En el primer capítulo de Fleabag la protagonista y su hermana van a una charla sobre feminismo y, antes de empezar, la conferenciante lanza una pregunta: ¿cuántas de las que están allí sentadas cambiaron cinco años de su vida por un cuerpo ideal? La Fleabag y su hermana levantan las manos impetuosas, sin pensárselo. "Somos unas malas feministas", dice la protagonista cuando ve que nadie más del auditorio ha alzado el brazo.

No quiero que la juventud sea un capital social y una cuenta atrás, pero no quiero tener canas y siento una pequeña victoria cuando me ponen menos años de los que tengo

Esta escena me vuelve cada vez que me peleo con las contradicciones del choque entre unas ideas (leídas, meditadas y pensadas) y cómo acabo actuando (para, ya lo sabemos, todo un sistema que repone a los fundamentos de siglos de heteropatriarcado). Me pasa continuamente: me depilo, me miro en cada espejo que encuentro, me maquillo aunque sean las siete de la mañana. No quiero que la juventud sea un capital social y una cuenta atrás, pero no quiero tener canas y siento una pequeña victoria cuando me ponen menos años de los que tengo. La imagen de la contradicción soy yo misma atizando el fuego que quiero querer apagar. Ser atractiva, ser inteligente. Ser joven (soplar velas sin número). ¿Ser madre?

Aquello natural no es necesariamente positivo. O no desde una lógica feminista. Porque de alguna manera te vincula a una idea esencialista del género

O quizás no serlo. Hablaba Clara Serra en un Ciberlocutorio con Anna Pacheco y Andrea Gumes. El avance de la técnica nos permite ser madres muy mayores. De la misma manera que nos permite una cadera de plástico o una extracción de muela como una pellizcada. Pero a la vez hay un retorno a toda una creencia en torno a la importancia de ser madre joven, de dar el pecho mucho tiempo, de criar de una determinada manera relacionada con la biología y con aquello que es natural. Hablo de una idea de maternidad que me puede haber parecido deseable y oportuna. Pero pienso: ¿poder desvincularnos de este criterio de "natural" no nos da libertad y nos va, por lo tanto, a favor? (igual que la leche en polvo te da la opción, que puedes escoger o no, que la criatura no dependa exclusivamente de la madre cada hora media). Aquello natural no es necesariamente positivo. O no desde una lógica feminista. Porque de alguna manera te vincula a una idea esencialista del género. De hecho, no tengo claro qué legitima el hecho de que sea natural. Pero una vez aquí hay una nueva paradoja en forma de anuncio de clearblue y congelación de óvulos. Retrasar la maternidad también ha creado un negocio rendiblísimo que, evidentemente, genera suspicacias. Porque el peor cronómetro lo llevamos entre las piernas. No te esperes, congela y siempre eres a tiempo de tirarlos. Dos mil euros no es tanto.

Su reacción es la dedicación absoluta a la crianza y la sumisión. Camuflan el supremacismo blanco de la ultraderecha americana y suponen una opción cavernaria inimaginable

Y lo más curioso es que en un momento en que el debate feminista está al orden del día, aparezca peligrosamente la subcultura de las Tradwifes, que proponen un retorno al estilo de vida de principios del siglo XX. Tienen muchos hijos rubitos y todo el día hacen galletas y pasteles de manzana: el suyo es exclusivamente el ámbito doméstico, acontentar el marido, flores y ganchillo. Dicen que son la oposición a un feminismo radical que las quiere engañar y que, operando desde ideas neoliberales, pretende arrastrarlas a trabajos fuera del hogar. Su reacción es la dedicación absoluta a la crianza y la sumisión. Camuflan el supremacismo blanco de la ultraderecha americana y suponen una opción cavernaria inimaginable. Quiero decir: ¿quién puede defender esto el año 2022? No os penséis, que tampoco están libres de contradicciones y su estilo de vida ochocentista lo divulgan, justamente, a través de las redes sociales. Quizás algún día hablo con más calma. Aunque verlas y escucharlas da entre miedo y pereza. Veremos.