El domingo 31 de julio hace 524 años que los Reyes Católicos firmaron el Decreto de Expulsión de los Judíos que habitaban en las coronas de Castilla y de Aragón. Era el 31 de julio de 1492. Hacía siete meses que las armas cristianas habían conquistado Granada, el último Estado musulmán de la península; y faltaban poco más de dos meses para que Colón pusiera los pies –por primera vez- en el continente que se denominaría América.

1492 es un hito primordial en la historia hispánica que, con un sentido más que discutible de la oportunidad, se conmemoró con los fastos del "Quinto Centenario". Olvidando –a propósito- que aquel año significó también –al margen del "descubrimiento"-, el final de la presencia judía en Sepharad. Una limpieza étnica que, con el pretendido argumento de la unificación religiosa, ponía fin a mil años de convivencia de personas y de culturas. Una tragedia humanitaria que marcó a miles de personas obligadas a emigrar, y que condicionó la historia futura de los estados hispánicos.

Profilaxis en épocas de crisis

Las limpiezas étnicas eran frecuentes en la Edad Media. Era un ejercicio de pretendida profilaxis que se llevaba a cabo en épocas de crisis. En aquella época 3/4 partes de la población europea vivía de la actividad agraria. Y una serie de malas añadas (sequías, aguaceros, plagas, o la combinación de los tres elementos) provocaban unas crisis horribles que se saldaban con miles de víctimas. Unas por los efectos del hambre y de las pandemias –las famosas pestes medievales. Y otras por los efectos de las políticas "higienistas" –guerras, limpiezas étnicas. La teoría de Malthus: caen los recursos alimenticios, sobra masa poblacional. Y entonces se disparaban los elementos "correctores". En Catalunya, y el conjunto de Europa, a partir del año 1333 –que los catalanes con nuestro sentido proverbial de la estética llamamos "lo mal any primer"- se sucedieron una serie de crisis que pusieron fin a tres siglos de crecimiento demográfico y económico.

En este paisaje, los judíos fueron señalados como una de las causas de todos los males. En aquella sociedad de pensamiento dominado por la religión católica triunfó la propaganda del deicidio –el asesinato de Jesucristo- que pretendía explicar el monumental derribo que vivía el mundo como el resultado del enfado del padre de la víctima con los que consentían y toleraban el éxito económico de los pretendidos asesinos, cuando menos de sus descendientes. Cosas de predicadores. Medievales. En aquellos días la meteorología era una disciplina que estaba en el abecé. Y la religión pretendía explicar lo que corresponde a la ciencia. El eterno conflicto ciencia-religión, o si se quiere, pensamiento científico versus pensamiento espiritual que ha marcado la historia de la humanidad. Con el paso de las crisis el ambiente se calentó. Hasta que reventó en los pogromos de 1391. El saqueo de las juderías –barrios- judíos de las principales ciudades de la península. Barcelona incluida.

El falso mito del judío rico

Aquella explosión de violencia desmitifica el tótem del judío rico, intrigante y conspirador. Las juderías eran una reproducción a escala de la propia ciudad. Con familias muy ricas e influyentes que convivían con otras muy humildes y anónimas. Las juderías fueron arrasadas en su totalidad. Sin distinción. Casas ricas: de médicos, de abogados, de joyeros, de libreros, de mercaderes, de usureros. Y casas pobres: de carpinteros, de herreros, de albañiles, de forjadores, de tejedores, de hojalateros.

Los pogromos de 1391 fueron el principio del final. Las juderías quedaron despobladas. Los supervivientes; en buena parte se convirtieron al cristianismo. La comunidad judía se fragmentó. Los conversos –generalmente los más ricos de la comunidad- se emparentaron con las oligarquías cristianas –con los mercaderes ricos. Y en Catalunya, los que decidieron conservar su fe –y podían pagar el viaje- acabaron en las juderías de Nápoles, de Florencia, o de Roma.

Firma del decreto de expulsión de los judíos hispánicos en 1492 por los Reyes Católicos / WIKIPEDIA COMMONS

La expulsión y la diáspora sefardí

El año 1492, la comunidad judía estaba muy debilitada. Numéricamente y económicamente. El siglo que separa los pogromos del definitivo decreto de expulsión estuvo marcado por un goteo continuo de conversiones. Interesadas. Y de mestizaje. En Catalunya, el año 1492 sólo quedaban 8.000 judíos -que resistían malviviendo en los restos de las juderías catalanas, los calls- de un total aproximado de 50.000 –entre un 10% y un 15% de la población del país- que se contabilizan antes de los pogromos de 1391. En cambio en la corona de Castilla el ritmo de conversiones había sido más lento. Un hecho que revela que los efectos de las crisis –en Sevilla, en Burgos, en Vitoria, o en Toledo- no habían golpeado con tanta fuerza a sus sociedades. En Castilla, el decreto de expulsión, tuvo una dimensión de mayor dramatismo que en Catalunya. Las cifras más aceptadas hablan de 100.000 personas, que tuvieron que salir prácticamente con lo puesto.

Este hecho explicaría la pervivencia de la lengua sefardí. Los judíos castellanos formaban una masa poblacional suficientemente numerosa como para reproducir, en destino, sus particulares esquemas culturales. La lengua incluida. Contribuyó, también, el hecho de que la mayoría se concentraron en lugares muy concretos. Generalmente ciudades portuarias con una importante actividad mercantil. Y crearon importantes comunidades, sobre todo, en territorios del imperio turco del Mediterráneo. Aquellos grupos más reducidos que, también buscando ciudades portuarias, emigraron a Francia, a Portugal, o a Holanda no pudieron reproducir los esquemas culturales propios y fueron engullidos rápidamente por la cultura judía autóctona. Poco más o menos lo que pasó con los judíos catalanes y valencianos, que se dispersaron –principalmente- por la península Itálica; y adquirieron de inmediato la lengua y la cultura de los judíos italianos.

El papel oculto de los conversos

Se ha especulado mucho sobre la influencia que tuvo la Inquisición en el golpe de gracia que representa el decreto de expulsión. Pero estudios recientes ponen de relieve el papel que jugaron los conversos que, sorprendentemente, en los cien años que separan los pogromos de 1391 y el decreto de 1492, se convirtieron en el principal enemigo de las comunidades que resistían la implacable presión social. Durante aquel siglo, los conversos –las élites de las antiguas juderías- progresaron socialmente, políticamente y económicamente de una forma meteórica. Pasaron a ejercer cargos públicos y a pilotar empresas privadas que, mientras habían sido judíos, les habían sido prohibidas. Borraron, por evidente interés propio, toda señal de un pasado judío. Y se integraron de lleno en las oligarquías urbanas –de Barcelona, de València, de Zaragoza– que, aliadas con la monarquía, laminaban el poder de la nobleza, para dar paso a un nueva era histórica: el Estado moderno cristiano, unitario y absolutista.

(Imagen exterior: Bautizo masivo de judíos hispánicos / WIKIPEDIA COMMONS)