Es estúpido enfatizar que hay algo de emergencia en el concepto de emerger. Sin contradicción alguna, pues a fin de cuentas una cosa lleva a la otra. Barcelona, unas navajas, un ritmo gaditano y el retorno de una mákina catalana que nunca se fue a dormir. El Festival B conjuró el final de dos días repletos de emergencias en el medio de un Parc del Fòrum que canalizaba las virtudes de lo que siempre ha estado allí con la gracia contemporánea. Con todo lo que implica y abruma comprimir la disidencia y la normalidad más absoluta en un espacio. Con la pretensión aparentemente vacía de bailar y no ahondar más allá, porque a veces no hace falta pecar de exquisiteces fingidas en el mensaje. La noche del 30 de septiembre en la ciudad condal brilló de la mano de los navajeros, de los canijos y de la reivindicación ravera. Brilló por las ganas de vibrar.

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Albany. / Foto: Carlos Baglietto

Ponían el broche de oro al clamor del fenómeno alternativo nombres tan asentados en el ‘underground’ estatal como Yung Beef o Juicy Bae. También el jovencísimo Rojuu, que con una capucha de pelo con cuernos y vistiendo la nada en el tronco superior encandiló a un público que no paró de entonar todos y cada uno de los versos que salían de sus adentros. Lo mismo en lo que respecta a la Albany o Jarfaiter, que con consignas irreverentes e incendiarias para con la tradición conseguían encender un foso repleto de ropajes ‘vintage’, de ‘stories’ al cielo y de santerías inexplicablemente urbanas. Y es que mientras algunos todavía se ahogan en los porqués de la ordinariez en las líricas, la capital de Catalunya demostraba como de sencillo puede ser danzar al son de cánticos tan viscerales como "estoy listo pa’ morirme, puta tráeme flores" en un renovado Cara B que ya se ha hecho un nombre por sí solo en la escena escondida que más adeptos parece ganar año tras año.

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Rojuu. / Foto: Carlos Baglietto

La pureza de Judeline se sirve como la entrada perfecta para los bajos de Parkineos

Era, sin lugar a dudas, una de las actuaciones más esperadas de la jornada. La andaluza Judeline –pronunciado judlain, aunque ella misma advirtió a medio concierto que la disonancia en la nomenclatura no le pesa demasiado– se personaba en uno de los dos escenarios cerca de la una de la madrugada para deleitar a los asistentes con los loables temas de una escueta aunque prolífica discografía incipiente. La joven, que a sus 20 años ya aglutina la nada desdeñable cifra de más de 800.000 oyentes en Spotify, llenó de luz el enclave con el romántico Tánger, las delicadas notas de Zahara y concluyó un show natural y cercano con el afamadísimo Canijo. Con la delicadeza suficiente para no hacer retumbar un ‘autotune’ que se percibía presente, de forma inequívoca, en prácticamente todo el resto del cartel, pero sin desmarcarse de la sutileza precisa para equilibrar la energía del lugar. Todo ante un público encantado de escuchar su versión de La tortura de Alejandro Sanz y otros clásicos. Incluso una canción inédita.

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festival b carlos baglietto
Foto: Carlos Baglietto

El paso previo al devenir de una oscuridad kinki y nada renegada al disfrute que concluyó con la sesión de la Brava y los potentes bajos de Parkineos. A destacar el set de este último, que hiló inintencionademente todos y cada uno de los pasos previos para llegar al final del evento con el grácil retorno del ‘hardcore’ en la juventud. Para constatar la emergencia de emerger, de los creadores que han conseguido salir de los suburbios del ‘mainstream’ y de una Barcelona que disfruta del sosiego que el exceso comprende. De una Barcelona que, hoy y siempre, sabe dar lugar a la música que más alto suena cuando algunos no gustan de mirar.

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Foto: Carlos Baglietto