La Galería Mayoral es un refugio climático en la calle Consell de Cent, ahora reconvertida en vía peatonal. Hay obras de Tàpies y de Dalí, incluso uno de sus elefantes de patas delgadas. También veo una de las figuras rechonchas de Botero, el inventor del gato grande de la Rambla del Raval. Hay un Chillida, el mismo que tiene aquella macroescultura en la Creueta del Coll —la obra se llama Elogio del agua, y es una instalación de hierro pesado que se refleja en el lago del parque, como un Narciso macizo. Veo una lámina con una corona dedicada a Gala, evidentemente firmada por Dalí. Hay una pieza de Jordi Alcaraz, a quien no conocía. Miquel Barceló, grumos de pintura como volcanes, a este sí que lo tengo presente. Frente al Barceló, Juana Francès trabaja con arena sobre el lienzo. Tampoco la conocía, todo está por descubrir. En la Galería Mayoral tienen a los pintores de posguerra y modernos en la entrada, y después están los contemporáneos. He venido para ver Florescence, de la artista Marria Pratts.
Los recuerdos son fluorescentes
Artista autodidacta, Marria Pratts fue una de las pioneras en instalarse en L’Hospitalet de Llobregat. Ha hecho de todo; dice que no le teme a nada. Dibujo, fanzines, pintura, muebles, escultura, alfombras. Se trasladó desde el Poblenou hasta L’Hospitalet porque su primer estudio se le quedó pequeño en cuanto empezó a hacer cuadros de gran formato. Necesitaba una casa y un estudio, y no podía pagar ambas cosas. Se construyó una cabaña de cartón dentro del almacén, y vivió así un tiempo, aunque me parece que ya no es el caso, porque su pintura cotiza al alza. A día de hoy, ha expuesto en la Fundació Miró, en el MACBA y también en galerías de Alemania y Nueva York. En 2023 fue artista invitada en el Liceu con la obra 1 sardana i 3 fantasmes, que debió escandalizar a los asistentes por su considerable fealdad, con reminiscencias del Cobi de las Olimpiadas y de color rosa chicle. En Florescence también predomina el rosa chicle por encima de cualquier otro color; lo envuelve casi todo.
El trazo es el que haría una criatura; literalmente, podría haberlo dibujado un niño. Son cuadros de gran formato y llamativos, intencionadamente infantiles y con un aire cercano al grafiti
Después del nacimiento de su hijo, la artista Maria Prats (el nombre real detrás del seudónimo artístico) se instaló en una casa solariega en Son Negre, en Mallorca. Eso fue el año pasado, y allí pasó dos meses. La "florescencia" que da nombre a esta exposición es el proceso de maduración de los árboles, el momento en que florecen y pasan del estado vegetativo al reproductivo. También es una referencia a la consistencia del recuerdo y a los mecanismos que lo hacen aflorar. Eso es lo que le ocurrió a Maria Prats, la mujer detrás de la artista: entró en fase reproductiva, y tener un hijo despierta la memoria de la propia infancia.
Por eso Florescence incluye un televisor que proyecta un montón de basura en la plaza Macià en los años 80, evocando la Barcelona de cuando Maria Prats era niña. Prats se define como una colorista sin complejos, pero no renuncia al dibujo. El descaro en el uso del color es evidente: rosa y amarillo, un conejo, una vaca, otro vertebrado con gafas de sol. El trazo es el que haría un niño; literalmente, podría haberlo dibujado un crío. Son cuadros de gran formato y llamativos, intencionadamente infantiles y con un aire cercano al grafiti.
En Florescence, su firma es una especie de rana con dos ojos bien redondos y una boca grande. La encontramos en verde, en rojo, en distintos colores y en cada uno de sus cuadros. Una de esas ranas parece tener el cielo dentro de los ojos, azul salpicado del rosa blanquecino de las nubes.
