Cuando me llega un libro de Ferran Sáez a las manos, enseguida me relamo. Sáez suele tocar todas las cuestiones que despiertan en mí un mínimo interés, y acostumbra a abordarlas desde un lugar que es prácticamente el mismo desde donde yo miro el mundo. Precisamente porque esto es así, me resulta inevitablemente placentero escrutar cuál es la distancia mínima que me permite decir que el lugar desde el que nos miramos el mundo no es exactamente el mismo. Estos días he estado leyendo Presència d’una absència (Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2025), un ensayo que arroja luz sobre las consecuencias que las ideas posmodernas han tenido sobre la espiritualidad, que quiere entender qué hay hoy de posmoderno en la vivencia de la espiritualidad entendida como “la vivencia o apelación a una realidad no material conectada con la idea de trascendencia”.

Destruyendo el mundo, sin alzar uno nuevo

Sáez parte de la base de que, a raíz de la radicalidad con que las ideas posmodernas se han imbricado en el pensamiento de nuestra sociedad, nuestro destino es el nihilismo, la participación atónita en la conciencia de la nada: la “presencia de una ausencia”. Hoy impera la ausencia de un relato que busque otorgar sentido a los acontecimientos, así como imperan la ironía, el gregarismo individualista y la inmediatez, lo que afecta a la posibilidad de una vivencia espiritual profunda. En torno a esta tesis, Sáez procura vislumbrar futuras respuestas a las preguntas que suscita la noción de espiritualidad vigente, y entender si “estamos ante un remedio paródico contra el Gran Vacío posmoderno o bien ante el surgimiento, todavía incipiente, de una nueva espiritualidad”.

Hoy impera la ausencia de un relato que busque otorgar sentido a los acontecimientos así como impera la ironía, el gregarismo individualista y la inmediatez, cosa que afecta la posibilidad de una vivencia espiritual profundo

Hace pocos meses, en esta misma sección reseñábamos La fi del progressisme il·lustrat (Pòrtic, 2024), también de Ferran Sáez. Aunque la coherencia en las bases del pensamiento de Sáez es inapelable en ambas obras, el tono de una y otra, de Presència d’una absència y de La fi del progressisme il·lustrat, es distinto. Lo es de una manera sutil, y en determinados casos supongo que subjetiva, pero también de forma determinante. En algunas ocasiones parece que el móvil tras La fi del progressisme il·lustrat es el resentimiento personal de Sáez contra unas ideas –y, asumo, una manera de actuar– que el autor vivió de primera mano en la universidad. Diría que la consecuencia de ello es que no siempre calcula con precisión el alcance de la enmienda que pretende hacer. Hablando claro: mata moscas a cañonazos. Esta aproximación política y filosófica a la derrota de unas determinadas ideas destruye un mundo, pero no ofrece las herramientas para alzar uno nuevo.

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Cubierta del ensayo de Ferran Sáez, Presència d'una absència

Más allá del intelecto

Con Presència d’una absència pasa lo contrario que con La fi del progressisme il·lustrat: está escrito desde el amor y no desde el resentimiento. Por eso, asumo, puede cerrar unas puertas y abrir otras al instante. A menudo me ocurre que, cuando leo libros o columnas sobre cómo entiende la espiritualidad la gente joven, enseguida cultivo una cierta sensación de rechazo a lo que se explica. Y me pasa, me parece, porque siempre tengo la sensación de que hay alguien intentando explicar quién soy desde “fuera” y, por tanto, sin una experiencia personal de fe que le permita tratar la cuestión con la delicadeza que esta requiere y merece. En Presència d’una absència, Sáez orbita intelectualmente en torno a algo que va más allá del intelecto. Y ese algo es algo que se ama. El tacto y el tono son delicados y hablan a los que viven una espiritualidad profunda, honesta e íntima. Y es así porque Sáez habla desde una espiritualidad profunda, honesta e íntima.

Se lee entre líneas que él ya ha encontrado un lugar lo bastante sólido –que no rígido– para admirar los tiempos que han venido y los que vendrán

Presència d’una absència pide ser leído con calma y digerido con parsimonia. El libro ataca la tendencia a la hiperactividad tanto en el fondo como en la forma: quiere calma para ser leído y digerido porque está escrito desde la calma y tratado con cuidado. A cada página que pasaba, la sensación de que este libro era extremadamente personal para el autor fue en aumento. Aun así, en determinadas partes del texto parece que Sáez tiene muchísima información y no sabe bien qué hacer con ella, o no sabe cómo tamizarla y entrar en materia de una manera más directa. O quizá es que aquello que me ha parecido más valioso –porque realmente puede contener una fuerza transformadora para el lector– es la parte con menos brillo académico y más juego de ideas pasadas por la introspección. La parte en la que, aunque el autor es cauteloso a la hora de dar respuestas sobre el futuro que le espera a la espiritualidad modelada por la posmodernidad, se lee entre líneas que él ya ha encontrado un lugar lo bastante sólido –que no rígido– para admirar los tiempos que han venido y los que vendrán. Eso es lo que envidian –o admiran– quienes tienen curiosidad y buscan respuestas en una espiritualidad contemporánea –o contemporaneidad– que muchas veces no las ofrece. Por eso, si la curiosidad de estos no cesa, Presència d’una absència puede servir para ofrecerles nuevas puertas que abrir. Esta vez sí.