El día que el mundo entero vio el pezón de Janet Jackson, algo empezó a moverse en el conservadurismo de la cultura pop, aunque los frutos positivos de aquel destape aún tardarían en llegar. La cantante estaba actuando en la media parte de la Superbowl del 2004 junto a Justin Timberlake cuando al terminar la canción Rock your body, justo en la estrofa que decía “puedes apostar a que voy a desnudarte antes de que acabe esta canción”, Justin tiró del corsé de cuero de Janet y dejó al descubierto su pecho, curiosamente adornado con una pezonera. Un instante de tan solo medio segundo que fue visto en directo por casi 144 millones de estadounidenses y que cambiaría las pautas del show musical más esperado del año, además de convertir a la cantante en una de las mujeres más repudiadas de América: las listas musicales la vetaron, se la censuró en los premios Grammy y el escándalo llegó hasta el mismísimo Tribunal Supremo.  

Días antes de las fiestas de Navidad de 2021, Rigoberta Bandini lanzaba de forma independiente en diferentes plataformas su propuesta eurovisiva, Ay mamá, un canto a la maternidad y al empoderamiento de la teta como símbolo de la lactancia. La frase “no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas, sin ellas no habría humanidad ni habría belleza” desató la euforia feminista e incluso las redes y los medios empezaron a hablar de himno generacional, alabando la buena influencia que esta joven madre treintañera ofrece a las y los jóvenes de hoy en día. Cuando todas las esperanzas estaban puestas en Rigoberta y todavía no se sabía que SloMo de Chanel sería la representante de España en Eurovisión, Pedro Sánchez dijo que si la Unión Europea de Radiofusión (UER) la censuraba, el país no participaría en el festival y que Bandini contaba “con el apoyo del presidente del Gobierno, así como de todos los ministros, para mostrar un seno, a poder ser el izquierdo, en cualquier escenario del mundo”. Tras varias semanas liderando las listas de éxitos, a principio de año la catalana se convirtió en trending topic por sacarse un pecho durante un concierto en Logroño. 
 

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Rigoberta Bandini durante su actuación en el Benidorm Fest. / RTVE

¿Qué ha cambiado en 18 años para que se haya pasado de criminalizar un pezón públicamente a reclamar su empoderamiento desde las mismas estructuras de poder? ¿En qué momento la representación de los pechos femeninos en la cultura ha acabado representando la lucha por los derechos en lugar de la provocación por conseguir la atención del hombre rico? ¿Y por qué, pese a este cambio, los algoritmos continúan censurando la naturalidad del cuerpo de la mujer, aunque la calle canta que paremos la ciudad sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix?

La actuación de Sabrina y el conservadurismo de los ‘progres’

Antes de Rigoberta o Janet, otra mujer ya puso en la palestra el protagonismo de las tetas encima de un escenario. Corría el año 1987, la noche de fin de año, y la cantante italiana Sabrina Salerno era una de las estrellas invitadas al programa Super 88 (RTVE) que presentaba Pilar Miró para dar la bienvenida al nuevo año. Mientras cantaba Hot girl, uno de sus pechos se salió del ajustado corpiño blanco que vestía, en lo que más tarde se conocería como uno de los momentos más vistos de la historia de la televisión. Pero el accidente se podría haber editado porque no era una actuación en directo: esa gala estaba completamente grabada y fueron el realizador y la presentadora los que decidieron despreciar a Sabrina y retransmitir el momento sin preguntarle. Y aún peor: se decidió actuar con regodeo ralentizando justo el momento del percance y añadirle unos silbidos en la postproducción para sacarle más jugo al morbo.

Cuando los espectadores se toparon con la teta de la cantante en la tele, se comprobó que ni la sociedad era tan progresista ni las mujeres estaban tan liberadas: aunque movimientos como la Movida madrileña acabaran de cimentar las bases de una contracultura más rebelde y transgresora, representada con una estética que rompía con todos los estereotipos tradicionales, los hogares continuaban apegados a una moralidad de un enorme puritanismo. Ese mismo año, el gobierno prohibió la primera campaña contra el sida porque sugería a una pareja manteniendo relaciones sexuales y eso atentaba contra el decoro y el buen gusto social. Tras el accidente de Nochevieja, Sabrina fue tratada de icono sexual por los hombres y de femme fatale por las feministas; en una actuación en Bilbao le llegaron a tirar tomates y huevos por ser un símbolo cosificado contrario a lo que necesitaban las mujeres.

