“Heces fecales sangrientas en forma de melena. Úlceras digestivas agudas recidivantes con hemorragias masivas reiteradas. Fracaso renal agudo…” León Herrera, a la sazón ministro de Información y Turismo (antes joven requeté y voluntario en el bando nacional, después uno de los fundadores de Alianza Popular, hoy Partido Popular), leyó en la radio, la madrugada del 20 de noviembre de 1975, el “parte médico habitual”, el último de aquellos diagnósticos clínicos pretendidamente eufemísticos que parecían redactados por la más truculenta oposición. Horas más tarde, tomándoselo con bastante pachorra (hacia las 10 de la mañana), Carlos Arias Navarro, tras recitar ante las cámaras de televisión, balbuceante y pucheroso, el histórico “Españoles… Franco ha muerto”, afirmaría indulgente: "Yo sé que en estos momentos mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros sollozos y de vuestras plegarias. Es natural…”. Este hilarante pensamiento demostraba hasta qué punto Arias Navarro ignoraba o quería ignorar que, al menos en los hogares progresistas o diezmados por el genocida, lo que en realidad entrecortaba su voz era el estallido de los tapones saliendo disparados de las botellas de espumoso. Y lo que se celebraba no era tanto la muerte en cama del anciano de melenudas heces como el posible final de la larga pesadilla franquista.

“Aquel 19 de noviembre de 1975, por la tarde, recibí una llamada de Maria Aurèlia Capmany: ‘Franco acaba de morir. Me han avisado desde Francia, es oficial en todas partes menos en España. ¡Ya puedes destapar el champán!’”, dice Colita (Isabel Steva, Barcelona, 24 de agosto de 1940 - 31 de diciembre de 2023) en el texto introductorio de Franco ha muerto. 1975, su último libro, publicado pocos días antes de la inesperada defunción de la fotógrafa. Y continúa explicando: “Me preparé una bolsa, justo con el cepillo de dientes, unas bragas y una gabardina (igualita que la de Ingrid Bergman en Casablanca) y le cosí un trozo de cinta con la bandera española. Vistosísima. […] Más tarde cogí el avión y me fui a Madrid con el tiempo justo de dejar la maleta en casa de mi abuela y salir con las cámaras a cuestas. Allí me encontré con el pulso de la calle y el sentir de la gente. Era una mezcla entre fiesta y funeral: gente llorando y gente entusiasmada que gritaba ‘¡Franco, Franco!’”.

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Quiosco de Las Ramblas. Barcelona, 1975. Foto: © Archivo Colita Fotografía.

Una ventana a la intrahistoria

Pelotones de grises con la visera calada custodiando a guerrilleros de Cristo Rey, camisas viejas, familias con pegatinas de Fuerza Nueva en el pecho, curas, monjas, obispos, jueces, aristócratas, consabidos franquistas de allá y de acá (Juan Antonio Samaranch, presidente de la Diputación de Barcelona, y Joaquín Viola Sauret, el alcalde de Barcelona que pocos años después moriría en el atentado atribuido a la organización armada EPOCA), escritores rancios (José María Pemán), dictadores del Cono Sur (el general Pinochet) y el pueblo bajo —formado por admiradores, morbosos e incrédulos—, todos haciendo cola para ver al finado. Después, la proclamación del rey en las Cortes y finalmente el funeral de Franco en la plaza de Oriente. Y en medio de aquella fúnebre escenografía, Colita disparando su cámara a diestro y siniestro. El resto es historia.

Y en medio de aquella fúnebre escenografía, Colita disparando su cámara; el resto es historia

“Las que más me gustan son las fotos en que se nota que Colita está camuflada entre la gente, en las que se ve el pulso de la calle, las que reflejan ese fervor como de procesión religiosa. Se contempla de verdad la historia cuando lo que vemos pasa en la calle. Por eso estas fotos tienen un valor documental tan importante para mí”, me confiesa Gabriel Alberti, el editor barcelonés que puede presumir de haber rescatado del olvido series fotográficas inéditas que ilustran nuestra historia reciente, como las fotos tomadas por Pilar Aymerich en la antigua prisión de mujeres de la Trinitat, las del Vaquilla, de Paco Elvira, o las de Tino Soriano a los internos en el Institut Mental de la Santa Creu. El nombre mismo de su editorial, Ojos de buey, apunta a cierta voluntad de asomarse por la claraboya de aquello que ha permanecido sumergido. “Se trata de una serie de publicaciones en la cual cada una es una pequeña ventana a una parte de nuestro pasado. Sobre todo, me interesa lo que se denomina ‘intrahistoria’, es decir, aquellas pequeñas cosas que quedan al margen de los relatos oficiales, pero que tienen un valor cultural que me parece fascinante. El libro de Colita es lo más reciente que hemos publicado, pero yo lo considero el libro número 1 de la colección, ya que todo empieza con la muerte de Franco.”

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Portada de 'Franco ha muerto'. Foto: Ojos de Buey / © Archivo Colita Fotografía.

“Cuando empecé con Ojos de Buey, uno de los hitos que quería conseguir era publicar algo de Colita. No se puede hablar de fotografía documental en España sin nombrarla. Es un gran referente de la fotografía del siglo XX. Trabajar con ella fue verdaderamente un lujo. Francesc Polop, quien se encarga de gestionar su archivo, y ella me pasaron la preselección de imágenes; y a partir de aquí fue una colaboración entre las dos partes. Ella estuvo muy metida en todo el proceso: la selección de fotos, el orden, la elección del negro en imprenta, también la cubierta, para la cual estuvimos probando muchas alternativas, el texto de inicio escrito por ella… Tenía muy claro lo que quería. La muerte de Colita ha sido una pena. Quedó muy contenta con el resultado, y teníamos previsto presentarlo el 20 de enero.”

El cadáver de quien parecía el último vestigio del sueño fascista de principios de siglo resucita cada cierto tiempo en una serie de organizaciones y partidos políticos que perpetúan su semilla

Casi cinco décadas después, las recientes imágenes de los ultras en Ferraz no distan mucho de las que aparecen en el libro de Colita. Los cachorros de cayetanos que antaño lucían en el pecho banderas rojigualdas con el logotipo de la organización política de Blas Piñar son idénticos a los que hoy llevan la de Santiago Abascal y juegan a la piñata. El cadáver de quien parecía el último vestigio del sueño fascista de principios de siglo resucita cada cierto tiempo en una serie de organizaciones y partidos políticos que perpetúan su semilla. Sorprende la modernidad de la mirada que hay tras la cámara en contraste con la ranciedad que tiene delante. La fotografía como memoria histórica y la importancia de su rescate ante la huella indeleble del franquismo sociológico… La pregunta del millón: realmente, ¿Franco ha muerto? “Llevábamos mucho tiempo preparando este libro, y cuando estábamos hacia el final del proceso empezaron todas estas manifestaciones de extrema derecha y pensamos: hay que sacarlo ya, es más contemporáneo que nunca”.
 

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Durante la proclamación de los Reyes. Madrid, 1975. Foto: © Archivo Colita Fotografía.