Habrá de todo, pero, para muchos, el primer superhéroe conocido (y venerado) fue Superman. Luego se han sumado otros (bastantes más), primero en cómic, tanto de la factoría DC (a la que pertenece Superman) como de la Marvel. Y después trasladado a la gran pantalla en la que, posiblemente, sea el mayor fenómeno (tanto en publicidad como en taquilla) que ha dado el cine en las dos últimas décadas. La exposición de superhéroes ha sido excesiva, con productos muy bien hechos y otros que no han pasado el corte. Por eso, que alguien como James Gunn, que provenía del mundo de la serie Z (aunque luego ya dirigió un proyecto con gran presupuesto como Guardianes de la galaxia), se ponga al frente de algo así, añade más alicientes. Le da un baño de color nuevo y diferente. De hecho, de todos los superhéroes, este es que el parecía más anticuado. Superman necesitaba una adaptación más moderna acorde a los tiempos actuales. No solo en cuanto a la estética: también los temas que plantea y que son parte de esta época difusa y en constante batalla con la tecnología. Por ejemplo, nunca hubiésemos imaginado que la trampa de un selfie sería la solución a un conflicto, ni que una panda de monos enfurecidos fuese el reflejo del hater cibernético. Ni que las redes sociales fuesen más influyentes que los medios de comunicación. Tampoco creíamos que, en lo que parezca un guiño clarísimo a ese mundo que vive atemorizado e indignado por una guerra sin sentido (la de Oriente Medio), la manipulación de un mensaje generase tal colapso.
Superman necesitaba una adaptación más moderna acorde a los tiempos actuales, no solo en cuanto a la estética: también los temas que plantea y que son parte de esta época difusa y en constante batalla con la tecnología
“Krypton, llevame a casa”, le dice Superman a su fiel compañero, un perro también con capa. Por primera vez, el súper héroe había sido derrotado. Con lo cual, tocaba poner las cosas en orden y vencer al Martillo de Boravia. Tras esa estrategia, un personaje que maneja los hilos: Lex Luthor (rapado así, el actor Nicholas Hoult se parece a Billy Corgan de Smashing Pumpkins). De hecho, la primera idea es que el actor de Jurado nº2, The Order o Nosferatu (todas son estrenos de 2024) fuese Superman. A posteriori se decidió que fuese el malo (nunca mejor dicho) de la película. Él mismo ha explicado que una de sus inspiraciones para el papel fue la lectura de una biografía de Elon Musk (el otrora amigo de Donald Trump). En cualquier caso, otro de los objetivos de la película es recuperar a parte de la familia DC, a esa peculiar banda de la justicia (Mr. Terrific, Metamorfo o Hawkgirl). Y en su factura, elementos de ciencia ficción novedosos en cápsulas sorprendentes y, en este caso, muy bienvenidas.

Superman es un símbolo
¿No es raro que Superman te dé tantas entrevistas? Esa pregunta se la hace Lois Lane (Rachel Brosnahan) a Clark Kent (David Corenswet) en la redacción del periódico Daily Planet. Y sí, resulta que son pareja (o al menos lo intentan), pero ella quiere saber más, no sobre ese Clark que se camufla tras esas gafas, sino del otro que debe salvar al mundo y traer a este cierta bondad. Es decir, Superman, ante todo, es un símbolo. Pero eso no es inconveniente para que se enamore (lógicamente de Lois). Además de corazón, es compasivo con los suyos: sus padres adoptivos juegan un papel fundamental. “Los padres no debemos decirles a los hijos quienes tienen que ser. Tus decisiones son las que te definen”, le dice su padre a Clark en la parte de atrás de su granja. Un matrimonio que, dicho sea de paso, utilizar el humor para vehicular su vida en común. Es decir, en Superman también se ríe. Aquí ese perro que no mide sus fuerzas (Gunn se basó en el suyo para incorporarlo a la película) es un factor determinante.
David Corenswet no suplirá en nuestra memoria a Christopher Reeve, pero desde su aparente sencillez borda un papel nada fácil y muy exigente
Así pues, la cinta es ágil en su narración y nada previsible. David Corenswet no suplirá en nuestra memoria a Christopher Reeve (el hombre que nos hizo creer que este podía volar), pero desde su aparente sencillez borda un papel nada fácil y muy exigente (brutal la pelea con el clon que fabrica Luthor con su ADN). La película tiene eso que tanto se anhela en el cine (y en otras muchas artes), el equilibrio. Hay acción, sí, pero no te desborda. Hay catástrofes (la grieta en Metrópolis), pero la sangre no llega al río. Como hemos dicho, hay humor, pero el justo para que esto no sea una comedia. Hay brillo en los colores (ese azul, ese rojo), pero no tanto como para que nos sature. Y la historia engancha con ese mensaje de que, al final, el cerebro siempre gana al músculo. Incluso siendo Superman o un retorcido malote como Lex Luthor. “No hago el tonto, hago cosas importantes”, dice el hombre de la S gigante. Además, este Superman vuela con una capa catalana, un tejido rojo, evidentemente, crepé comprada en la tienda de telas de Barcelona Gratacós.