 La Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU recibió más de 200.000 quejas tras la actuación de la Superbowl y el caso llegó al Tribunal Supremo 

Podría decirse que este hecho aislado fue la historia de un engaño con la que se acabaría mimetizando la anécdota de la Superbowl unos años después, pero con el añadido mediático de las nuevas tecnologías - de hecho, la idea de crear una plataforma como Youtube le vino a su fundador tras no encontrar el vídeo del pezón en ningún canal. Aunque aún hay dudas sobre si fue un acto pactado, un desafortunado accidente o una perversidad voluntaria, lo evidente es que el pezongate criminalizó la carrera de la cantante y removió los cimientos sociales y culturales de la rectitud americana. Cuando terminó el show de Janet y Justin, la Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU recibió más de 200.000 quejas y multó a la cadena CBS con 550.000 dólares por escándalo público, aunque el Tribunal Supremo dijo que la sanción era inconstitucional; la productora MTV fue vetada para siempre de la competición; y la primera dama, Laura Bush, llegó a afirmar que la imagen del pezón había representado los tipos de cosas que no querían que los niños vieran por la tele. Tanto fue el shock americano que, desde ese año, todas las actuaciones del intermedio se emiten con unos segundos de retraso para evitar polémicas.
 

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La industria le dio la espalda a Janet Jackson por la polémica del pezón en la Superbowl de 2004. / CC

El denominador común de ambos ejercicios escénicos es la mujer como chivo expiatorio y la absoluta absolución del hombre. En 2004, Justin sí actuó en los Grammy que repudiaron a Janet, aún estando invitada; y nadie condenó la grosería del realizador que decidió que la teta de Sabrina fuera famosa. En sociedades donde la conciencia feminista todavía dejaba mucho que desear, la simbología de los pechos era una provocación vulgar que condenaba la decencia y la dignidad de las mujeres, que se convertían en merecedoras del castigo público. Otro detalle en común es que ambas desconocían lo que iba a suceder y tuvieron que hacer frente al escrutinio social sin querer ni estar preparadas.

Del embuste machista a la reivindicación consciente

Si Sabrina y Janet fueron víctimas de fraude por algunos de sus compañeros, Madonna era plenamente consciente cuando se bajó el sujetador durante un concierto en Estambul (Turquía) delante de 55.000 personas. Era junio de 2012, 8 años después del nipplegate, el mismo año que la ONU aprobó la conmemoración anual del Día Mundial de Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina. En España, el Partido Popular de Mariano Rajoy había ganado las elecciones y faltaban un par de años para que medio país se echara a la calle para protestar contra la Ley Gallardón, que pretendía suprimir la ley de plazos del aborto. Así estaba la agenda lila el día que la reina del pop enseñó la teta a un pueblo de mayoría musulmana luciendo en su espalda el lema No Fear (sin miedo). El hecho no pasó de unos cuantos titulares, algunas críticas de extrema derecha y el componente viral típico del mundo digital. Ni se lapidó la reputación de la artista ni se la condenó al ostracismo. Al contrario, la figura de Madonna, acostumbrada al escándalo, fue aplaudida por visibilizar el empoderamiento feminista.
 

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Madonna enseñó un pecho en pleno concierto en Estambul, delante de 55.000 personas. / Youtube

Llegando a Bandini y a su pegadizo má má má má má má má, no es osado afirmar que la presencia de la teta en el escenario ha evolucionado en paralelo a la concienciación social y al logro de algunos derechos fundamentales para la mujer. En ese sentido, los pechos están luchando ahora la batalla por la legitimación de su existencia en todos los ámbitos e intentando destruir la cosificación que le ha otorgado tradicionalmente el sistema patriarcal, pero no todo está ganado: Instagram o Facebook continúan vetando los pezones e ignorando las críticas de esta censura. Los píxeles obligatorios que exigen estas redes sociales dan cuenta que los senos femeninos tienen valía mediática cuando son útiles para el ojo macho o para el bolsillo del poderoso, pero no para reivindicar la naturalidad del cuerpo que da de mamar a los hijos del mundo. Ejemplo de ello es que, durante años, la prensa sensacionalista y los programas televisivos amarillistas han ganado millones por sacar desnudos no consentidos, mayoritariamente de mujeres famosas, y al ser imágenes destinadas a un consumidor final llamado hombre la polémica no existía.

Las tetas de Rigoberta Bandini han puesto sobre la mesa el reverso de la problemática, su verdad absoluta: que los cuerpos de las mujeres son de las mujeres y que los pechos no son del que miran, sino de quien las luce. No se puede decir que el alter ego de Paula Ribó haya abierto un camino cavado por muchas, pero sí ha puesto la alfombra roja para que muchas mujeres muestren sus mamas con orgullo, sin la dictadura de la provocación y sacando pecho de su feminidad. Rigoberta siempre dijo que la quería liar en Eurovisión, aunque jamás confirmó que se atreviera a marcarse un Janet Jackson. Será que el machismo en un escenario mundial aún tiene mucho que cantar.