La utopía de la infancia vista por una niña poligonera
Me informo sobre la pintura que hace Pratts y leo que el rosa predominante en Florescence representa el atardecer y el amanecer en Mallorca, y simboliza la quietud del principio y del final del día, acompañado por otros tonos como el amarillo. Rosa Bonheur y Renée Sintenis han sido artistas que la han inspirado; ambas fueron consideradas “artistas menores” por poner a los animales como protagonistas.
Veo dos seres no figurativos, rojos, uno de perfil y el otro más de frente. Parece que se hablan de un cuadro al otro. Paseamos por toda la sala y vemos figuras no figurativas, manchas de color con ojos, boca, y una cierta forma piramidal. Sabemos que son seres vivos, bestias de algún tipo, pero nos cuesta identificarlas con un animal concreto. Igual que Bonheur y Sintenis, Marria Pratts también pone animales totémicos como protagonistas. Las vacas mal dibujadas, los pájaros, las ranas, que vemos repetidas como si fueran su animal de la suerte. Está el juego de la repetición, de personajes que cambian de cuadro con pequeñas alteraciones.
Más que dibujar, dirías que Marria Pratts garabatea con bolígrafo, que combina el color con los garabatos de un niño. Veo un fondo rosa, ahora con una bola amarilla en el centro. Dos perros pequeños rojos a cada lado, en la parte inferior del cuadro. Tienen unas orejas parecidas a las de Mickey Mouse. Arriba a la derecha del cuadro, dos figuras de trazo humano parecen estar observando a las vacas.
Siento curiosidad por lo que debía sentir y vivir aquellos meses, incluso envidia, pero sus cuadros no me transmiten paz, ni la beatitud de la naturaleza, ni ninguna de las cosas que me parece que sentiría si hubiera ido a Son Negre con mi recién nacida criatura: quizá ésta sea la gracia
En muchos cuadros de Florescence me parece ver la utopía de la infancia, de cómo percibimos el mundo cuando todavía no nos hemos hecho mayores. Se mantiene la fascinación por el 'primitivismo' que tenían los vanguardistas como Tàpies. Creo que es por la maternidad, por el tiempo que debía pasarse el artista en un entorno natural de Mallorca, con su recién nacida criatura. Siento curiosidad por lo que debió sentir y vivir aquellos meses, incluso envidia. Pero si no lo hubiera leído no lo hubiera dicho nunca: sus cuadros no me transmiten paz, ni la beatitud de la naturaleza, ni ninguna de las cosas que creo sentiría si hubiera ido a Son Negre con mi recién nacida criatura.
Quizás esta es la gracia, claro, que Florescence nos remite a la simbología de la infancia, pero no tiene nada de bucólico.Persiste algo poligonero, en estos cuadros rosas y amarillos y totémicos. Está la infancia, sí, pero también veo el caos de las casas okupas que frecuentaba hace años en L'Hospitalet, justamente, donde ahora se instalan los artistas como Marria Pratts.Un barco rojo cuya cruz podría ser de Tàpies. La analogía me resulta fácil, porque en la otra sala he visto las cruces de Tàpies. Del lienzo sobresale un pedazo de plástico de luz rojiza, que podría ser una media luna roja en medio de un cielo entre Rosa y rojo. Cuatro ranitas azules, los dos ojos redondos y la boca, parecen ser las pasajeras de la barca de vela. En otro cuadro veo lo que identifico como tres E.T.s, uno pequeño como si fueran una familia de tres, dos adultos y una criatura. Parecen los tres fantasmas que bailaban una sardana en el Liceu, pero éstos son más sugerentes, porque parecen ajenos. El cuadro que más me gusta es el último, con un burro negro en un fondo azul y rosa. En este caso el asno se ve que es un asno, y en el asno hay un pájaro blanco de cuello; podría ser un cisne, pero no lo es. La fauna que vio por Mallorca la inspiró. Aún hay otra cara, como un Mickey Mouse desfigurado, y las ranitas que nos persiguen por toda la exposición.