lo vives como un conglomerado en el que todas las opresiones juegan su papel?
Yo no soy la más oprimida. Ni hay una competencia entre las cosas que oprimen mi vida y mi cuerpo, sino que en algún momento me di cuenta de que a mí no solamente me habían oprimido por ser mujer, sino que muchas veces había sido el racismo lo que más me había jodido la vida. Pero eso no quiere decir que no piense que yo emigré aquí no cruzando en patera o arriesgándome la vida, sino tomando un avión para estudiar. Eso lo tengo muy claro y creo que todas tenemos que estar mirándonos en ese sentido, siempre tenemos privilegio respecto a otras. Justamente la interseccionalidad es ese concepto clave que ha venido a revolucionar. En el caso del feminismo, el más mainstream ha tenido que mirarse en unos espejos en los que no quería verse, porque también hay otras opresiones, como la clase o la raza. Hay que tomárselo en serio. Supone una revisión personal - e institucional - muy fuerte, y es difícil, porque cuando estamos en luchas sobre la opresión es muy fácil caer en pensar que tú eres la más oprimida.

¿No te da miedo exponerte tanto?
El miedo siempre viene por añadidura. Cuando escribimos intentamos entregar muchísimas cosas. En mi caso, llevo mucho tiempo haciendo un trabajo literario que tiene que ver con mi exposición personal. Como es una literatura autobiográfica, ya tengo un rodaje en inmolarme y ponerme en el paredón, y he sacado mis mejores frases o mis mejores libros cuanto más he transgredido los límites. Yo bebí mucho de las creadoras del cuerpo, las artistas políticas de la performance de los 70-80 que hicieron de su cuerpo y de su vida material cuestionador y crítico. Y voy un poco por ahí. Sé que muchas veces esto me va a poner en un lugar incómodo y muchas veces me da miedo, pero pongo el acelerador y sigo porque en eso consiste mi poética y mi propuesta literaria. Y no me puedo echar atrás.